Todo depende de la red

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En Melbourne, en la otra punta del mundo, dos chavales extenuados se juegan el pase a cuartos de final en el Open de Australia. Es el último punto del último juego del último set del partidoLlevan tres horas y cuarenta minutos dándole estacazos a la bola. El ruso Rublev, de 25 años, está rojo como un tomate. El danés Rune, de 19 –un niño, vamos–, no puede con su alma.

El que gane ese punto gana el partido. Saca Rune. El ruso empuña la raqueta con las dos manos y contesta con un revés. Este es uno de esos momentos que en las películas ponen a cámara lenta. La pelota, malvada, tropieza con la cinta blanca que hay en la parte superior de la red y bota un poquito hacia arriba. Por un segundo, un interminable y agónico segundo, nadie respira, nadie sabe lo que va a pasar. Y cuando la fuerza de la gravedad hace su efecto, la pelota decide caer, lenta, exánime, en el lado del crío noruego.

Rublev cae al suelo, se agarra la cabeza con las manos, se le saltan las lágrimas. Ha ganado, sí, pero pide perdón con gestos. Sabe que así no se deben ganar los puntos y menos los partidos. Sabe que si la pelota hubiese cambiado su trayectoria vertical en dos milímetros, tan solo dos milímetros, él habría perdido. Sabe, o cree –lo dirá luego, que el triunfo no ha sido suyo sino de la red, que lo ha decidido todo sin saber por qué.

Nosotros estamos muy lejos de Melbourne y nos pasamos la vida discutiendo. Que si había que ir a Cibeles a defender la Constitución o si no había que ir para no apoyar a los ultras y a los antivacunas. Que si Putin tirará por fin la bomba o no. Que si el procés de las narices se ha terminado o si solo están esperando para volver a liarla.

No nos damos cuenta de que todo eso, toda nuestra vida, depende muchísimas veces de una decisión que toma una sola persona a la que no conocemos. Puede decir que sí o que no, que te da tu pensión o que te la niega, que seguirás siendo pobre o que volverás a ser un ser humano digno. Todo eso y muchas cosas más –tu futuro, el de tu familia, tu propia vida– dependen de lo que decida en un despacho alguien que no sabe quién eres ni lo que te pasa. Alguien a quien no le importas.

Es la red. Es el azar despiadado de la pelota que tropieza con la red. Todo está ahí, en la cinta blanca que hay encima de la red.

Puede que caiga del lado bueno, puede que no. En cualquier caso, hay algo que está claro: la red no tiene sentimientos. No tiene piedad. Ni siquiera en el último punto del partido. A ella qué más le da. Por: Luis Algorri [20 Minutos]