Entonces quiere decir, ¿que para entrar a la política hay que tener alguna etiqueta previa que marque al ciudadano como derechista, izquierdista o ultra de ambos extremos y si es que se quiere que alguien escuche, repruebe o apruebe?

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Lo primero que el ciudadano que quiera participar en la política dominicana debe conocer y para luego buscar su propia identidad como parte de la partidocracia, es determinar cual es el tiempo político en el momento que ese individuo cree que debe ser partícipe de algún debate nacional determinado.

Veamos un ejemplo, en República Dominicana, cuando la dictadura de Trujillo, se adoptó el conservadurismo clásico hijo del autoritarismo reinante. Pero luego, a su caída, la nueva ola política supuestamente liberal de los años sesenta y por influencia de la fracasada revolución cubana, se adoptó aquel seudo izquierdismo tropical, cónsono con las nuevas generaciones políticas influenciadas por los grupos de exiliados antitrujillistas, que como se vio luego, no eran más que títeres de la fase de supuesta “destrujillización” que marcó a la oligarquía para apoderarse de los bienes y activos gubernamentales que originó la dictadura.

De ahí que, en todo ese lapso de mediados de 1961 a principios de 1966, la oligarquía y los grupos más ultraconservadores, dictaron la pauta y con el lineamiento a seguir marcado por los pocos periódicos escritos de aquel tiempo, donde el conservadurismo oportunista más significativo, actuaba como contrapeso que pudiera confundir a las nuevas generaciones políticas.

Fracasado el intento, entonces sobre el país político hubo la presencia de la influencia del castrismo en sus versiones militaristas y comunistas, de toma de decisiones por parte del todavía poderoso aparato militar heredado de la dictadura y hasta que el sistema político tradicional colapsó y reconvertido con agentes sociales y militares radicales, que aspirando supuestamente a la instalación de una “revolución”, terminó empantanado en una revuelta militar de cuartel y entre oficiales de mediana a alta graduación, disputándose cada uno la principalía que entendían debía de corresponderles.

Es de ese modo que la fracasada revuelta militar de abril de 1965 se modifica como una social y política y en la que los principales grupos de agitadores izquierdistas y comunistas consideraban que tenían que arrebatarles el poder, no solo a la oligarquía y a su emblemático gobierno del Triunvirato, sino sobre todo a la llamada “casta militar” que le hacía contrapeso a los vientos y esquemas seudo revolucionarios de entonces, pero ahora en entredicho entre dos formas de gobiernos, el de “Concentración Nacional” gobernando sobre el 90.5 por ciento del territorio nacional y el otro “revolucionario-castrista” ocupando apenas un 0.0.5 por ciento.

Fue por eso, que cuando EEUU intervine militarmente para detener la “subversión comunista”, la nueva situación genera un radicalismo de derecha y de izquierda tan significativo, que, en aquella nación de dos millones y medio de habitantes, de buenas a primeras hubo una politización extrema de la mayoría ciudadana y cada uno buscando cual era su papel definitivo en la tremenda lucha de clases que se generó sobre el todavía fresco cadáver de la dictadura.

Por esa razón, los cientistas sociales atribuyen el radicalismo de los sectores en pugna, el militar de la “revuelta”, el otro militar y determinante identificado con los yanquis y aquel tercer grupo de radicales sociales de jóvenes entre los 15 y 25 años que terminaron haciendo la diferencia entre todos los bandos en pugna y no solo en crueldad sino también en oportunismo.

Fundamentado en semejante en semejante hervidero de ideas y posiciones de derecha e izquierda y todas extremistas, se replantea el país político a partir del proceso comicial que dio al traste con la ocupación militar estadounidense y de organismos internacionales como la ONU y la OEA, cuyos tecnócratas fueron los agentes interventores que facilitaron las cosas para el surgimiento del terrorismo político y tanto militar como populista.

