Hace 41 años, el presidente Antonio Guzmán, de quien lo mejor que se puede decir para describir su personalidad, que fue un hombre noble y de palabra y quien se mató en la noche del cuatro de julio de 1982 en el baño de su despacho del Palacio Nacional, atormentado por las traiciones partidarias y las amenazas dichas en audiencia privada por el futuro presidente Salvador Jorge Blanco, su esposa Asela y el diputado Hatuey de Camps.
Y las que abarcaron, hasta denunciarle sobre un supuesto embarazo que sus enemigos partidarios y por la cadena de difamaciones e injurias que el “efecto PRD” produjo, pretendían atribuirle, cuando se sabía que ello era una sarta de mentiras en las que los principales gestores fueron Fulgencio Espinal y Rafael Flores Estrella y que abarcaron terribles acusaciones de dolo y corrupción achacadas a la subsecretaria de la presidencia Sonia Guzmán y su esposo José María Hernández, quien era el secretario de Estado de la Presidencia.
Toda esa catarata de injurias y difamaciones y las peores amenazas de que el trío que le visitaba le deshonraría metiéndolo preso tan pronto llegaran al poder, 41 días después. A nuestro juicio, fueron las principales razones que impulsaron al presidente a suicidarse y quedando como el primer presidente en ejercicio de este país, que lo hacía.
El paso del tiempo ha ido demostrando, que Antonio Guzmán, no solo era un hombre serio y vertical y sí también un presidente de comportamiento limpio y de accionar de patriota y un muy entregado hombre de familia y hogar. ¡Paz a sus restos! (DAG-OJO)





