Cuando la realidad sobrepasa la imaginación y la racionalidad no es suficiente para explicarla, el absurdo se constituye en categoría histórica. Superadas las épocas pretéritas en las que la tiranía, golpes de Estado, guerra civil, doce años o la Guerra Fría justificaban cualquier desmán, atropello o “intercambio de disparos”, cuesta creer que inocentes siguen muriendo a manos de quienes están llamados (y obligados) a protegerles.
A la luz de los hechos, debemos concluir que en el país no existe un problema de seguridad ciudadana, no, existe un problema de Policía Nacional. La institución quedó atrapada en el tiempo, su propio logo lo atestigua: dos pistolas de chispa del siglo XIX, acordes con la mentalidad que allí impera.
En la República de los Diagnósticos, Estudios y Sugerencias Dominicana ya se sabe lo que hay que hacer… y desde hace tiempo. En las últimas dos décadas se han hecho notables esfuerzos por modernizar una institución necesaria, pero todos han fracasado por lo mismo, falta de voluntad política.
En países como el nuestro, la voluntad política emana del presidente de la república, y la fuente de su poder proviene de la máquina para hacer decretos y cheques, y el bolígrafo con el que los firma, lo demás es redundante; así que, ante situaciones de descalabro institucional, el responsable final solo puede ser uno.
El presidente ha tenido una comprensión meridiana del problema y lo ha asumido con responsabilidad como prioridad de su gobierno. Nunca se había contraído a nivel presidencial tantos compromisos; más allá de diagnósticos se establecieron acciones, hoja de ruta y presupuestos, de ahí que lo que puede ser su exclusivo éxito puede también ser su fracaso. Atrapado en su relato, solo él podrá cosechar resultados tangibles y solo él asumiría la responsabilidad por el pecado de haber querido modernizar la institución y no lograrlo… Ockham estaría orgulloso.
La sociedad no aceptará términos medios, ni excusas; los ciudadanos ya no mueren en las calles a manos de la policía, mueren en los cuarteles, esposados, torturados y a ojos vistas. El patrón no se inscribe en la perversa y tradicional estrategia de llenar las calles de sangre para hacer saltar al jefe de turno, esta vez estamos frente a un desafío directo a la máxima autoridad constitucional y al Estado de Derecho.
El presidente Luis Abinader no debe dudar un solo segundo, la huida es hacia adelante. Refundar la Policía Nacional será su más perdurable legado, el más profundo y memorable cambio. Por: Federico Jovine [Listín Diario]