La última esperanza armada, un libro ignorado

0
201

Muchos lectores de Caamaño, la última esperanza armada (Santo Domingo, 1999, 269p.), de Manuel Matos Moquete, se preguntan por qué esta magnífica obra ha sido tan ostentosamente soslayada en Santo Domingo. Se trata de un extenso, intenso y ameno testimonio en que el novelista, ensayista e igualmente Premio Nacional de Literatura 2019 aborda de forma valiente y, podría decirse, sin concesión, aspectos de su propia experiencia de militante de la izquierda dominicana para tratar de explicar cómo, luego de la revolución de abril de 1965, fue reclutado en Cuba por Francisco Caamaño para formar parte de su proyectada expedición que liberaría el país del gobierno que la Pax americana había dejado instalado en Santo Domingo luego de la firma del Acta Institucional el 3 de septiembre de ese año que ponía fin a la guerra civil y dejaría diez meses después a Joaquín Balaguer en la Presidencia de la República.

Bien estructurada, Matos Moquete consagra en La última esperanza armada los primeros tres capítulos y el último a su propia vida; pero lo más importante de este excelente testimonio está destinado a su participación en el movimiento guerrillero que Caamaño organizaba en Cuba después de su desaparición, en octubre de 1967, de La Haya y, con la anuencia del gobierno cubano, comenzó a reclutar y entrenar guerrilleros para su proyecto revolucionario. Su abrupta desaparición como sabemos fue pasto para múltiples especulaciones hasta su desembarco en Azua y muerte en la Cordillera central dominicana el 16 de febrero de 1973.

De este Caamaño se han ocupado sus compañeros de expedición Hamlet Hermann y Claudio Caamaño. En 1980 leímos Caracoles; la guerrilla de Caamaño de Hermann que fue un éxito de librería luego su Francis Caamaño (biografía, 1973), y El fiero basado en la vida revolucionaria del guerrillero Heberto Lalane José, distinguida además con el Premio Feria del Libro 2009.

Herman comprendió que Caamaño había entrado en la leyenda y en la mitología dominicanas; que ni las leyendas ni los mitos se tocan a menos que no sea para medrarlos. Es ese Caamaño que la aparentemente desaparecida izquierda dominicana quiere que perdure del héroe de abril del 65; esa izquierda tampoco permite disidencia ni que se empañe la imagen de uno de los mitos que componen su Olimpo.

Claudio Caamaño ni Hamlet Hermann han contado detalladamente cómo fue la vida de Francis Caamaño durante los seis años de su entrenamiento en Cuba, menos aún sus desavenencias con Los Palmeros y otros izquierdistas. Hasta ahora sólo tenemos Caamaño, la última esperanza armada de Matos Moquete que, contrariamente a la hagiografía del Caamaño guerrillero, escribe en su excelente testimonio: “En nombre de nuestro pueblo y de la misión pública de Caamaño, hay que levantar el tabú, el secreto y contar… Aunque, nadie espere encontrar respuestas a ésas y a tantas otras preguntas que buscan develar el misterio del destino infausto del Caamaño guerrillero. Aquí sólo importa, por ahora, expresar unas vivencias que en sí significan grandes logros de la conciencia de nuestra generación” (p.15).

Tocar una leyenda tiene sus riesgos, Matos Moquete lo sabía y como si buscara exponerse a ser lapidado escribe que el liderazgo de Caamaño era “el capital más importante de esa nueva etapa de la lucha de la izquierda dominicana. Pero era también su gran debilidad. En gran medida, Caamaño había concebido su proyecto de continuar la guerra -interrumpida, se decía, no perdida- con la esperanza de que su carisma sería capaz convocar y arrastrar al pueblo hacia la lucha…” (p.65), dejando claro evidentemente que el propio líder revolucionario no había comprendido que al firmar el Acta Institucional en septiembre de 1965 había perdido la guerra. Observaciones de esta naturaleza el dogmatismo ancestral de la izquierda revolucionaria no lo podía dejar pasar y condenaría La última esperanza armada al “Infierno”, aquel lugar de las grandes bibliotecas en donde iban a parar los libros prohibidos durante la Inquisición y la censura de las monarquías absolutistas europeas y gobiernos totalitarios e intolerantes.

El excelente relato de Caamaño durante los entrenamientos en Pinar del Río de Matos Moquete nos da la única versión conocida hasta hoy de la vida cotidiana en el campamento en donde se veía a diario “el antagonismo ideológico y de comportamiento entre Caamaño y los militantes de la izquierda que se le adhirieron” (p.77).

“Para Caamaño”, agrega Matos más adelante, “el mando era no negociable ni compartible. Exigía obediencia absoluta y estricta soberanía en la toma de decisiones. Pero los ex catorcistas, como todos nosotros, militantes de los partidos de izquierda, estaban acostumbrados a opinar, disentir y dividir: se insubordinaron, rechazando la autoridad de Caamaño” (p.82). Rematando su opinión sobre el líder revolucionario al escribir que, aunque se compenetraba con sus hombres, nunca pudo superar la distancia que lo separaba de sus subalternos y que nunca dejó de ser el militar de antes de 1965.

Manuel Matos Moquete, supongo, es consciente de que al tocar un mito su obra estaba condenada al “Infierno” que la intolerancia izquierdista condena ese tipo de testimonio; tampoco se le perdonaría que escribiera que Caamaño nunca tuvo un ejército numeroso; que la mayor cantidad de hombres en el campamento no pasaba de 36 de los que sólo 8 le acompañaron en Caracoles; mucho menos que llegara a la conclusión de que prefería de Caamaño “la imagen que lo desheroíza” (p.189). Por: Guillermo Piñas-Contreras [Diario Libre]