Danilo Medina versus el PLD

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Danilo Medina es el dueño del PLD. La lealtad a su liderazgo es premisa implícita para ocupar un asiento en el Comité político. A los viejos dirigentes no les provoca controvertir al líder. ¿Qué ganarían? Estuvieron en el poder y vivieron de él gracias a Medina.  Adversarlo ahora sería insensato. Lo peor es que no hacen ni dejan hacer. Son diques de contención a cualquier designio de cambio.

Los jóvenes que subieron al Comité político aspiran a construir su futuro. Estar en el núcleo de las decisiones orgánicas es una distinción que ninguno defraudaría. Así las cosas, en el PLD no pasará nada distinto a lo que Medina tenga en su cabeza, y en ella solo cabe una idea: restaurar su maltrecho retrato político. Solo el poder le da esa garantía y al parecer él tiene la convicción (o ilusión) de lograrlo. No sabemos cómo, pero mientras tanto vive la fantasía.

Medina es un hombre anónimo que se mueve en las orillas.  La autocensura lo calla; la vergüenza lo arrincona. Fuera de los velatorios, no se le ve en actividades sociales ni frente a la prensa.  Desde que entregó el gobierno sus únicos tuits son pésames luctuosos.  Está emocionalmente disminuido y expresivamente retraído.  Reformar un partido no está en su agenda. Hay atenciones más perentorias y todas tienen un techo: el 2024.  Tener a media familia presa con imputaciones graves lo aturde. Convivir con el bochorno lo constriñe. 

Quien crea que en el PLD se van a producir cambios intencionales deberá esperarlos después del 2024. Y es que hay un problema de entendimiento básico: los apremios del partido no son los de Medina. El partido puede esperar, Medina no.

El PLD precisa del futuro que Medina le niega. Para el expresidente lo perentorio es una candidatura promisoria o una buena alianza electoral; para el partido, una inaplazable reestructuración. Nada impide que se acometan las dos pretensiones en paralelo, pero llegarán a un inevitable punto de entorpecimiento. Armar un candidato competitivo supone casi siempre negociar concesiones sustantivas que refutan las bases de una reforma como a la que está obligado el partido. 

El problema para Danilo es que, en su ansiedad, quiere mostrar unos músculos que el partido no tiene. Para fortificar esa apariencia lanzó a destiempo precandidaturas ajadas. Promover un precoz proselitismo con la idea de activar un partido que no ha digerido su derrota es buen síntoma de desorden perceptivo. Sus muchachos no son tales; son jóvenes de apariencia, pero con perfiles cansados. La mayoría formados en la vieja política y hechuras de sus veinte años de gobierno. Apenas se cuentan dos aspiraciones frescas: Maritza Hernández y Karen Ricardo, pero sin el empuje necesario para dar una tímida sorpresa.

La presunción de estratega que algunos le suponían a Medina terminó de desmoronarse en las pasadas elecciones: Gonzalo Castillo fue un experimento malogrado desde su concepción. Fue una escogencia desesperada para un presidente apurado que buscaba con los dientes un salvoconducto para evitarse el trance que hoy padece… y el que le espera.

Medina se dispone a tropezar con la misma piedra. Y será peor, porque Gonzalo tuvo a su favor, además de todos los medios del Gobierno, un periodo muy corto para revelar lo que era. Lo poco que mostró fue suficiente para desestimarlo electoralmente. Estos precandidatos, en cambio, ya están en el ruedo; algunos empiezan a descartarse en la antesala del debate.  Entre todos no se arma una proposición consistente. Reaccionan con críticas emotivas, sueltas y quebradizas. Es difícil sostener una candidatura auspiciosa con una comprensión política tan desvertebrada. La sociedad ha cambiado y sabe discriminar; demanda con exigencia.

Los apuros de Medina no deben arrastrar al partido. El PLD es más que Danilo. No ha habido un solo discurso pronunciado por el expresidente que no deje clara su única expectativa: llegar al poder en el 2024.  Con ella mantiene en el embeleso a una militancia dubitativa. Más que una premonición, es un mantra.

Cuando un partido con cinco períodos de gobierno sale abatido por el descrédito y en esa condición no es capaz de abrirse a la autocrítica, es porque ha perdido conexiones vitales con la realidad. El partido refleja así el temperamento perturbado del líder: enajenado, soberbio y abstraído.

El PLD debe superar a Medina y buscar su identidad. No tiene otro camino. Lo que no sabemos es si existen esas determinaciones. Las circunstancias dirán.  Lo cierto es que el sistema necesita a un PLD renovado, depurado y reconstituido.

No soy de los que apuestan por la quiebra de las formaciones partidarias. Una democracia sin partidos es el paso más cercano al populismo totalitario.  Y a pesar de que algunos me estiman como un crítico irrazonable del PLD, creo estar más claro que muchos de sus viejos dirigentes. Me parece que, más que volver al poder, el reto del partido es superar a Danilo Medina. Cualquiera que ve desde afuera, menos Medina, se dará cuenta de que lo primero depende de lo segundo. Como el sol al día. Por: José Luis Taveras [Diario Libre]