Ortega: mal ejemplo

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El proceso electoral en Nicaragua, a todas luces, no anduvo bien. Los indicadores no pueden ser más obvios y el escenario nicaragüense debe ser evaluado por la izquierda latinoamericana como el modo de operar que no debe convertirse en el ejemplo.

Los problemas venían desde antes de la elección. Cuando usted necesita, como medida “preventiva”, encarcelar a sus potenciales opositores, el escenario no pinta bien y se envía el mensaje claro de que contrariar al gobierno no es bienvenido. Encima, cuando el presidente Daniel Ortega comparte el poder con su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, la imagen se torna más borrosa. Y si a eso le sumamos que se ganan las elecciones con un 75 por ciento de los votos, pues el panorama se torna más indefendible, por lo increíble de la cifra.

Ortega se ha convertido en un mal ejemplo de lo que debe ser un gobierno de izquierda en América Latina, pues se ha aferrado al poder de la misma forma que lo hizo la dictadura a la cual combatió con las armas. Los movimientos de justicia social en la región no deben tomar este ejemplo como el preferido, porque no es de lo que se trata la ideología liberal. Ahí tienen de referentes a Argentina, Chile, Uruguay o Brasil, donde en diversos momentos la izquierda se ha ganado el derecho a gobernar en las urnas, con el apoyo mayoritario popular.

Cuando se gobierna bien, el pueblo lo reconoce. Cuando se honra la justicia social y se combate la corrupción sistémica, los electores apoyan. Entonces, no hay que tener miedo a las urnas en igualdad de condiciones, no hay que tener fobia a la diversidad ideológica.

Una izquierda que honra sus preceptos ideológicos garantiza elecciones justas y gana el acceso al poder en un escenario electoral digno, libre de señalamientos de condiciones acomodaticias que acaban dinamitando su credibilidad y proyección.

Caer en las mismas prácticas de lo que critican no parece sabio. Fomentar un ambiente de derecho a la libertad de expresión y a la diversidad ideológica sí lo es. No es cierto que en una sociedad el 75 por ciento del pueblo está de acuerdo con un gobernante, sea el que fuere, de derecha, de izquierda o de centro. Es imposible, porque así es la naturaleza humana. Por: Benjamín Morales [Diario Libre]