La risa infantil que llenó de vida el Palacio Nacional

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La risa infantil que llenó de vida el Palacio Nacional

Como todas las niñas de su edad, Rosalía hacía gala de sus posesiones ante sus amiguitas del colegio. Las que ella más apreciaba carecía de valor material. El motivo de su orgullo nada tenía que ver con dinero o propiedades.

Pero fue la causa de una típica discusión entre niñas de once años. A la hora del recreo, Rosalía, viendo que estaba a punto de perder una conversación, sacó su as, celosamente guardado en su corazón tierno e inocente: “El presidente Balaguer es mi padrino”. Su compañerita se mofó, haciendo un simpático gesto de cadera con las manos colocadas en la cintura: “Hey, hey, y el mío es el Rey de España”.

Al llegar a su casa, Rosalía le contó la historia a su abuela, doña Margarita Vallejo viuda Paredes, quien no resistió una carcajada. “Cuéntaselo al Presidente”, le respondió.

Doña Margarita era una amiga vieja de la familia Balaguer. Su hermano, Mario, era el esposo desde hacía cincuenta años de doña Emma, la hermana del Presidente.

Pero el vínculo entre las dos familias trascendía esos lazos matrimoniales. Al través de los años una estrecha amistad y una identificación casi simbiótica las había mantenido unidas. Ni Mario ni doña Margarita habían esgrimido esos afectos para procurarse ventajas personales. Ni en el periodo inicial de los doce años ni tras el regreso de Balaguer en 1986 desempeñaron cargos públicos, ni gozado de contratas.

Cuando le nació la primera hija, doña Margarita llamó a Balaguer, que entonces no era Presidente, para que se la bautizara. Tenía sólo 18 días de nacida. Y cuando llegó la nieta, Rosalía, quisieron mantener la tradición. Balaguer era ya el presidente cuando bautizó a Rosalía.

Doña Margarita prometió a la niña que le llevaría donde el mandatario para que él pudiera escuchar de sus labios esa historia y le permitiera sacar una fotografía juntos para que ella pudiera así presentarles pruebas a sus amiguitas.

En los más de 50 años que llevaba tratándole, aunque sólo le viera en contadas ocasiones para no distraerle de sus ocupaciones., doña Margarita no recordaba haber visto a Balaguer reír tan espontáneamente cuando ella le anticipó la historia. “Llévala a Palacio para la foto”, le dijo, casi muerto de la risa.

Muy orgullosa, la niña acompañó a su abuela y al resto de la familia a una visita protocolar a Palacio, un mediodía.

Era una jornada de mucho trabajo, como cualquiera otra, pero Balaguer hizo una pausa y llamó a los visitantes y a uno de los fotógrafos de prensa.

De la audiencia de esa tarde, en la que el correteo y la risa de una niña iluminó el rostro del presidente, Rosalía sacó un fajo enorme de fotos, sentada en las piernas de su padrino, agarrada de mano de él, tocando con su tierna mano la esquina del escritorio presidencial y junto a él en uno de los sillones de ese sobrio salón, por el que diariamente pasaban estadistas, maestros, sabios, burócratas, charlatanes y anodinos, en busca de soluciones, favores o esperanzas.

De la incredulidad natural de aquella niña que le ripostó que si Balaguer era su padrino, el monarca español podría ser el suyo, Rosalía ejercitó todo lo humano que había en un hombre al que sus contemporáneos y adversarios solían ver únicamente como un estadista frío, despojado de sentimientos. El eco de su risa, casi infantil, mezclada con la explosiva alegría de su ahijada de once años, que se filtró, ayudado por la brisa, por pasillos y despachos, llevó en esa historia de amor el calor intensamente humano que nos daba a veces en su poesía y, por qué no, en algunas de sus obras como gobernante.

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Fuente: El Caribe