El policía acostado: símbolo de subdesarrollo

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La República Dominicana es una nación colorida y de gente muy enérgica. Esta energía permea en todos los espacios que interviene el dominicano y es por lo que se le conoce mundialmente. Su carisma y alegría hasta en los momentos menos favorables.

Sin embargo, esta misma energía hace que muchos dominicanos conviertan en deporte extremo actividades cotidianas, como la conducción. Es lamentable que lo mismo que le caracteriza positivamente es exactamente lo mismo que le hace imprudente y mal educado al volante, al punto de atentar contra su vida y la de los demás.

Los excesos de velocidad en el país han cobrado una cantidad incontable de vidas humanas, además de los que han resultados lesionados de forma permanente. Para poner en contexto, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los accidentes de tránsito son la tercera causa de muerte en el país y lo colocan como la nación donde más accidentes de tránsito fatales se registran en el mundo. Según esta fuente, los accidentes de tránsito fatales representan el 10.17% de todos los fallecimientos en el país registrándose un total de 6,937 muertes relacionadas.

Este lamentable escenario envuelve causas como el exceso del consumo de alcohol y sustancias controladas, falta de descanso, la imprudencia, y entre otras, el exceso de velocidad.

Históricamente la velocidad no era un problema para la movilización de personas ya que el vehículo de motor es relativamente una máquina moderna, desarrollada durante en el siglo 20. La movilidad era esencialmente animales, bicicletas o adaptaciones motorizadas, trenes, y los más pudientes vehículos de más pasajeros, pero ni tan rápidos ni eficientes.

El desarrollo de los vehículos de motor en todas sus formas consiste esencialmente en lograr transportar personas o carga, en el menor tiempo posible de forma eficiente y segura. En este ejercicio, especialmente en la movilidad urbana y rural, la humanidad todavía enfrenta el reto de regular la velocidad a la que nos desplazamos para garantizar nuestra seguridad e integridad al volante, así como la seguridad de lo que rodea las calles y avenidas. No es sorpresa que los accidentes han ido en aumento tanto por el incremento del parque vehicular global, pero a la vez por la falta de conciencia, las distracciones como el celular, entre otras causas.

En este esfuerzo de regular la velocidad se han desarrollado diversos mecanismos físicos para lograr que los conductores reduzcan su velocidad al menos en zonas escolares, hospitalarias y otras áreas congestionadas de nuestras ciudades: señalizaciones llamativas, alertas lumínicas incluso con sonido, semáforos, y reductores de velocidad colocados directamente en la vía.

En la República Dominicana la forma más común de reductores de velocidad es el llamado “policía acostado”. Su nombre es una adaptación de las funciones de los agentes de tránsito para regular la circulación, asumiéndose de forma jocosa como parte de la jerga dominicana.

En los artículos 132 y siguientes, de la ley de tránsito y movilidad núm. 63-17, se establecen las normas generales de señalización donde se prohíbe la colocación alegre sin autorización de cualquier forma de reductores de velocidad. Esto quiere decir que solo la autoridad competente, en este caso los ayuntamientos y el INTRANT, tienen la discreción de colocar o retirar los reductores de la vía.

Al parecer en la República Dominicana los reductores tienen un uso distinto a lo contemplado en la ley ya que el “policía acostado” y otras formas de reducción de velocidad se usan de forma alegre, sin criterio ni control en todo el territorio. Además de los usos oficiales, este se usa en frente de las iglesias, en frente de centros comerciales, en medio de curvas, frente a un negocio de bebidas, incluso en el medio de carreteras urbanas.

La colocación de estos dispositivos no solo es ilegal y contraria a la norma de tránsito, sino que denota el poco criterio ciudadano de favorecer su negocio o simplemente “porque pasan demasiados carros por aquí”, además de que se ven situaciones donde hay hasta 8 “policías acostados” colocados seguidos uno de otros y lo más grave es el franco irrespeto de los límites de conducción por parte de los conductores.

El “policía acostado” representa atraso social, poca educación, bajo nivel de criterio ciudadano, y por demás daña gravemente a los vehículos que circulan en la vía, provocando ellos mismos accidentes en diversos casos. Típico comportamiento de una masa de conductores que no cumplen ni conocen las normas de conducción, o en buen dominicano “chivos sin ley”.

Las autoridades están llamadas a garantizar la seguridad vial, pero en este claro y aberrante exceso, la seguridad correspondería más a retirar de la vía pública cientos de “policías acostados” que no tienen razón de ser. Por Ángel Leonel Canó Rodríguez [hoy]