Cuando se cumple con el deber, no hay miedo

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Un día alguien vendrá y contará tu historia, pero a los que aquí hoy quedamos, solo nos toca contar nuestro dolor.

Los que vengan después lo tendrán fácil, pues entre las muchas virtudes del tiempo, la decantación de las pasiones es una de ellas; así que lejos quedarán las pequeñas malquerencias que quizás algunos albergaron contra ti; las envidias, los celos, las traiciones, los pequeños errores.

Los que contarán tu historia tendrán a mano documentos fríos, legajos, recortes de periódicos, entrevistas, declaraciones tuyas… en fin, material primario para reconstruir el personaje con precisión, y describir tu paso por la cosa pública como lo que fue: ejemplar.

Hablarán también de tu escrupuloso manejo de los recursos públicos; tu amor al medio ambiente; tu apego irrestricto a la ley y a los procedimientos; tu honestidad y transparencia; el sentido de justicia que determinaba cada una de tus actuaciones, que cual aprendiz de Salomón, siempre escuchabas a todas las partes envueltas en un conflicto, siempre procurabas entenderlas, ser empático con sus planteamientos, pretensiones y temores.

Y digo que lo tendrán fácil, pues dejaste demasiadas huellas por donde pasaste, tanto en el plano personal, como en tu ejercicio profesional, académico, político e institucional.

Pero para quienes hoy tenemos que contar nuestro dolor, solo el absurdo puede explicar el trágico final de una vida consagrada al servicio. Es difícil ser objetivo desde la más absoluta subjetividad de la devastación y el llanto.

Si la vida de un ser humano se midiera en función del recuerdo que su paso por la tierra deja en el corazón de sus congéneres, entiendo entonces que la tuya fue grandiosa y única. Si no, ¿cómo explicar este dolor colectivo que abate a toda la sociedad?, ¿o todas las palabras dichas en tu nombre, aun por aquellos que hasta hace apenas días eran tus adversarios, tus críticos, tus acérrimos opuestos? Y es que en cualquier terreno que escogiste, siempre te guiaste de tus principios y valores como norma para interactuar con los demás, y respetaste a todos por igual, sin importar las diferencias sociales, políticas, económicas, y trataste a todos con la misma decencia y dignidad… con la misma sonrisa.

Hoy toda la nación te llora, y los que aquí quedamos debemos asumir tu compromiso de luchar por un mejor país hasta las últimas consecuencias… literalmente.

Ve con Dios, Orlando, acude al llamado del Padre con la conciencia limpia del deber cumplido, con tu dignidad impoluta, y con la certeza de que quienes tuvimos la dicha de conocerte, trataremos de seguir tu ejemplo, pero, sobre todo, nunca te olvidaremos. Por: Federico A. Jovine Rijo [Listín Diario]