¿La vida es un tik tok?

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Hace dos semanas descubrí in fraganti a un cliente de 78 años viendo un video en Tik Tok. El acecho lo turbó, sobre todo cuando advertí lo que miraba: una apetecible muchacha mientras agitaba su trasero al ritmo de un dembow. Al sentirse delatado, no tuvo otro reparo que confesar: “Estos videítos son estupendas terapias geriátricas”. Obvio, don Manfred es la excepción y quizás él no lo sepa, pero Tik Tok es una marca emblemática de la generación Z o posmilénica, aunque su contagio afecte por igual a viejitos resistentes.

Si hay una aplicación empática con nuestro tiempo, es esta. Es el retrato más conciso de los modelos de vida de las generaciones emergentes. Ese ha sido su éxito. Por eso no es casual que en poco tiempo supere a Facebook, Instagram, YouTube y Snapchat en número de descargas. Después de la aparición de Tik Tok, readaptarse al mundo estático de las fotos no será nunca igual, por muy de Instagram que estas sean.

A través de esta red social china se comparten clips musicales que permiten crear, editar y subir videoselfies musicales de un minuto. Tik Tok cuenta también con funciones de efectos especiales y filtros. Se estima que el 42 % de sus usuarios tiene entre 16 y 24 años. A diferencia de otras redes sociales, en Tik Tok no es necesario registrarse para disfrutar de su contenido, al menos si solamente se quiere ver videos y no realizarlos.

Al mirar videos en Tik Tok me hago preguntas tal vez muy serias para un pasatiempo tan corto. Quizás la más impertinente sea: ¿Qué se busca? Creo que la mejor respuesta es no hacer lo que inútilmente pretendo: tratar de entender. Lo más sabio sería dejar pasar y ver sus contenidos visuales como lo que son: puro entretenimiento y punto… Pienso que cualquier miembro de la generación Z que logre terminar la lectura de estas líneas no tardará en “sentirlas” como un necio fastidio, parecido al que resulta cuando se analiza un chiste en vez de disfrutarlo. Aun así, me arriesgo, también por puro ocio.

Tik Tok es una rica galería expresiva. Algunos de los trazos distintivos de las nuevas generaciones se insinúan vívidamente en sus videos. El primero es el protagonismo como pretensión compulsiva de la vida online. Ese afán de atraer, de convocar, de salir de la invisibilidad, de provocar admiración. Una atención que se evidencia en resultados tasables y comparables (en cantidades de descargas, seguidores, me gustas y comentarios). En la base instintiva de esta intención subyace la búsqueda de autoafirmaciones en un medio social poblado de soledades compartidas, negaciones y prejuicios. La temática recurrente (aunque no exclusiva) de los videos de Tik Tok es mostrar un cuerpo en movimiento rítmico o excitar el morbo con un gesto o baile insinuante. Se trata, para quien publica, de vivir esa autocomplacencia callada y hasta sádica al mostrar lo íntimo o ser objeto del deseo.

Otro trazo es la brevedad. Se trata de videos cortos, apenas sugeridos, adaptados, por demás, a los patrones críticos vigentes: más de impresiones que de respuestas. Las primeras son emocionales y repentistas; las segundas, racionales y reflexivas. Y es que el análisis dilatado o la crítica estructurada no son precisamente prácticas dominantes en el ejercicio comprensivo de la realidad de hoy. Se prefiere lo sensorio, lo empírico y lo inmediato, algo que refleja muy bien la experiencia visual, por eso la lectura literaria ha agudizado su crisis en los últimos veinte años a expensas del auge de los videos de Youtube o las series y thrillers de las famosas plataformas streaming.

Hoy se impone lo obvio, lo simple y lo explícito, aquello que no compromete mayores capacidades de comprensión que la simple observación o lo que esté al alcance inmediato de los sentidos. Tik Tok envasa y conecta con esa cultura liviana del mínimo esfuerzo, del relato explícito y de la intimidad privada exhibida como espectáculo público.

El tercer trazo es la cultura sensorial que sirve de trasfondo y le provee la materia prima al Tik Tok, esa que entrona la estimulación de los sentidos como base y fin. Es primaria, experimental y adictiva porque los sentidos se nutren de necesidades nuevas en una cadena de búsqueda inconclusa, siempre insatisfecha. Dentro de esta cosmovisión, la complacencia a los sentidos constituye un imperativo ontológico. La cultura sensorial relega el conocimiento o la búsqueda de la verdad a planos marginales para proclamar la emancipación de los sentidos. La gente busca “sentirse bien”; el paradigma del éxito es la prosperidad en la libertad para “disfrutar la vida”. La idea cultural de vivir en confort a costa de la mínima inversión es obsesiva en un medio donde el sacrificio y la solidaridad pierden centralidad. La sociedad sensorial es distraída, narcisista, compulsiva, plástica y provisionalmente permanente. Tan mutante como las circunstancias que le urgen y tan quebradiza como las sensaciones que le seducen.

En el catálogo de las adicciones de la cultura sensorial la sexualidad es mítica. La realización está coronada con esa expectativa como fuerza, motor, estímulo e ideal. El sexo libre es música, publicidad, arte, redes, cine, industria, mercado, consumo y sistema; se mira, se oye, se palpa, se siente, se adora. La música es una propuesta monotemática donde lo sexual es obsesivo y no se trata de un sexo acicalado en imágenes sutiles, sino desarraigado de su carnalidad primaria. La sensualidad es idea o premisa psicótica en Tik Tok. No se muestra mayor talento que un buen cuerpo ni mejor virtud que un meneo de bajo vientre ¿Para qué? Todavía no sé.

El problema no es Tik Tok, que solo es un canal de expresión; lo que debe convocar la atención es lo que una generación (con vocación de reemplazo) está produciendo. En la semiótica del fenómeno he tratado de reconocer algún sentido constructivo a lo que se difunde y no salgo de la mera entretención, lo cual es legítimo, pero ¿cuál es el valor social agregado? ¿Valdrá la pena dedicar el tiempo que un consumidor habituado le presta?

Se estima que las personas comprendidas entre los 16 y 20 años pasan tres horas diarias en las plataformas de las redes sociales. He robado apenas siete minutos de ese tiempo para este desahogo que se esparce en siete videos de Tik Tok. Si con este artículo no logro nada relevante, como casi estoy seguro, entonces habré hecho el mismo esfuerzo de inutilidad que empeña un video en Tik Tok. Quedamos entonces parejos. Por: José Luis Taveras [Diario Libre]