Putin recurre a la picadora de carne

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Entre 1964 y 1973, el Ejército de los Estados Unidos registró 210.000 «incidentes de reclutamiento», eufemismo que cubre el número de norteamericanos llamados a filas y que rechazaron la incorporación. La mayoría de los renuentes acabaron por obedecer, pero unos 50.000, en números redondos, cruzaron la frontera y se refugiaron en Canadá. Una minoría se fue a México y algunos centenares escogieron Europa.

Esos prófugos, que no desertores, que también los hubo, contaron con el apoyo de los movimientos pacifistas estadounidenses y, al final, salieron mejor librados que los jóvenes que lucharon en Vietnam, Camboya y Laos, en una guerra irregular, de esas que marcan de por vida la psique de los hombres, mientras Jane Fonda se paseaba por Hanoi, en plan camarada, confraternizando con el enemigo.

Así, que a Vladimir Putin se le escapen unos miles de jóvenes llamados a filas entra dentro de lo normal. Más si cabe, cuando te envían a luchar contra unas gentes que no te han hecho nada, con los que, incluso, compartes mucho de la vida y que, además, se están demostrando duros de pelar, señal inequívoca de que no te quieren en su casa.

Pero, con todo, y pese a la entusiasta propaganda occidental, la inmensa mayoría de los movilizados cumplirán las órdenes de su gobierno e irán donde se les mande. Luego, la camaradería hará su magia, y más que por la patria, morirán por sus compañeros de pelotón. Habrá protestas, sin duda, y, sin duda, serán reprimidas en un país donde los Jane Fonda más que un exotismo son una aberración. Un país que perdió 12 millones de soldados –muertos, prisioneros que nunca regresaron y desaparecidos–, durante la Segunda Guerra Mundial; que sólo la toma de Budapest, cuando la Alemania nazi podía darse por derrotada, les costó 80.000 bajas, y que se dejaron otros 70.000 muertos y más de 300.000 heridos en la batalla final por Berlín. Fue una auténtica carnicería, pero ganaron.

Donde a los generales soviéticos les falló la táctica, pusieron el peso abrumador del número, fruto de la mayor movilización y encuadramiento de tropas de la historia. Donde no, demostraron un excelente dominio de la combinación de fuego (artillería) y movimiento.

Se nos dirá que Putin no es Stalin y que los tiempos son muy otros. También, que el dictador ruso ha cometido un error fundamental, al romper el contrato no escrito de no involucrar a la población en sus aventuras exteriores. Y, es cierto. Rusia no ha sido invadida y nada puede ya igualar a la maquinaría represiva estalinista, pero aun así marcharán a la guerra, como han hecho siempre.

Y Putin dispone de mucho abasto para la picadora de carne, porque queda la recluta del Servicio Militar, los conscriptos, que, no lo duden, nutrirán las unidades de combate una vez que los referéndums de anexión hayan convertido de derecho las regiones de Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia en parte de la santa madre Rusia.

Queda por saber si en este reino de las armas de precisión, de la cohetería que pega infalible en el blanco marcado, de los drones indetectables al radar, de los misiles que revientan carros de combate a 4.000 metros de distancia, del ojo permanente de los satélites de reconocimiento bastará con el peso del número, con las filas de soldados muertos hasta que se funden los cañones de acero de las ametralladoras. Porque, en cuestión de estrategia y táctica, de logística, no es que estén brillando, precisamente, los generales rusos. Por: Alfredo Semprún [La Razón]