Sin consecuencias

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Hace unos días participaba en una conversación con varios empresarios de alto porte, quienes expresaban su preocupación por la falta de disciplina social que se experimenta en el país. Por esos días, tertuliaba con colegas sobre el mismo tema. Y un poco antes, un chofer de Uber me expresaba su preocupación por el “tigueraje” creciente que hay en las calles.

Todas esas personas, con extracciones sociales disímiles, coincidían, a su manera, en una misma cosa: que en República Dominicana no hay un régimen de consecuencias eficiente y que los delincuentes mandan en la calle.

Yo no sé si ellos tienen razón en que los maleantes han tomado las calles, pero sí estoy de acuerdo completamente en su hipótesis de que estamos en una sociedad en que el régimen de consecuencias se ha perdido, lo cual es desastroso para cualquier aspiración a vivir en paz.

Y no es sólo una percepción. Quien me diga eso está completamente ciego. Lo único que hay que hacer es mirar a diario la cantidad de casos de violencia o de indisciplinas sociales para echar por tierra cualquier defensa. No, no es normal que los delincuentes anden armados y atracando personas a plena luz del día. Tampoco es normal que se usen las avenidas del país para echar carreras clandestinas. Y menos hay que aceptar el macuteo como práctica cotidiana, porque eso es inmoral.

Una de las razones por las cuales decidí hacer de República Dominicana mi hogar es porque, con sus luces y sus sombras, era un país pacífico y muy decente. Regresé tras vivir aquí en los noventa, en parte porque quería huir del mal clima social que se vive en Puerto Rico. Ver aquí el deterioro social que experimentó mi nación me duele, porque es un calco tan perfecto, que ya no sé cuál de los dos países se dañó primero.

Con los delincuentes no se negocia. A los delincuentes hay que hacerles saber que la paz ciudadana va por encima de ellos y que es sagrada. Hay que dejarse de blandenguerías y arrancar un verdadero proyecto de limpieza callejera, porque sino lo hacemos, nos llevará quien nos trajo. Por: Benjamín Morales Meléndez [Diario Libre ]