No todo vale

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Una de las estratagemas de la demagogia es escudarse detrás de causas nobles, desnaturalizándolas y convirtiéndolas en la negación de lo que deben ser.

En nuestro país lo hemos visto recientemente cuando desde un poder del Estado se impulsó una ley inconstitucional con el propósito admitido de aplicársela a “otros”. Pero la demagogia no viene sólo del sector político. También se encuentra en el sector no político que, de tanto renegar del otro, termina convirtiéndose en antipolítico.

Ejemplo claro de esto es la forma en que, desde hace años, las redes se han convertido en un espectáculo romano-circense en el cual no hay reputación que sobreviva una diferencia de opinión.

La discusión desde la diferencia ha desaparecido y no hay otro objetivo en el intercambio que la aniquilación moral del otro. También ocurre en los medios de comunicación, escenario de escaramuzas constantes.

Pero ahora, esa forma de hacer las cosas amenaza con escapar de los límites de la opinión publicada o expectorada. Hace pocos días un comunicador preguntó por qué los dominicanos no hostigábamos en público a las personas señaladas como corruptas.

La sola propuesta espanta. ¿Cómo es eso de reclamar que la ley se cumpla, pero, al mismo tiempo, querer tomarla en nuestras manos? Esa es una contradicción insoluble desde la lógica y desde la democracia. Todo parece indicar que ya no basta con ser jueces desde las redes y los medios, ahora también queremos ser verdugos.

En el afán de estar a la vanguardia justiciera, no nos preguntamos sobre las posibles consecuencias que eso tendría. El hostigamiento público es un acto de violencia, que amedrenta y crea inseguridad.

¿Es con la ley de la fuerza que queremos resolver nuestras diferencias? ¿Quién se hace responsable cuando, inevitablemente, ocurran actos físicos de violencia? Parece que, en el ardoroso éxtasis de la superioridad moral propia, nada de eso importa.

Y no nos engañemos: hoy es contra los acusados de corrupción, mañana será una válvula de escape a las tensiones sociales y económicas. No hay forma de detener esos monstruos una vez salen de su guarida y, por eso, es poco responsable alentarlos. No todo vale. Por: Nassef Perdomo Cordero [El Día]