Haití, aunque no queramos, es problema nuestro

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A menos que estemos dispuestos a protagonizar la matanza en masa de al menos 3 millones de haitianos estamos obligados a buscar una solución que preserve nuestra soberanía e identidad. A Trujillo se le atribuye una matanza de nadie sabe cuántos cientos o miles de haitianos en 1937 y, casi un siglo después, todavía se habla de eso. 

Los que piensan en la violencia y la guerra para salvaguardar nuestra nación están convencidos – y con mucha razón- de que, militarmente, podemos derrotar a los haitianos, con o sin bandas armadas, en una primera ronda de enfrentamientos. Como resultado de esta victoria, pero sin haber intentado ocupar el territorio, los haitianos tardarán algún tiempo en reponerse, pero lo harán.  Demonizados y derrotados, los haitianos, a fuerza de numerosos intentos fallidos, pero atenazados por la necesidad y sin alternativas, terminarán construyendo una formidable y caótica resistencia armada y, cuando eso suceda, la ingobernabilidad de la isla estará garantizada.    

Con dos millones de haitianos en territorio dominicano, Haití fuera de control, importando armas para las bandas, cientos de criminales deportados por Estados Unidos, rampante corrupción en la frontera, mafias empresariales de ambos lados, pero la prosperidad solo del lado dominicano, podríamos terminar como minoría en nuestro propio país.   

Por todo eso y mucho más se admite la conveniencia del muro, aumento del patrullaje, mejor manejo de políticas migratorias, ordenamiento riguroso de documentación y procedimientos administrativos.  

Sin embargo, nada ni nadie podrá cerrar herméticamente la puerta mientras de un lado pasan hambre y del otro hay comida. Nadie lo ha logrado nunca. Ni siquiera Israel a pesar del dinero que tienen los judíos y las atrocidades que cometen contra los palestinos. 

Nuestra soberanía, identidad y futuro no dependen de una solución militar.  Necesitamos darle al tema haitiano otra categoría constituyendo un Ministerio de Asuntos Haitianos. Nuestra embajada más importante y el centro de nuestra política exterior debe ser Haití. Debemos alentar y respaldar el reclamo de la deuda que Francia tiene con Haití por un monto estimado de US$ 21,655 millones, o sea unos 22 billones, según estimaciones de expertos publicadas recientemente por The New York Times.  

Francia, bajo chantaje y amenaza de invasión impuso a Haití una indemnización monstruosa a cambio de reconocer la independencia haitiana en 1825.  

Casi un siglo después en 1888 Haití todavía no había podido saldar esa deuda y hubo de endeudarse con bancos americanos para pagarle a Francia lo que se convirtió en breve en una segunda estafa.  

El expresidente haitiano Jean Bertrand Aristide exigió a Francia el pago de esa deuda y lo derrocaron. François Hollande, siendo presidente de Francia, admitió su existencia, aunque luego renegó de haberlo hecho y Regis Debray, un canalla venerado por muchos izquierdistas, se prestó para desmentir la deuda y hundir a Haití. 

Hay que intervenir en Haití política, militar y económicamente y nos toca a nosotros participar de algunas, promover otras y ser parte de esas negociaciones, no quedarnos esperando que otros, sin tomar en cuenta nuestros intereses, la hagan como ha sido el caso.  

Con inteligencia, visión estratégica y dedicación podemos lograr que Estados Unidos y Francia, que son los principales deudores de Haití, respondan.  

Si así no fuera, entonces, la República Dominicana, con los medios a nuestro alcance y en interés de nuestra propia supervivencia, deberemos prestar ayuda y/o mirar para otro lado a los haitianos que desde nuestras costas emigran ilegalmente hacia Estados Unidos y Francia con la misma sangre fría que aquellos colonizadores ilegalmente fastidiaron a los haitianos y ahora pretenden que nosotros carguemos con las consecuencias. 

Es más fácil maldecir a los haitianos pobres que enfrentar a las potencias y las mafias empresariales ricas que, con sus abusos y ceguera ancestrales, están detrás de esa tragedia, no como cómplices ni actores de reparto, sino como verdaderos protagonistas. Por:  Melvin Mañón [Listín Diario]