¿Realmente el presidente Abinader podría realizar en sus dos años finales de mandato, un gobierno realmente suyo y no de recomendados por el que se entiende líder de facto del PRM?

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Sin ánimo de ofender, pero sí de realizar las apreciaciones correctas y de cara a lo que un presidente con probabilidad reeleccionista constitucional debería de tener en cuenta si quisiera ganarse su continuidad, se hace más que evidente, que el mandatario deberá demostrarle a la nación, que en la segunda parte de su mandato, es el diseñador y arquitecto de su gobierno y no que responde a intereses partidarios que decididamente y en muchos aspectos, no podrían ser los propios de Abinader persona y menos del Abinader político.

En este sentido, hasta ahora muchos ciudadanos han aceptado que el expresidente Hipólito Mejía se mostrara como el titiritero que organizó la estructura orgánica de la administración, al menos es lo que se cree y por aquello de que se llegaba al poder dentro de una grave pandemia de salud y como resultado del desencanto popular hacia un anterior gobierno progresista, que, por ambiciones desproporcionadas de su presidente, terminó empantanado dentro de un amplio rechazo nacional.

Debido a esa circunstancia, Abinader llega al poder dentro de esa especie de crisis de credibilidad y no ocasionada por él o su partido y sí porque la ola de inconformidad que se dio en los últimos meses de las elecciones del 2020 con relación al gobierno del PLD generó un alto grado de rechazo contra todo aquel ciudadano que pudiera ser designado en un alto cargo gubernamental.

De ese modo, Abinader no pudo aplicar el programa de gobierno que su partido había diseñado y sí que debió de abocarse a un accionar de trabajo entre sorpresivo y de emergencia, que terminó llevándole a una toma de riesgo ni siquiera calculado, de designaciones que realmente no se correspondan a sus propias apetencias y que fue el origen del porqué y antes de seis meses, debió de remover funcionarios, que excediéndose en sus funciones, caían dentro de un descrédito moral tan acusado, que si Abinader no los hubiese removido, seguro que sus primeros dos años habrían sido más que difíciles y para no hablar de poco creíbles.

Sin embargo, el presidente articuló más o menos bien y casi regular y estructurar su primer gabinete y fue notoria la preponderancia que había adquirido el expresidente Hipólito Mejía y prácticamente, como si fuera algo así como la voluntad que designaba detrás del presidente, imagen que se reforzó, cuando se supo que Abinader se reunía cada lunes con el expresidente y según como se anunció “a pasar revista al día a día del gobierno”.

Mejía, que como presidente fue casi un desastre y con una valoración, que en una escala de cero a diez puntos, como mucho lograba un cuatro y esto conservadoramente, si se analiza, que para el 2003 provocara la quiebra general del principal banco de desarrollo nacional y arrastrando de una u otra forma a tres bancos más, cuando lo que debió de haber hecho era imponer un rescate bancario que al Estado le saliera menos costoso de lo que su accionar imprudente provocara y para colmos, arrastrando a la economía a un terrible hoyo financiero de 4 mil millones de dólares que apenas al cierre de 2019 la nación pudo cubrir, no era precisamente la mejor muestra de apoyo político e institucional que Abinader podía tener y tal como se ha visto, superó aquella situación tan incómoda, gracias a que Abinader supo maniobrar astutamente y hasta lograr manejar por sí mismo su gobierno y lo que devino en un apoyo sostenido y creciente a su favor y por parte de las fuerzas vivas y la sociedad civil.

Por ese saber accionar a tiempo y sabiendo pensar por sí mismo, sin duda que fue la razón de que Abinader lograra la credibilidad que le ha merecido ser en estos momentos una adecuada probabilidad reeleccionista, todavía no del todo articulada con eficacia, pero sí con cierto futuro.

Es así como el presidente cumplirá su segundo año al completo en el poder el martes 16 y visto con imagen, quehacer y proyección propia y al tiempo que pudo sortear las dificultades iniciales de fallas en la credibilidad gubernamental y debido a los pocos funcionarios que se atrevieron a traicionar la confianza que él había depositado en ellos.

Ahora y de cara a las elecciones de mayo de 2024 y la entrega del poder el 16 de agosto de ese año, muy pocos dudan de que el presidente ha sabido imponerse por encima de todos los intereses creados y también, que en cierta manera ha sabido tomar distancia  y no solo de Mejía, sino también de todos los otros sectores de peso y economía o poder fáctico e incluidos determinados representantes de la oligarquía controlada por los hermanos Vicini y cuya mayor muestra se ha tenido con la remoción de quien era ministro presidencial salido de las empresas de la familia oligárquica  y sin que tampoco haya significado que el presidente pudiera haber roto con esos sectores y sí que la ciudadanía entendió, que Abinader ya se maneja muy por encima de los miembros de su gobierno plutocrático.

Al darse esa imagen, muchos sectores de la población en capacidad y calidad electoral, entienden, que Abinader y sí sabe “afinar” su gobierno y con nombramientos que reflejen su propia voluntad política y no cargar con la cuota de enemigos políticos ocasionales, que tanto su partido como eventuales aliados pudieran cargarle, bien que podría hacer un gobierno mucho mejor que sus primeros dos años y que como expresión propia, pudiera impulsarle a pensar seriamente en asumir el reto de su probable o posible reelección constitucional.

Además hay otro aspecto que debe destacarse y sí tenerlo en cuenta muy seriamente: Que políticamente hablando, la influencia de Mejía, realmente no pasa de dos años y sí atendemos a las naturales razones biológicas que le acompañan, mientras que Abinader tiene toda una vida natural y política por delante, que pasa de los 30 años de influencia directa en la vida nacional y que es el factor preponderante del por qué su vigencia política es cierta y firme y lo que ni siquiera los otros dos expresidentes, Medina y Fernández pudieran alardear.

Consecuentemente, en estos dos años que le quedan de mandato, Abinader deberá hacer un gobierno, en el que se destaque el elemento humano desde el 1967 y el otro del 1976, más todos aquellos jóvenes maduros de ahora a los que el Estado envió como graduados universitarios a especializarse al exterior y desde el 2004 al 2020 y para que sea el factor generacional a destacar y a prevalecer y de cara a la nueva generación política, social, educativa y humana que quienes están comprendidos entre los 45 a 65 años de edad, están llamados a dirigir y guiar a la República, ¿y qué mejor garantía, que contando con un presidente que en el 2024 tendría 57 años y con una amplia experiencia como jefe de Estado y de Gobierno?

Teniendo pues muy presente esa realidad tan pragmática, es que preguntamos: ¿Realmente el presidente Abinader podría realizar en sus dos años finales de mandato, un gobierno realmente suyo y no de recomendados por el que se entiende líder de facto del PRM? (DAG)