Ni tan buenos ni tan santos

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En estos tiempos de la bautizada civilización del espectáculo, en que la banalidad y la frivolidad campean y las verdades escasean, pues ya no solo la gente quiere embellecerse, rejuvenecerse o cambiar todo lo que le disgusta de su físico, sino que algunos hasta llegan a fabricarse una vida para venderla no solo en las redes sociales en las que al presumir de propiedades, riquezas o conocimientos que no tienen, logran embaucar a seguidores incautos bajo su influencia, sino que están dispuestos a engañar a sus electores presentándoles una hoja de vida fabricada para encajar en un modelo con alto potencial de ser comprado.

Esto es precisamente lo que ha ocurrido con el representante George Santos, electo como diputado del tercer distrito de Nueva York por el Partido Republicano en las elecciones de medio término celebradas en noviembre pasado, en las que se presentó como un retrato de cuerpo entero del sueño americano, un joven de 34 años, homosexual, primera generación americana hijo de inmigrantes brasileños, de ascendencia supuestamente judía, cuyos abuelos supuestamente emigraron desde Ucrania a Bélgica y de ahí a Brasil huyendo la persecución nazi, con una supuesta preparación académica y experiencia profesional en reputadas instituciones.

Ese perfil que reunía tantos elementos fácilmente mercadeables, empezó a derrumbarse tras una publicación realizada por el prestigioso diario New York Times, que puso en duda diversos aspectos del currículo publicado por George Santos, y a partir de ahí no han cesado los cuestionamientos pues aparentemente no solo no hay ningún registro de su asistencia a Baruch College ni a la Universidad de Nueva York, sino tampoco de que haya laborado para Citibank y Goldman Sachs, así como que es falso que fuera de ascendencia judía, y que tuviera las propiedades inmobiliarias que declaró tener.

Esta avalancha de mentiras en una sociedad como la norteamericana en la que la verdad culturalmente es muy valorada y el perjurio severamente castigado, no solo se limita al parecer a haber “embellecido” su perfil como ha expresado el representante Santos quien además ha dicho que permanecerá en su cargo sin el menor rubor tras haber sido desenmascarado, sino que hay serios cuestionamientos sobre sus gastos de campaña, y la fiscal del condado ha informado que están examinando numerosas fabricaciones e inconsistencias de su campaña, a la vez que recordó que “nadie está por encima de la ley, y que si un delito fue cometido en ese condado, lo van a perseguir”.

A pesar del escándalo que perjudica a los republicanos, estos han sido muy tímidos, pues no solo es inusual la expulsión de un representante que requeriría una mayoría calificada, sino que en el caso de que se hiciera tendría que realizarse una elección especial, y los republicanos correrían gran riesgo de perder ese curul en la Cámara de Diputados, y ahí lamentablemente los intereses políticos superan la moral, lo que naturalmente erosiona dicho partido, y la labor de los comités en los que Santos ha sido incluido.

Si eso sucedió en un país en el que los controles y las investigaciones son muy rigurosos, puede suceder en cualquier parte del mundo. Sin embargo, en vez de reforzar los mecanismos de control y las obligaciones de los partidos y candidatos de dar informaciones sobre sus gastos de campaña, como propuso la Junta Central Electoral, y de establecer la obligación de que las declaraciones juradas de funcionarios electos sean vinculadas a sus declaraciones de renta para que no exhiban montos ficticios de patrimonios que aspiran a tener, nuestros legisladores quieren aprobar una reforma al régimen electoral que deje a sus anchas a los candidatos y partidos para continuar no solo con el dispendio, sino con la infiltración de dinero sucio que no solo se lava en las campañas, sino que determina candidatos electos. Recordemos que no son ni tan buenos ni tan santos como para no estar sometidos al debido control y a la obligación de información, mecanismos que tienen incluso que ser revisados y reinventados para asegurar su efectividad, en estos tiempos de falsedades, mentiras y posverdades. Por: Marisol Vicens Bello [El Caribe]