19 de noviembre de 1961: 60 años. Tres generaciones. ¿Dónde estuvo lo malo, qué se hizo de bueno?

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Un día como el 19 de noviembre de 2021, sesenta años atrás terminaba oficialmente la Era de Trujillo, con la salida abrupta de los remanentes familiares de la otrora poderosa familia gobernante y como pináculo del asesinato perpetrado el 30 de mayo del mismo año, contra Trujillo y por antiguos allegados  suyos quienes actuaban al servicio de la estación local de la CIA y la que a su vez actuaba por mandato de la Casa Blanca en la administración Kennedy, cerrando de ese modo el plan magnicida ideado en el gobierno anterior de Dwight David «Ike» Eisenhower,

Al formular una retrospectiva de todos estos años, necesariamente, hay que concluir que los 2.5 millones de dominicanos que vivíamos al momento del magnicidio y en líneas generales, salvo el cambio de régimen, experimentamos un corte radical respecto al nivel y calidad de vida propiciados por la dictadura, al tiempo de ser testigos de piedra, viendo como la horda de antitrujillistas del exilio y en alianza táctica con la oligarquía encabezada por las familias Vicini y Cabral, realmente tomaron por asalto al Estado y desde el gobierno del Consejo de Estado e inmediatamente luego el del Triunvirato, le arrebataron a la nación no menos del 50 % de los activos y bienes creados por el Generalísimo para beneficio de la nación.

Bienes y activos, que representaron un despojo increíble, robo y desfalco de no menos 250 millones de dólares estadounidenses de la época, al tiempo que quienes se engancharon a políticos, todo un conjunto de tránsfugas, entraron a tambor batiente a administrar la cosa pública y al extremo, unos como dizque “victimas de la tiranía” y otros, terrible grupo de sinvergüenzas e inescrupulosos, quienes para los primeros comicios del 20 de diciembre de 1962, habían ahogado en una gran iliquidez la economía y como tapadera, para que la población no conociera el grado de latrocinio y corrupción que le fueran impuestos, mientras las “diez familias” y sus allegados de toda una pequeña burguesía muerta de hambre, se encargaban de saquear el patrimonio público.

Fue por eso por lo que el nuevo gobierno constitucional del presidente Juan Bosch no pudo dar pie con bolas y fue incapaz de enfrentar los peligros que quienes derrocaron la dictadura les imponían y que, junto a la falta de visión y realismo político, no solo que no supo gobernar, sino que, en cierto modo, el Bosch de aquel tiempo y tal vez sin darse cuenta, propició su derrocamiento siete meses luego. El 25 de septiembre de 1963. ¿Su mayor pecado?, dividir a la nación entre tutumpotes e hijos de machepa, generar el inicio de la terrible lucha de clases que todavía el partido más dañino que ha tenido esta nación, el Revolucionario Dominicano (PRD) y ahora Revolucionario Moderno (PRM) continúa practicando y como el mejor disfraz para propiciar la corrupción más sostenida y sistémica que desde entonces ha descalabrado la moral social y ciudadana.

Para colmos, la ausencia de formación política por parte de quienes se entendían “clase dirigente” y la falta de receptividad ciudadana, a entender que más allá de los métodos autoritarios de la dictadura, podía generarse una clase gobernante verdaderamente fiel y leal a la nación y dentro de un esquema de democracia directa y participativa.

En este sentido, los primeros diez años de vivir “en libertad” los dominicanos de aquel entonces no supieron  corresponderle a la República, cayeron en el abismo de la lucha de clases, al tiempo de que la nueva generación política pos trujillista y la que fracasó con la llamada “revolución de abril de 1965” y por su visión tan equivocada de un marxismo-leninismo de sello castrista,  no pudo entender como salir de la vorágine de aquellos años, en tanto que el pueblo dominicano buscaba paz y estabilidad con el gobierno de reconstrucción nacional de Antonio Imbert Barreras, quien era la “contraparte” del llamado “gobierno de la ONU”, dirigido por el enviado Mayobre y apadrinado por el nuncio Clarizio y que en el aspecto seudo legal encabezaba el presidente provisional Héctor García Godoy como resultado del acuerdo “institucional” por el que la administración de Imbert y la otra “revolucionaria” del coronel trujillista Francisco Caamaño Deñó, se apartaban y daban paso a un periodo pre eleccionario de nueve meses, que arrojó, que el conservador pueblo dominicano y al momento de las nuevas elecciones de junio de 1966, eligiera al último presidente de la dictadura, Joaquín Balaguer y para encabezar una nueva administración constitucional de 4 años (1966-1970)

Con Balaguer de vuelta al poder, la nación e institucionalmente hablando, tuvo un respiro de institucionalidad cierta, aunque por imperativo de aquel entonces, desafiante legalmente y el que facilitó las cosas, para que poco a poco, una nación bajo estado de fideicomiso de la OEA en el 1965 lograra recuperarse y asentando las bases de una recuperación económica gradual y que de tan firme, pese a los actos terroristas y de guerrilla urbana de los llamados izquierdistas, en realidad un grupete de jóvenes arribistas sociales que se decían comunistas y quienes al no haber podido lograr sus objetivos de imponer un gobierno revolucionario a la cubana, implantaron una de guerra de guerrillas y de asesinatos a mansalva, que si el primer de gobierno de Balaguer no hubiese reaccionado con determinación, los crímenes perpetrados por la izquierda y que continuaron en todo el periodo siguiente 1970-1974, habrían hecho fracasar el restablecimiento del sistema democrático.

De ahí que, durante los inicios de los años de la Guerra Fría, la única opción viable para mantener el orden y la institucionalidad y en consonancia con el carácter conservador de la población, fue el giro de Balaguer hacia un régimen democrático en la forma, pero militarista en el fondo y como la única vía para acabar con la rebeldía izquierdista y comunista.

