En mayo de 1961 éramos 1.5 millones de ciudadanos y apenas 50 mil habían viajado al exterior y unos 10 mil se quedaron como inmigrantes o exiliados. En tanto ahora en agosto de 2022, somos 10.5 millones de ciudadanos y más de ocho millones viajan constantemente al exterior y cerca de 4 millones son inmigrantes y junto con los nacidos allí

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Lo propio del individuo de alma latina o caribeña de raíz latina y ni hablar de los dominicanos, es que casi nunca tienen en cuenta el factor comparación y para conocer el porqué unos ciudadanos piensan y se comportan de una forma y otros en cambio y con el correr de los años de manera diametralmente distinta.

En este sentido, bastaría preguntarnos por qué los dominicanos nacidos o criados en la Era de Trujillo y en un país que era 80 por ciento rural y donde había mucha estrechez de miras y ese conservadurismo extremo que hacía que muchos ciudadanos se comportaran como si fueran seres inferiores frente a todo lo extranjero.

Sin embargo, ahora en agosto de 2022, aquel dominicano, cauto, conservador y temeroso, prácticamente no existe y menos, cuando en la actualidad, el 90 por ciento de la población es urbana y como ya hemos dicho, casi todos han viajado en una o múltiples ocasiones al exterior y hasta asentando raíces y creando familias que nacen al amparo del país al que han inmigrado.

De ahí que el dominicano de ahora sea una persona de mundo y el que tiene un arraigado y orgulloso concepto de su valer como ciudadano de este país y quien, en líneas generales, no le tolera el mínimo desplante a los que nos visitan desde el exterior y sea como turistas o como agentes de negocios o inversionistas.

Cuando esto se analiza, se entiende de inmediato, que los dominicanos hemos cambiado y evolucionado lo suficiente y tanto, que, acostumbrados ya a los continuos intercambios comerciales entre nuestro país y otros del exterior, hemos terminado por crear una mentalidad de apertura y agresiva de facilitación para hacer negocios y todas clases de emprendimientos.

Por ejemplo, hace 61 años, en este país podía decirse que habían no más de diez grandes hoteles y sin ninguna cadena hotelera extranjera y que realmente era mucho y aparte de las 200 pensiones o dormitorios y estos últimos funcionando como lugares de acogida temporal y la mayoría de alterne para parejas adultas en busca de satisfacciones sexuales y de turistas, no había prácticamente nada y en materia hotelera se estaba en la virginidad absoluta.

Pero ahora la situación es distinta: Más de 1,500 hoteles de todos los colores y tamaños y con cerca de 100 mil habitaciones repartidas en no menos 300 cadenas hoteleras y una explosión de casi dos mil hoteles cabañas en las ciudades y para una población local y turística, que cada año pasa e incrementándose de 4 millones de viajeros temporales y desde todos los confines de la tierra.

Con la llegada de semejante explosión de inversiones turísticas y viajeros a gran escala, colateralmente ha nacido el ramal del turismo sexual de adultos y que, a la fecha, abarca no menos de 10 mil individuos de ambos sexos trabajando como chicas o chicos acompañantes según el turista que los elija.

En este punto y para los grupos más hipócritamente conservadores de las fuerzas vivas y la sociedad, este nicho de turismo “especializado” e hijo de las apetencias sexuales de quienes nos visitan, ha generado a su vez toda una serie de negocios accesorios y los que en algunos aspectos bordean lo ilícito y desde el momento que la explotación sexual y la trata de personas entre adultos se conjugan en una actividad comercial y por su propia naturaleza dinámica y la que al mismo tiempo, esta sola, cuenta en este tipo de industria de placer, con cerca de 50 mil individuos trabajando diariamente al completo e inversiones de más de 100 millones de dólares.

Ocurre entonces un fenómeno tremendamente hostil a este tipo de negocios y por parte de gobiernos y autoridades, quienes en vez de legalizarlos y también la prostitución en todas sus variables y que significaría ingresos legales anuales para el fisco por no menos 500 millones de dólares, terminaría por destruir toda posibilidad de que los ingresos del sector  y estamos hablando de más de mil millones de pesos dominicanos, vayan al Estado y sí que caigan en las manos y los bolsillos de las mafias de uniformados, militares o policiales y también de migración, que han convertido la actividad natural en un negocio clandestino de exclusivo control de grupos mafiosos y sus aliados militares y policiales.

Creándose pues, un entramado de mentiras y tergiversaciones que son alimentadas por el sector mediático, aunque en las redes sociales la situación es menor y dado el gran espíritu de liberalidad social que en ellas existe y debido a la amplia población joven, entre adolescentes y jóvenes entre los 12y 34 años que son el motor del mercado turístico sexual de adultos más significativo.

Desde luego, el asunto no es propio de este país turístico nada más y sí de todos los que tienen instalaciones y viajeros parecidos, pues con esto de la globalización y la libertad de fronteras, ningún país o sociedad está indemne a su influjo. Ahora bien, en República Dominicana se ha creado una industria de sexo para turistas adultos, que, al mismo tiempo, abarca el consumo de drogas y de alcohol en grandes proporciones y por eso los lugares de alterne o los hoteles especializados solo en adultos o por algún tipo de preferencia sexual.

Es de este modo, que si hacemos una radiografía social de nuestra industria sexual y turística y sin tampoco darnos golpes de pecho porque supuestamente “el buen nombre del país quedaría en entredicho”, la realidad obliga a que los gobiernos entiendan que deben prestarle juiciosa atención el gran nicho de ingresos por impuestos al consumo que la industria sexual y turística y sus conexidades facilitan y a las que hay que agregar centros sanitarios y de atención medica primaria y para que los viajeros se sientan garantizados, si al caso contraen algún tipo de enfermedad de intercambio sexual momentánea entre adultos.

En resumen, nuestras autoridades deben y tienen que entender, que el turismo internacional no tiene por qué adaptarse a las costumbres de los países que visita y que en estos, lo factible es crear una zona franca sexual clínicamente controlada, que robustezca los ingresos y viajeros que se desprenden de la actividad turística y esto dicho sin hipocresías, pues peor es que una parte de los militares y policías se conviertan en proxenetas y explotadores sexuales de a tanto por tiempo y quienes no declaren esos ingresos, a que el fisco deje de recibirlos.

Todo esto y más, es lo que entendemos que se desprende como efecto directo de la libertad de tránsito y de fronteras y que nuestras autoridades deberían de observar y no hacerse de la vista gorda y para que lo ilícito entonces se adueñe de las diversas variables del turismo de masas que ya se tiene.

Mientras tanto, recordamos y para que se entienda que esta nación es otra distinta a 61 años atrás y la que, en mayo de 1961, éramos 1.5 millones de ciudadanos y apenas 50 mil habían viajado al exterior y unos 10 mil se quedaron como inmigrantes o exiliados. En tanto ahora en agosto de 2022, somos 10.5 millones de ciudadanos y más de ocho millones viajan constantemente al exterior y cerca de 4 millones son inmigrantes y junto con los nacidos allí. Con Dios. (DAG)