¿Se habrá dado cuenta el presidente Luis Abinader, de que se le ha abierto una grieta en su hasta ahora bien estructurada imagen pública y por eso de ciertos actos de corte demagógico o populista que ha protagonizado?

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A primera vista, parecería que la presencia presidencial en el sitio del rescate de dos mineros que quedaron atrapados en una mina en el Cibao Central fue una decisión personal de corte humanitario y hasta de identificación del presidente con los asuntos mundanos de una parte de la población.

Sin embargo, en términos de estrategia propagandística para ganar o retener prosélitos, aquello fue lo más parecido a un acto desesperado de rescate de imagen, cuando lo lógico, correcto y políticamente manejable, era que el primer mandatario hubiese enviado en su representación al ministro de Minas y al otro de Salud Pública.

Mucho peor fue el momento que Abinader también protagonizó, de persignarse al rezar el padre nuestro y que, dadas sus funciones de encabezar un Estado laico, fue simplemente contraproducente.

Se salvó, porque el liderato político opositor no le destrozara y tampoco su entregado sector mediático y por el hecho oportunista también conocido, de que esa gente y para nada, no quieren que se les vea como confrontados ante la corporación política, económica y religiosa, que, desde su curia, dirige los ritos y negocios de la Iglesia Católica en este país.

Aun así, la penosa imagen de beato en ciernes hirió profundamente las retinas de ese amplio porcentaje de la población joven entre 15 y 35 años, que cada día se aleja de lo religioso, pero sin dejar de creer en Dios.

En este sentido, el primer mandatario debería administrarse mejor y por encima de todas las cosas, debe mostrarse como la cabeza y jefe del Poder Ejecutivo y no como el alabardero hipócrita de creencias religiosas determinadas y disfrazadas de oportunismo político y que de cara al futuro inmediato deberá corregir. (DAG-OJO)