Es de ese modo que sobre los muertos de la sórdida como sangrienta lucha política disfrazada de campaña electoral, los conflictos sociales y políticos de interpretación radical se conjugan en el primer surgimiento realmente de perspectiva de futuro, de la izquierda y derecha políticas como elementos base de este país a partir de las elecciones que permitieron que el candidato ganador en buena lid, el derechista expresidente de la dictadura, Joaquín Balaguer se instalara en el poder a partir del primero de julio de 1966  y recibiendo de respuesta por parte de las fuerzas sociales extremistas de izquierda, la más feroz campaña de terror y crimen político como nunca antes se había conocido.

Y en base a tan tremendo desajuste institucional, político y mental, los dominicanos entendimos que la política era de izquierda o derecha y nada de centro.

Se empezó entonces a darle concreción a los partidos políticos ejes del sistema. De un lado, el Reformista (PR) de Balaguer frente al Revolucionario Dominicano (PRD) de Bosch, el candidato “izquierdista” perdedor y quien tan pronto perdió, se fue a un cómodo exilio pagado por los contribuyentes a España, en tanto Balaguer y ya gobierno, debió de encarar y de parte de los individuos que fracasaron en su “revolución” el terrorismo político y su respuesta gubernamental, en su versión más cruda.

El resultado fue el previsible. El radicalismo izquierdista por un lado y el militarismo de derecha y con sus aliados de la derecha más reaccionaria por el otro, se dieron de manos y fue en base a tales choques, que para el 1970 y la primera reelección de Balaguer, las fuerzas políticas empezaron a definirse y hasta ahora, donde del antiguo PR no queda nada, ni siquiera el nombre, pues cambió a Reformista Social Cristiano (PRSC) en tanto el PRD se dividió y subdividió y ambos sectores dentro del caudillismo más extremo y en ese nefasto multipartidismo de alquiler tan corrupto como corruptor.

Ahora y desde el 2020, el PRSC es un partido bisagra que fomentó la corrupción política y social como nunca antes, mientras el PRD, ahogado en su seudo izquierdismo oportunista y de una pequeña burguesía desesperada por buscar su propia identidad y la que parecería que obtuvo y al momento de que el antiguo partido familiar, Social Demócrata (PSD) de la familia Abinader, dio paso a una versión “más dinámica” del fracasado PRD y ya como partido Revolucionario Moderno (PRM) y en un país que ya pasaba de los diez millones de habitantes.

De su nueva versión perredeísta pos guerra fría, el PRM y como gobierno, dio paso a la entronización de la burguesía como parte del primer gobierno plutocrático que tiene la República y en donde todas las fuerzas sociales tradicionales de derecha y de izquierda y junto a los elementos “liberales” de la oligarquía, han evolucionado hacia un sistema político dirigido por nuevas generaciones pos Trujillo y en donde cada sector quiere hacer creer  que no tiene nada que ver con los conceptos tradicionales de derecha e izquierda, cuando en realidad, han dado paso a una versión mejorada del caudillismo mezclado con ideas de derecha e izquierda “a la dominicana” y quienes se definirán de cara a las cruciales elecciones de mayo de 2024.

De cara a la República, el problema consiste, que derecha e izquierda se han fusionado y que, en un país de jóvenes, el 80 por ciento nació en los últimos 61 años y todos, testigos a la fuerza de como la política ha devenido en un tortuoso como peligroso proceso de corrupción institucional a gran escala, nadie tiene claro porqué se decantará, salvo por aquel sector o grupo que le garantice mejor bienestar para la burguesía y no para los ciudadanos de a pie y es ahí donde está el germen del futuro conflicto social disociado de todo, que dará forma final al quehacer de la política y de cara al resto de este siglo.

Pareciendo, que, en este sentido, podría hablarse de que la República se ha convertido en un decisivo laboratorio social en el que la mayoría joven impondrá sus ideas y criterios, pero que, en un país medularmente conservador, tampoco quiere decir que fuera a evolucionar con la presteza que requiere una nación que todavía busca su propio rumbo.

Terminando por empujársenos a plantear, que entonces quiere decir, ¿que para entrar a la política hay que tener alguna etiqueta previa que marque al ciudadano como derechista, izquierdista o ultra de ambos extremos y si es que se quiere que alguien escuche, repruebe o apruebe y de acuerdo con los intereses que se defiendan y de telón de fondo, ese periodismo de noticias falsas, manipulación y mentiras? (DAG)