Realismo mágico británico y realismo castizo ibérico

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Gabriel García Márquez no inventó el realismo mágico pero fue su autor más popular. En «Los funerales de la Mamá Grande», que falleció, como Isabel II, nonagenaria y en septiembre, cuenta que sus exequias, caribeñas y exageradas, fueron «como el recuerdo de otra época».

El largo adiós a la Reina Grande, que fue soberana de varios países del Caribe, además de pompa y circunstancia, ha estado repleto de elementos del realismo mágico, ese mundo de singularidades, peculiaridades y extrañezas dentro de la realidad. Reyes y reinas, un emperador, príncipes y princesas, presidentes, jefes de Gobierno, gobernantes democráticos y algún dictador despidieron –y salieron en la foto– a la monarca británica, casi como extras de una gigantesca representación, con apartado propio para la coincidencia de los Reyes Felipe y Letizia y Juan Carlos y Sofía.

Todo perfecto y organizado, pero también con sus contradicciones, más o menos mágicas. Uniformes militares de gala para el rey Carlos III, para su hijo Guillermo, para su hermana Ana –de almirante y con medallas y entorchados– y para su hermano Eduardo. Tienen derecho, como generales, almirantes o coroneles, más honorarios que efectivos de regimientos y brigadas, pero ninguno ha sido militar.

Sin embargo, porque no han sido modélicos, los príncipes Andrés y Harry, militares de profesión y veteranos de guerra, de paisano, pero también ahí, todo sobre un fondo inmenso y multicolor de uniformes de gaiteros, beefeaters, coraceros, húsares, granaderos, policías montados del Canadá y de Londres, observados por cientos de miles de británicos y turistas –sin olvidar vendedores, carteristas y guías más o menos casuales–, que completaban el homenaje a una reina y además formaban parte del mayor espectáculo televisado de realismo mágico británico, porque la realidad siempre supera a la ficción.

 Isabel II visó parte de sus funerales. Juan Carlos de Borbón, el rey en el destierro nunca quiso abordar el asunto. No está claro que haya previsto ningún protocolo, más allá del utilizado para los funerales de Calvo Sotelo y Suárez, que no fueron jefes de Estado. El ejemplo británico, incluido un notable componente religioso, agrade más o menos, habría que tenerlo en cuenta en España, en donde se improvisa bien y con eficacia. Quizá no haga falta llegar a los extremos de realismo mágico de los funerales de la Reina Grande, pero tampoco habría que dejarlo albur del realismo castizo ibérico, porque también será la imagen de un país y «el recuerdo de una época». Por: Jesús Rivasés [La Razón]