Un país que con urgencia está pidiendo un dictador

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Es increíble, pero lo cierto es, que en estos últimos 62 años, la degradación y retroceso moral del dominicano ha llegado a niveles realmente inimaginables para quienes nacimos y nos formamos en la Era de Trujillo, en donde la civilidad, las buenas costumbres y la decencia imperaban a nivel general de la población y gracias a un sistema educativo que privilegiaba las enseñanzas de moral y cívica y que junto al servicio militar obligatorio, impulsaba nuevas generaciones de dominicanos realmente alfabetizados, civilizados e instruidos.

Sin embargo, todo se derrumbó cuando los empleados y subalternos de Trujillo se vieron solos en su albedrío, en tanto el poder de quien mandaba quedaba en manos de esa ínfima clase media, que de golpe se encontró ante la perspectiva de que la oligarquía de la época, al “heredar” el poder, sus integrantes solo se ocuparon de saquear el patrimonio nacional con el pretexto que supuestamente “Trujillo se lo había robado todo”.

Esa oligarquía insaciable, que encabezada por la familia Vicini, no solo financió la trama conspirativa que terminó asesinando a Trujillo y desarticulando la dictadura supuestamente “más cruel de América Latina”, sino que entre los años mitad final de 1961 a mitad inicios de 1966, desarticuló el aparato productivo agrícola e industrial, sino que en complicidad con el comercio importador español, básicamente, secuestró las instituciones y destruyendo y a la vez prostituyendo toda esa burocracia que nacida al amparo de la dictadura, llevaba al país y a las instituciones a niveles  no superados de crecimiento económico y formación moral ciudadana, como hasta ahora no han tenido las tres generaciones que han nacido desde el 1961 al 2023.

Hubo un primer paso que fue abolir el servicio militar obligatorio, el segundo, desarticular a lo absoluto el sistema educativo y lo tercero, inculcarles a los ciudadanos que cada uno podía hacer lo que le plazca sin importar que leyes se violaran o que institución de gobierno fuera prácticamente desmantelada.

Fue por eso, que mientras la oligarquía tomó por asalto la cosa pública, enajenando más de 500 millones de dólares en activos y propiedades de la nación, más las poderosas Fuerzas Armadas de aquel entonces, con un formidable equipo de ejército de tierra, de aire y marina y al mismo tiempo destruyendo los servicios tecnológicos, que eran el conjunto de industrias ligeras que la República tenía y ni hablar de la demolición institucional que experimentó la policía, solo entre el 1961 al 1962, el desgobierno del Consejo de Estado logró la barbaridad de retrotraer la vida nacional a niveles mínimos y casi parecidos de los que había en el 1930.

El desmantelamiento del Estado fue tan grave, que la industria de guerra, compuesta por la fábrica de armas, la de pólvora y otras subsidiarias de aplicación civil, experimentó una destrucción completa e impulsada por los agregados militares estadounidenses, corrompiendo a la oficialidad militar y para que destruyeran las piezas claves de la fábrica de armas y mediante sobornos y canonjías de toda especie.

Ahí fue que empezó la corrupción a gran escala y desde el poder, que penetró y desarticuló a nuestras Fuerzas Armadas y lo que sirvió de ejemplo para que toda la empleomanía pública se volcara hacia el desenfreno, la irresponsabilidad cívica y la corrupción de Estado como nunca se habían conocido.

Todo eso fue responsabilidad de esa oligarquía y su familia principal, la Vicini y la que algún día deberá pagar por los crímenes y desafueros cometidos contra la nación.

Luego en el segundo gobierno de la oligarquía, el del Triunvirato se logró darle el golpe mortal a la institucionalidad y seguridad jurídica, cuando el corrupto presidente de facto, Donald Reid Cabral y como eran gobiernos (recuérdese el Consejo de Estado) que no se regían por el contrapeso de un Congreso Nacional y al ser de facto y que gobernaban mediante decretos leyes, Reid Cabral impuso el decreto-ley de los actos notariales bajo firma privada, frente a los actos notariales auténticos y con ese decreto-ley, de inmediato la oligarquía y sus asociados del comercio importador y el bajo comercio, se robaron el 60 por ciento de los bienes inmuebles de todo el país que estaban en manos del Estado.

Ya a ese momento, el dominicano dejó de ser aquel ciudadano respetuoso de las leyes como de los símbolos patrios y la mayoría de los dominicanos entendieron que podían hacer lo que les viniera en ganas y porque no había ley ni Carta Magna que se les impusiera y lo peor, que todos los medios de comunicación y de información de masas cayeron de rodillas ante la corrupción que se les imponía y ahora a más, con la variable alofoke, hija del bajo mundo dominicano de Nueva York y asociado a lo peor del europeo.

Pasó el tiempo, hubo periodos de gobiernos aceptables y desarrollistas como los de Balaguer y los del PLD, y destructivos y corruptores como los del PRD y hasta que se entró al accionar decisivo de miles de dominicanos de puro lumpen que inmigraron a EEUU y en particular a Nueva York -hablamos de los años 60 a 90 del siglo pasado y quienes ahora con un poder adquisitivo que todavía no tiene el dominicano común, entraron directo y para decirlo gráficamente, a robarse el país.

De esta manera ahora hay una composición social de antiguos obreros de fábricas en EEUU y servidumbre femenina en hospitales y casas de familias, quienes resentidos en extremo y ahora como clase media emergente y otra del lavado de activos, el crimen y la droga, que han terminado por poner a la República patas arriba y en grave muestra de retroceso moral e institucional, que parecería, que se vive en un país de instituciones corruptas, donde la moral social no pudiera tratar de rescatarse.

Solo hay que ver quiénes son la mayoría de las familias dominicanas que viven en los residenciales de clase media en Punta Cana, Las Terrenas o Samaná -puro lumpen perfumado- con comportamientos amorales y cuya mayor muestra se tiene en sus hijos, quienes como delincuentes en ciernes destruyen la convivencia social y son parte de la prostitución a gran escala y a adictos a todo tipo de drogas, que se está viviendo.

Semejante metamorfosis, obliga a que se entienda, que este país y por más avance económico y tecnológico que pueda tener, está atrapado en los vicios de su misma gente y como el Estado es institucionalmente débil y los gobiernos pantomimas de seudo democráticos y altamente corruptos y la llamada “clase dirigente o gobernante”, aunque con pocas excepciones, metida de lleno en la corrupción a gran escala que se vive.

Que haya que decir, que difícilmente y a menos que Dios no meta su mano, un país que a gritos está pidiendo un dictador, no solo que no tiene futuro cierto, sino que en menos de diez años estará viviendo una anarquía peor que la que ahora exhibe Haití como estado fallido. Por eso solo decimos, que Dios nos encuentre confesados. (DAG) 26.12.2023