El desprecio por la vida humana

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Nunca me ha parecido que el aborto sea un avance social. No es algo de lo que nadie se puede sentir orgulloso. Los casos que conozco han sido desgarradores para las madres. No importa si fueron provocados voluntariamente o el resultado de un embarazo que no era viable.

En lugar de tener tres hijas maravillosas hubiera podido tener cinco. No fue posible y todavía recuerdo que fue entre la mayor y la mediana y una última en un estado avanzado. No sé cuál era su género, pero, desde luego, me hubiera encantado que estuvieran entre nosotros.

Por eso, la alegría de algunos políticos de izquierdas me parece una frivolidad. Esa cosificación del ser humano es espantosa. Una vez llegados a este punto, donde la vida del nasciturus no vale nada, avanzamos con paso firme hacia un sociedad deshumanizada, egoísta y hedonista. No es una cuestión de creencias religiosas. Ese concepto pequeño burgués de la propiedad, por el que el cuerpo de la mujer es suyo y no importa la vida que lleva dentro, resulta inquietante.

Ahora tenemos una nueva ley del aborto, que se considera un avance en los derechos de la mujer, aunque les resulta indiferente un ser vivo que podría desarrollarse en plenitud, pero también una Ley Trans que se considera un gran éxito. No entiendo en qué. En infinidad de ocasiones he mostrado mi amor por los animales, pero es mayor por los seres humanos.

El último ingreso en la familia fue una perra abandonada en la calle y atada a un árbol. Tiene un par de meses y se llama «Mia Wei». Es una mezcla de mastina muy guapa con los ojos achinados. Por ello, la llamo, también, princesa Xi. El único inconveniente es que pesará más de 50 kilos.

Me gustan los animales y los seres humanos. Son parte de la Creación. Por ello, me parece un espanto tanto la ley del aborto como la trans. La vida sexual de la gente me resulta indiferente. La obsesión inquisidora, como hemos vivido durante siglos, es enfermiza.

Otra cuestión distinta es que aceptemos la autodeterminación de género o el aborto en menores de edad. No había más que ver este jueves el espectáculo lamentable de los portavoces de la izquierda regodeándose en su ignorancia. Es muy triste. Por: Franscisco Marhuenda [La Razón]