Es comprensible que las autoridades quieran minimizar la realidad angustiosa de un covid-19 que por más que se quisiera no se detiene y al que tampoco parecería que hubiese mucha voluntad de tratar de conjurar.
Sin embargo, la realidad actual es, que si de aquí al 31 de este mes, las estadísticas sobre la penetración del coronavirus llegaran a unos niveles de esos que los infectólogos denominan de más que preocupantes, que necesariamente pudiera darse el inquietante panorama, de un gobierno tratando de atajar y sin poder enlazar, mientras desde el corazón de la población y por el pésimo manejo propagandístico oficial, existe esa tendencia lamentable de amplia rebeldía social, cuyo desarrollo no avizora nada de control ni manejo aceptable para el control poblacional.
Al contrario, todo apunta que el gobierno y más por demagogia que por sentido común, no muestra un empeño realista para frenar una situación de salud, que si al final se le fuera de las manos, podría generar y dada la inestabilidad emocional dominicana, una de reacciones emocionales que terminaran por proyectarse con una creencia errónea de que las autoridades no hayan hecho nada para salvar a la población.
Desde luego, se trata de percepciones y las que están avaladas por el marcado interés oficial por reducir al mínimo la creencia de una pandemia ampliándose cada vez y en lo que tiene mucho que ver, la presión continua que el aparato económico y productivo realiza con miras de que la mayor cantidad de su personal se mantenga en sus puestos de trabajo y como el mejor modo para que sus indicadores productivos se mantengan sin menoscabo de ninguna especie.
Ahora bien, si en Colombia, una nación de 50,88 millones de habitantes y en un territorio 20 veces mayor que República Dominicana, su presidente anunció que espera entre 30 y 40 mil infectados por día y por ello han sido tomadas las decisiones y ejecutorias más drásticas para enfrentar y contener la pandemia, habría que preguntarse, cómo es posible que en este país de 48,442 kilómetros cuadrados y con 10.5 millones de habitantes y con una seria variable expansionista de un virus que bien podría resurgir y golpeando tan duro, que a corto tiempo y por sus 5-7 mil infectados diarios de ahora, en menos de seis meses a partir de este mes, crezca a tal nivel, que necesariamente debería pensarse en una proyección de no menos de la mitad de su población totalmente infectada y si esto es así. ¿No habría que inquietarse ante semejante escenario?
Ese es entonces el neurálgico punto político que a nuestro modo de ver marcará el ritmo político de la vida nacional y que, por su peligrosidad en cuanto a inestabilidad social, los principales estrategas políticos gubernamentales y desde ahora debieran de estar ponderando.
Lamentablemente y comenzando por la imagen que proyecta el mismo presidente de la República, parecería que en materia de la pandemia aquí no estuviera ocurriendo nada y que, por lo tanto, el ejecutivo nacional no tendría de que preocuparse y que, si fuera cierta, la imagen presidencial, sin duda que podría quedar muy menoscabada.
Por supuesto, sabemos que como el sistema político dominicano es uno que comienza con una figura presidencial autoritaria y debido a ello la extraordinaria sumisión burocrática a sus designios, que necesariamente haya que entender, que institucionalmente hablando y dentro de la circunstancia de alarma sanitaria que se vive, no hayan presumiblemente razones para alarmarse y que por lo visto es el criterio oficial y que de esta crecer, sí que hay que advertir, que podría generar una deriva política nada favorable a un gobierno que constitucionalmente tiene a su favor el ir en busca de su continuidad legal por vía electoral, pero al que si la población terminara por aterrorizarse por la profunda penetración del virus, nadie podría predecir o suponer que de la inestabilidad social se pudiera salir indemne.
Entonces, nuestra preocupación es más que valida y por ello hay que favorecer cierta demora en la apertura de las clases presenciales, así como también, que respecto a la evolución de la pandemia, sean los médicos e infectologos los que tengan la última palabra y menos los políticos y peor si son los del gobierno, quienes por lo visto, creen que con resoluciones y decretos podrían controlarla y lo que ya se ha visto, que autoridad que asuma tal derrotero, no las tiene todas consigo para mantenerse grato frente y a una población que poco falta, para que muchos se pongan histéricos y como ya se está viendo por los titulares de las principales cabeceras periodísticas escritas.
Naturalmente, hay que reconocer, que gracias al accionar del presidente Luis Abinader y en su denodada lucha porque los laboratorios extranjeros le aceptaran sus solicitudes de compras de vacunas, sin duda que mucho se obtuvo en materia de que se entendiera que el presidente de este país no aceptaría que a su población no se le facilitaran las vacunas que en grandes cantidades quería y podía comprar y lo que sin duda se logró, cuando EEUU el proveedor principal, se inquietó sobremanera al observar el sentido pragmático y realista de Abinader al aceptar China venderle cuantas vacunas este país quisiera.
Y si lo anterior fue así, entonces habría que abrigar y aunque fuera la posibilidad mínima, de que el presidente actuará igual, ahora que es evidente que la variante del covid-19, Ia ómicron, se le ha tirado al cuello de los dominicanos y no presagiando nada bueno, sobre todo, cuando cerca de 3 millones de dominicanos todavía no les ha dado la gana de acogerse al plan nacional de vacunación y colocándose las tres dosis al completo.
Para nosotros y también para muchos ciudadanos, la nación se encuentra ante una crisis sanitaria poco común y asociada a la negativa de una parte ciudadana negada a vacunarse o cumplir con las reglamentaciones sanitarias y también a la falta de visión de las autoridades sanitarias y las que, desde el Gabinete de Salud, como del ministerio del ramo, evidencian la desastrosa imagen de que hasta que Abinader no diga hacia donde se irá, de hecho, se han paralizado y mostrándose poco eficientes.
Con toda la razón de que nos alarmemos y recordemos que el curso del país político y de la reelección, está determinado por la evolución o involución de la pandemia que azota y que en el Gobierno parecería que quieren minimizar. (DAG)