El punto ciego de la historia

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“Toda mentira de importancia necesita un detalle circunstancial para ser creída”. -Prosper Mérimée-

Cuando escribí mi primer ensayo titulado “El punto ciego de la historia”, estaba consciente de que aún faltaban muchas singladuras por recorrer para explicar a una opinión pública, y más a los que sufrieron la represión de los llamados 12 años de Balaguer, con pruebas irrefutables e inéditas, que el almirante Luis Homero Lajara Burgos no fue a las elecciones de 1974 para hacerle el juego al presidente Joaquín Balaguer.

Él tenía la firme convicción, por influencias de compañeros de armas politizados de que soplaban vientos de guerra a lo interno de unas Fuerzas Armadas divididas y a la vez muy inclinadas por los intereses norteamericanos, que favorecían a los sectores conservadores, a quienes consideraban sus aliados. Conociendo esta realidad, Lajara Burgos pensaba que, al ir a esos comicios, además de su falsa ilusión de que el descontento contra Balaguer podría revertirse a su favor en las urnas, evitaría un conflicto armado como el de 1965.

Por eso creo que, difundiendo documentos sólidos, con razonamientos lógicos, se despejarían tanto el maleficio mediático como la niebla que cubría algunas mentes en esos momentos, y con ello poco a poco se podría abrir una ventana por donde penetraran los diáfanos rayos de la razón sobre el proceso electoral en cuestión.

Quizás muchos no sepan que cuando el profesor Juan Bosch se juramentó como el primer Presidente democrático, después de treinta y un años de dictadura, comenzó a evadir a Lajara, por motivos circunstanciales, a pesar de los valiosos aportes de éste a su proyecto, influenciado por un rechazo tajante del mando militar, a quienes no le convenía, por la rectitud de mi padre, que el Presidente honrara su compromiso de nombrarlo ministro de las Fuerzas Armadas. La situación llegó a tal punto que una noche, el almirante Lajara Burgos trató de ver de manera urgente al presidente Bosch para brindarle datos sobre un plan del golpe de Estado que se estaba gestando, pero no le permitieron verlo.

Es en esas circunstancias que se produce el golpe que le hizo perder la Presidencia de la República, una de cuyas causas puede haber sido precisamente por no hacer los cambios pertinentes en el tren castrense.

Este episodio fue narrado por el Dr. José Rafael Molina Ureña, expresidente provisional bajo armas, en abril de 1965, en la página 73 de su libro “Molina Ureña. Mis Memorias, 31 de mayo de 1961-27 de abril de 1965”, de quien mi padre fue su jefe de Seguridad Nacional, cuyo relato transcribo a continuación: “Una noche, estábamos sentados junto a la piscina de la residencia presidencial, doña Carmen, Joaquín Basanta y su esposa Milagros Ortiz Bosch, cuando se recibió un mensaje desde la casa de guardia de que Homero Lajara Burgos -quien continuaba en la pista de los conspiradores- anunció que quería hablar con el Presidente. Bosch se negó a recibirlo, y en cambio nos encargó a Milagros y a mí (Molina Ureña era presidente de la Cámara de Diputados), que recogiéramos la información. Homero se sintió muy mal por la negativa del Presidente a recibirlo, pero nos informó que en esos momentos se estaba celebrando una reunión en una casa que tenía Salomón Sanz frente al Hipódromo, que antes fuera de Radhamés Trujillo. A esta reunión asistieron civiles connotados y altos militares. Según el informante de Homero, en esa reunión se planificaban las fases finales del golpe de Estado, al cual el Pentágono había dado luz verde”. La reacción de Bosch a este informe fue de absoluta pasividad y se retiró a sus habitaciones”. Otra hubiera sido la historia si el Presidente, esa noche hubiera escuchado y seguido los consejos del almirante Lajara Burgos.

Es importante saber que el profesor Bosch, a su regreso del exilio en 1961, incorporó a mi padre para su proyecto político por su diáfana trayectoria militar, honestidad y preparación intelectual, no usual en los militares de la Era. Aun así, y según me explicara mi padre, junto a Peña Gómez, Bosch incumplió varios acuerdos a los que se había comprometido con él, lo que, a mi entender, en muchos aspectos, era un desconocimiento del fenómeno político como tal de un militar que nunca logró hacer el cambio de mentalidad tan necesario para entender la dinámica de la política partidista y sus dilemas.

Creo que, por desconocimiento de la historia, algunos han querido presentar a mi padre como un improvisado sin méritos, base social ni conocimientos políticos, al que Balaguer sacó de la nada, y están todos los que así piensan muy equivocados.

