…y Francisco no renuncia (ni parece tener prisa por irse)

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Francisco no abandona la sede de Pedro. Al menos no lo ha hecho hoy, cuando desde algunos foros se pronosticaba que el primer papa latinoamericano de la historia presentaría su renuncia en el marco de una escapada a L’Aquila, la localidad italiana que en 2009 sufrió un terremoto que dejó tras de sí más de 300 muertos.

Y es que en la Basílica de Santa María en Collemaggio de esta ciudad de la región de los Abruzos reposan los restos de Celestino V, el único referente histórico previo a Benedicto XVI de un pontífice que dimitió. De hecho, el ermitaño Pietro Angeleri di Murrone, que aceptó el cargo en 1294 convencido de que simplificaría las estructuras eclesiales, dio un paso a un lado cuatro meses después de su elección, cuando tenía 80 años.

Jorge Mario Bergoglio ha rezado hoy por la mañana ante su tumba, sin mostrar el más mínimo síntoma de cansancio en materia de liderazgo más allá de las limitaciones marcadas por su maltrecha rodilla y su lenta recuperación por negarse a pasar por quirófano.

«Equivocadamente recordamos la figura de Celestino V como ‘el que hizo la gran renuncia’, según la expresión de Dante en la Divina Comedia; pero Celestino V no era el hombre del ‘no’, era el hombre del ‘sí’», le ha defendido Francisco, frente a la condición de «miserable» que le regaló Alighieri en el Canto III de El Infierno, al considerar su renuncia como una traición y un signo de debilidad.

Con esta reflexión en voz alta, Francisco ha tirado por tierra las especulaciones que brotaron el pasado mes de mayo cuando convocó a la vez que esta visita el consistorio del sábado, en el que creó a 20 cardenales –16 electores para un futuro cónclave–, y una cumbre extraordinaria que celebrará entre mañana y pasado para presentar la hoja de ruta de «Praedicate Evangelium», la nueva constitución apostólica que ha macerado en estos nueve años de pontificado, en vigor desde junio y que aspira a reformar no solo la Curia sino la gestión económica y pastoral de la Iglesia universal.

Cábalas rotas

Todas estas cábalas cobraban fuerza con la imagen de un Papa de 85 años postrado en una silla de ruedas. Sin embargo, a través de un maratón de entrevistas concedidas a finales de julio y su desmentido personal durante el vuelo de regreso del complejo viaje a Canadá para pedir perdón a los indígenas por los abusos eclesiales, eso sí, dejando la puerta abierta en un futuro, rompía con el deseo de quienes tanto dentro como fuera de la Iglesia ven en el Papa argentino un pastor incómodo por su condena al capitalismo exacerbado, su compromiso con los migrantes y empobrecidos y su priorización evangelizadora desde la misericordia frente al imperativo de la doctrina.

Precisamente desde el L’Aquila y con Celestino V como referente, Francisco ha reivindicado la necesidad de una reforma en la Iglesia como la que él pretendió. «En él admiramos una Iglesia libre de lógicas mundanas y testimonio pleno de ese nombre de Dios que es Misericordia», ha expuesto en su homilía durante una eucaristía al aire libre, en la que ha suscrito que «ser creyente no significa acercarse a un Dios oscuro y aterrador».

«La fuerza del humilde es el Señor, no las estrategias, los medios humanos, la lógica de este mundo, los cálculos… No, es el Señor», ha explicado Francisco, quizá defendiéndose de los críticos a su gestión, puesto que a renglón seguido presentó a Celestino V como «un valiente testigo del Evangelio, porque ninguna lógica de poder podía aprisionarlo y manejarlo».

No en vano, tal día como hoy en 1294 aquel hombre era nombrado papa renunció, motivo por el que Jorge Mario Bergoglio ha abierto hoy la puerta santa de la basílica donde está su tumba, marcando así el inicio de un año jubilar, que permitirá a quienes la atraviesen ganarse la indulgencia plenaria en el conocido en Italia como el «perdón celestino».

«Ser perdonado es experimentar aquí y ahora lo que más se acerca a la resurrección. El perdón es pasar de la muerte a la vida, de la experiencia de la angustia y la culpa a la de la libertad y la alegría», ha afirmado el pontífice, que ha adoptado el tono de un párroco catequista al finalizar su alocución.

Dejando los papeles a un lado, y con la naturalidad porteña que abandera, ha contado a los fieles presentes que «cuando llegamos a L’Aquila esta mañana, no pudimos aterrizar: niebla densa, todo oscuro…». «El piloto del helicóptero giró, giró, giró… Al final vio un pequeño hueco y entró por allí: ¡Lo consiguió! ¡Un maestro!», ha elogiado el Papa, que continuó con su particular parábola: «Pensé en la propia miseria. Tantas veces allí, mirando lo que somos, nada, menos que nada; y nos volvemos, nos volvemos… Pero a veces el Señor hace un pequeño agujero: ¡Métete ahí, son las llagas del Señor!». «Ahí hay misericordia», concluyó.

Renacimiento colectivo

Más allá de las renuncias y los jubileos, dentro de la agenda del viaje, que ha durado unas cuatro horas, Francisco ha mantenido un encuentro con familiares de las víctimas del seísmo de hace trece años. Como si se tratara de un diálogo de tú a tú, en las palabras que les ha dirigido ha buscado consolarles alentándoles a un «renacimiento personal y colectivo». Así, no ha dudado en aplaudir su «testimonio de fe». «A pesar del dolor y el desconcierto propios de nuestra fe de peregrinos -ha expresado Bergoglio-, habéis fijado vuestra mirada en Cristo, crucificado y resucitado, que con su amor ha redimido el dolor y la muerte del sinsentido. Y Jesús te ha devuelto a los brazos del Padre, que no deja caer una sola lágrima en vano, sino que las recoge todas en su corazón misericordioso». [La Razón]