A medida que Haití se sumerge en el caos cívico y las bandas de maleantes toma más control del territorio apoyados por fuerzas de la opulencia haitiana oculta en sus maniobras de exterminio de ese país, cuyas consecuencias afectarían a los vecinos dominicanos que tarde o temprano se verían precipitados a esa turbulencia humana donde solo impera el desguañangue humano de millones de seres empujados a la aniquilación.
Durante los 30 años de la dictadura de Trujillo la frontera se veía como un lugar de castigo que el gobierno enviaba a los militares rebeldes a padecer con escasas comodidades. La soledad era el dominio del ambiente. Solo se veían a los militares castigados procurando sobrevivir durante el tiempo en que transcurría el período de castigo impuesto por la superioridad y retornarlos a puestos en pueblos más civilizados, desapareciendo el destierro con que se les había castigado.
Los nativos de los pueblos fronterizos, la mayoría en la adultez, elegían la carrera militar que veían a sus vecinos uniformados de kaki y podían aparentar mayor bienestar económico dentro de la estrechez típica de la vida en la frontera.
Son muchas las historias en torno a la vida de los militares o civiles que llegaban de las poblaciones más cercanas de la capital, que afuereados de las simpatías del Jefe y lejos de la ubre nodriza de las prebendas, maldecían su desgracia y se hacían el propósito de enmienda para volver de nuevo al redil del afecto del dictador.
Los tiempos han cambiado y ahora en el siglo veintiuno un puesto fronterizo es un premio para el militar o el civil nombrado, ya que la diversidad de negocios que tienen en el trasiego con los habitantes de la zona genera apetitosos beneficios.
Menospreciamos la frontera y es ahora cuando ha renacido el interés por esa región dominicana, donde la vida es dura, y ahora que no es un lugar de castigo, sus habitantes luchan a brazo partido con la naturaleza para sobrevivir. Al mismo tiempo, les ha llegado la oportunidad por el terrible descalabro social, institucional, de autoridad y de gobernabilidad que afecta a Haití, donde cada día la existencia es más precaria, convirtiéndose en amenaza para el futuro dominicano.
No hay dudas de que si los dominicanos queremos tener una nación segura y soberana, libre de injerencias e influencias extranjeras, debemos reforzar con gran empeño los sentimientos de patriotismo que para 1844, gracias a Juan Pablo Duarte y otros patriotas, se hicieron evidentes para forzar la separación del vecino pueblo, que sigue siendo de costumbres, lengua y creencias religiosas muy similares a las dominicanas, y anhelando ver cómo esta extensión de tierra vuelve a ser una isla sin dos amos, como es ahora.
Enfrentamos una amenaza de destruir nuestro desarrollo y el avance civilizado si no podemos detener la debacle en la cual se ha sumergido Haití que cada día se estrecha su espacio de supervivencia por la violencia de las bandas de maleantes que han impuesto el reino de terror para mantener a una población doblegada y temerosa de su seguridad física.
Existe una hipocresía continental para acudir en ayuda de Haití. Pareciera que el problema es una carga terrible para los dominicanos a quienes se les quiere endosar la crisis haitiana para que del lado dominicano de la isla sea que surja la solución a un costo muy elevado para los dominicanos. Por: Fabio Herrera Miniño. (Hoy)