De la misma manera que Sócrates fue acusado falsamente por Melito, Anito y Licón, y esta falsedad con forma de verdugo alargó la copa de cicuta que le apagó la vida, el almirante Lajara Burgos fue calumniado con los acontecimientos que caracterizaron las elecciones de 1974, lo que le aceleró el deterioro de su salud, segándole finalmente la vida. Y es que como escribió recientemente en el Listín Diario el veterano y respetado periodista don Silvio Herasme Peña, antes de partir en la barca de Caronte, bajo el título “Sí César…Sigo en eso”, sobre un comentario radial falaz que involucraba a su persona: “¿Sómos tan estúpidos como para oír sin escuchar y asumir ideas sin pensar; ¿somos capaces de creer todo lo que se nos diga, así nada más?” Y continúa diciendo: “Cuando se trata de chismes, la gente no piensa, no razona; sencillamente lo asume”.

Sobre las aspiraciones de mi padre a la Presidencia de la República como candidato por el PRD, es propicio sacar a colación las declaraciones del Lic. Hatuey Decamps en el periódico El Caribe del 25/1/2012, bajo la firma de la periodista Evelyn Irizarri, con el subtítulo “Encuentro en París”: “Venía de Finlandia e hice escala en París para saludar a Juan Bosch. Hablamos y le dije que al día siguiente yo salía para Santo Domingo y me dijo que no. Le pregunté por qué y me respondió: Porque mañana viene Lajara Burgos y yo quiero que haya un testigo, porque probablemente todo lo que yo diga puede ser invertido. Me quedé y recuerdo casi como un disco rayado. Lajara Burgos decía- “Profesor, yo tengo el respaldo de la iglesia, el respaldo del pueblo, de los yanquis y solo me falta el respaldo suyo”. Don Juan le contestó que si él le daba su respaldo muy difícilmente podía contar con el respaldo yanqui. Lajara regresó al país vía New York, al igual que yo, y tal como había dicho Don Juan, él aseguró que contaba con su respaldo, y entonces yo tenía que aclararlo”.

Relativo a esas últimas afirmaciones del Lic. Decamps, es preciso que inserte un fragmento del último párrafo de la carta de Bosch a Lajara, de fecha 3 de marzo de 1969, que está en mi poder: “Si tú lanzas tu candidatura, yo le diría al Partido y al país cuál es el juicio que tengo de ti; que eres un dominicano patriota y honesto y que eres un perredeísta ejemplar”. Es basándose en esas palabras de Bosch, que se fundamentó la interpretación de mi padre sobre el apoyo del expresidente a sus aspiraciones presidenciales para las elecciones de 1970.

Para refrescar la memoria de algunos, me permito referir que Lajara Burgos ingresó al PRD en 1961 y mantuvo su militancia activa, siendo encarcelado después del golpe de Estado de 1963 por su apoyo a Bosch, además de que entregó gran parte de sus bienes a su partido, el PRD, del cual renunció a mediados de 1970 para formar el Partido Demócrata Popular (PDP). Este partido fue reconocido por la Junta Central Electoral (JCE) en fecha 11 de diciembre de 1973, según reseña el periódico Listín Diario del 12 de diciembre de ese año, en su pág.1 col. 4. Proclamado Luis Homero Lajara Burgos como su candidato presidencial el 16 de enero de 1974 (Ver pág.1 col. 5/7 del Listín Diario), hizo un llamado público a las demás fuerzas opositoras para que entre todos formaran un poderoso frente para impedir la reelección de Balaguer (y no para retirarse del certamen, como escribió recientemente el amigo César Medina), y lo que recibió fue la respuesta burlona de un alto dirigente del Acuerdo de Santiago.

Puedo decir ahora con absoluta certeza que los inconvenientes de mi padre los originó su excesiva franqueza y su estilo muchas veces militar en sus manejos partidarios, con su fervoroso anticomunismo. El conocido intelectual José Israel Cuello confirma mi apreciación cuando afirma que “El problema de Lajara Burgos era que decía muchas verdades en poco tiempo”. 

Sin temor a equivocarme, proclamo que ese perfil, junto a su firmeza de carácter y vida frugal, no lo hacían atractivo ante las estrategias sinuosas de algunos políticos de la época, los cuales, para los del tiempo actual, parecerían monjes budistas.

Sé que como humano mi padre pudo haber cometido sus errores, como acaeció en su rivalidad política llevada a los extremos con su otrora compañero, el Dr. José Francisco Peña Gómez, donde algunas veces se excedió, no obstante, los dos venir de la misma raíz partidaria.  Por esos deslices y el desconocimiento de la historia por otros, es fácil entender la confusión generalizada, que incluye hasta a escritores de renombre, muchos de los cuales, saliéndose del contexto de la época, y sin datos, han emitido juicios de valor basados en rumores, y hasta amigos cercanos que ubican desatinadamente a mi padre como un militar trujillista y posteriormente como un incondicional de Balaguer.

Concluyo esta entrega afirmando que, aunque ciertas personas no hayan estado de acuerdo con algunas de sus ideas políticas, Lajara Burgos fue un hombre que hablaba siempre con los papeles en la mano y actuaba en función de sus creencias, convirtiéndose en su época, sin ser abogado, en un experto, interpretando el derecho constitucional, y en un difusor de la importancia del respeto al imperio de la ley: “Sin vacas sagradas ni culpables favoritos”. Por: Homero Luis Lajara Solá [Listín Diario]