Fortaleza, buen humor, paciencia y perseverancia

0
164

En el marco del gran Jubileo del año 2000, el Papa san Juan Pablo II, correspondiendo a una iniciativa del Senado italiano, proclamó al que fuera Lord Canciller de Inglaterra y luego santo –Tomás Moro– como Patrono de los políticos y los gobernantes. Un numeroso grupo de senadores italianos, pensaron que las personas dedicadas a la «res pública» no eran ni debían ser considerados como no necesitados de tener un patrón, y acordaron dirigirse a parlamentos de todo el mundo pidiendo adhesiones y apoyos para tal iniciativa, que fue correspondida y trasladada a la Santa Sede que la acogió favorablemente con la proclamación del político mártir de su conciencia, santo Tomás Moro como hemos recordado.

Con motivo de ese Año Jubilar, tuvieron ocasión de ganar indulgencias y conmemorar a sus respectivos patronos diversas corporaciones, gremios y entidades representativas de las múltiples actividades del mundo del trabajo: intelectual, creativo, artístico, artesano y manual.

Es sabido que Sto. Tomás fue decapitado y expoliado de todo su patrimonio por el Rey Enrique VIII, al negarse a apoyar el divorcio de su mujer Catalina de Aragón, que previamente le había sido negado por el Papa. Desde su celda en la Torre de Londres donde esperaba la ejecución, escribió una carta a una hija suya para consolarla en su dolor ante la suerte que le esperaba, y que es toda una declaración de principios. De la misiva entresacamos un párrafo: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiera, por muy mal que nos parezca, es en realidad lo mejor».

La Asamblea mundial de parlamentarios celebrada en Roma con ocasión del Jubileo mencionado, contó con la asistencia de miles de políticos de todo el mundo y, muy significativo, de todas las religiones, incluyendo además de católicos, a protestantes luteranos, anglicanos, e incluso musulmanes y judíos. En su discurso de clausura, Juan Pablo II exhortó a todos los presentes a tomar conciencia de que «la política rectamente ejercida como servicio al bien común, puede ser considerada como una práctica eminente de la virtud de la caridad», e invitó a pedir a santo Tomás Moro cuatro virtudes que consideró muy aconsejables para la actividad política: «Fortaleza, buen humor, paciencia y perseverancia».

Desde luego son virtudes necesarias siempre, y especialmente en los tiempos actuales, en los que la información y un mundo profundamente descristianizado «decapitan» el honor y la reputación personal, sin respetar siquiera la presunción de inocencia. En palabras de Calderón: «Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios». Por: Jorge Fernández Díaz [La Razón]