El futuro es una casa de cristal

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Si todo es pasado, si el presente no existe; tampoco el futuro que, como el horizonte, siempre estará más allá, un poco más lejos. La invención de la fotografía combinada con la electricidad dio origen al cine. La imagen en movimiento devino, en el siglo XX, un arte que sigue campante su camino. Un arte que, como el teatro, es incapaz de desprenderse del presente del indicativo. Para suplir esta carencia recurre a diferentes artilugios que muestran que la escena representada se desarrolla en un tiempo anterior o posterior a la escena representada.

El cine, a pesar de su inevitable presente, es capaz de mostrarnos el futuro gracias al eufemismo “ciencia ficción”. Iván Efrémov, autor de La nebulosa de Andrómeda (1967), consideraba que la ciencia es “simplemente lo fantástico que ha demostrado ser verdadero.” Es decir, el futuro.

Enemigo público [Enemy of the State, 1998], de Tony Scott, con aire de intriga policíaca, narra las vicisitudes de un testigo indirecto del supuesto accidente de un diputado que se oponía a una ley que iba en contra de la libertad individual. Detrás de ese “accidente” estaba el subdirector de la NSA. Un testigo que filmaba el asesinato fue captado por las cámaras del entorno. Huye y, sin explicación, entrega el ship de la grabación a un amigo abogado poco antes de que los servicios de la NSA le asesinen. Al darse cuenta de que no podía escapar a la vigilancia de los asesinos de su amigo, el abogado recurre a un ex agente de la NSA que le explica que debía deshacerse de todo cuanto llevaba sobretodo el teléfono móvil que era la conexión con los satélites que vigilan la casa de cristal en que se ha convertido nuestro planeta.

Los que vieron la película conocen el final de la historia. Otro filme del mismo tenor es Matrix (1999), de los hermanos Wachowski, que nos describe un futuro en que la realidad es una simulación virtual conectada a una matriz dotada de inteligencia que domina a los humanos. Neo, hacker justiciero, aparece como el mesías capaz de salvar a la humanidad del imperio de las máquinas. Mucho antes del final del siglo XX, Stanley Kubrick había realizado 2001, odisea del espacio (1968), en que un ordenador se apodera del control de una nave espacial. En julio de 1969, Apolo XI alunizó. Pensamos entonces que con “ese corto paso” en la luna entrábamos en el futuro.

El 31 de diciembre de 1999 sabíamos que, al día siguiente, entraríamos en un nuevo milenio. Se temió que el primero de enero de 2000 actuara como un fin del mundo para los ordenadores que tenían a cargo la seguridad informática mundial. Más miedo que daño. No impide que en los primeros lustros del siglo XXI un informático australiano, Julián Assange, penetrara en la computadora del Departamento de Estado norteamericano y revelara al mundo informes confidenciales de embajadas sobre gobiernos, políticos y empresarios del planeta que sólo tenían de verdad los nombres de los mencionados; Edward Snowden también destapó al mundo que la NSA y el FBI vigilaban teléfonos y de correos electrónicos de jefes de Estado  exactamente como evocaba Tony Scott en su fabuloso y cautivante Enemigo público en 1998. No estaba lejos de lo que ya existe: drones tan pequeños como una mosca capaz de filmar y registrar una reunión top secret, o violar, sin distinción, la intimidad del ciudadano de a pie.

Es suficiente haber conectado su ordenador una vez a la Internet para abrir la ventana de su libertad individual al mundo. El celular figura entre los principales enemigos del utópico derecho a la privacidad. Muchas coartadas son descartadas por las antenas de repetición del móvil al momento de la fechoría. En la trilogía Millenium de Stieg Larsson, Lisbeth Salander es capaz de acceder a cualquier ordenador por más protegido que esté. Los hackers no tienen límites. La NSA, por ejemplo, que conoce muy bien el alcance y la debilidad de la ciencia de la información, ha sugerido al gobierno de Estados Unidos no aceptar la entrada de móviles a sus embajadas en el mundo.

La tesis filosófica de 2001, odisea del espacio y, años después, de Matrix se verifica a diario en los millennials que no pueden separarse del móvil, del ordenador ni de las redes sociales. Facebook, dice Mark Zuckerberg, su fundador, se llamará “Meta” para ampliar su visión de realidad virtual para el futuro. Aclara que “el metaverso será un lugar en el que las personas podrán interactuar, trabajar y crear productos y contenido, en lo que espera sea un nuevo ecosistema que genere millones de empleos para los creadores.” Zuckerberg no está lejos de lo que vimos en el mundo virtual de Matrix, nos dirigimos directamente a la realidad virtual, presenciar en 3D lo que acontece a nuestro derredor como había anticipado Adolfo Bioy Casares en su extraordinaria novela La invención de Morel adaptada al cine en Francia (1967) y en Italia (1974). Así como el cine ni la realidad virtual no pueden salirse del presente del indicativo, tampoco pueden hacer sentir los olores. Tarea pendiente. El futuro estará siempre un poco más allá. Por:Guillermo Piña-Contreras [Diario Libre]