Balaguer y como buen administrador, logró recuperar la confianza de los ciudadanos en sus ejecutorias, hizo que el gobierno se convirtiera en una esperanza para todos y por primera vez y hasta agosto de 1978, la población electoral valido sus reelecciones, pero al costo, de que el presidente no supo entender que había una generación nueva que quería para sí un esquema social, político y gubernativo menos autoritario. Trayendo como consecuencia su derrota electoral en el 1978 y siendo sustituido por el segundo gobierno del PRD (1978-1982) con el presidente Antonio Guzmán quien incapaz de eludir las acciones desestabilizadoras del PRD, terminó suicidándose y quedando como el primer presidente que experimentó los desafueros perredeístas y tanto, que realmente no pudo enfrentarlos. Fue un gran presidente, hombre de palabra y de principios, pero el tiempo que le tocó fue difícil y sus enemigos internos fueron más diestros que él.

El nuevo gobierno constitucional para el periodo 1982-1986, lo encabezó el presidente Salvador Jorge Blanco, quién formuló determinadas realizaciones de infraestructuras, pero metió al Estado dentro de un Fondo Monetario Internacional (FMI) que no se apañó en lo absoluto hasta lograr la imposición de un préstamo puente y otros colaterales, que llevaron a una implosión popular originada en una inflación galopante que por poco le hace caer. Sin embargo, fue diestro en el manejo de las turbulencias, pero no supo tener el nivel de maldad política de sus adversarios y en particular, del a ese momento expresidente Balaguer, quien y ante el desastre de la administración Jorge Blanco-PRD terminó encumbrado de nuevo al poder para el periodo siguiente 1986-1990 y los otros dos “más siguientes” y entregándole el poder en el 1996 y como lo más parecido a un regalo generacional, a las nuevas generaciones políticas provenientes del supuestamente “izquierdista” Partido de la Liberación Dominicana y estableciéndose el presidente Leonel Fernández y como producto de unas elecciones que todavía algunos ponen en duda su pureza.

Jorge Blanco entregó el poder y de inmediato, su sucesor le impuso la más abusiva como hiriente campaña de denuestos y descalificaciones llevadas a efecto por un conocido y diestro polemista y abogado Vincho Castillo, quien desacreditándole en extremo, facilitó las cosas, para que un expresidente confuso e incapaz de crear su propia y buena defensa, cometiera ciertos excesos o escenarios de interpretación, como fue aquello de correr a embajadas en busca de protección y hasta lograr salir humillantemente del territorio nacional a un exilio de dos años y hasta que a la vuelta, debió enfrentar a la justicia balaguerista y que arrollándole, le impuso condena y cárcel por supuesto latrocinio y corrupción.

Años luego y para década de los años noventa, el mismo Balaguer que estigmatizara a Jorge Blanco y mostrando una cara dura increíble, trató de rescatar el buen nombre de quien inmisericordemente hizo añicos moralmente y con el auxilio del abogado Castillo y para esa oportunidad, proclamando que a su entender fue un presidente sano, limpio de conducta y honorable. Jorge Blanco murió en diciembre 26 de 2010 en un amargo ostracismo interno, en tanto Balaguer y para julio de 2002 ya había fallecido.

Retomando la entrada del primer gobierno del PLD, habría que decir, que fue uno de aprendizaje para la nueva generación política que se formaba e incluyendo su propio presidente. Pero no el suficiente para impedir su derrota en el 2000 a manos del PRD y el nuevo presidente Hipólito Mejía, quien contó con el respaldo del a ese momento “eterno” Balaguer.

El interregno de Mejía fue el propio de un PRD que nunca ha aprendido de sus errores: Arrojó a la economía a un descalabro tal, que cuatro bancos comerciales se vinieron abajo y entre ellos el primer banco de desarrollo, el Intercontinental y generando una deuda de US$4 mil millones de dólares que terminó siendo pagada por dominicanos que no la crearon, diez años después. Mejía una personalidad encantadora y sinvergüenza, no le hizo honor al cargo que ocupaba y en cierta forma, habría que hablar que lo desvalorizó. Nunca a pedido disculpas a la nación y hasta ahora, como renacido líder político, tampoco se ha referido nunca a los desafueros de administración cometidos en su gobierno. Sin embargo, sus conciudadanos y de todas las banderías y preferencias políticas, disfrutan de su repentismo “ablativo” y hasta parecería que le perdonan.

Con la salida de Mejía y el PRD, vuelven Leonel y el PLD y estableciendo la “Era del PLD”, desde el 2004 al 2012 por parte de Leonel y siguiendo hasta el 2020 con Danilo Medina. En términos amplios, fueron gobiernos con un 80 % de realizaciones positivas y un 20 % de actitudes y políticas negativas y coronadas con un accionar de culto a la personalidad presidencial, que, de tan dañino, hoy lacera a un PLD que debería ser una positiva imagen hacia futuro e igual el partido que creó apresuradamente Leonel, la Fuerza del Pueblo (FP) en vez del anclaje traumático con el pasado, que en Leonel se presenta como si fuera una caricatura de un Balaguer redivivo y en Danilo, como una muestra sorprendente de eclecticismo moral.

Sin embargo, a partir del 2020 y sus elecciones generales, primero suspendidas bajo pretextos baladíes de la Junta Central Electoral (JCE) y luego, efectuadas con unos resultados sorprendentes y a nuestro modo de ver, hijos de la nueva generación política nacida en los últimos 21 años y como un compendio a mejorar de todas las generaciones implicadas desde el 1961 a este 2021, definitivamente hay que decir, que la nación avanzó, superó grandes taras del pasado, recicló a su clase política y proyectando una nueva generación política muy siglo XXI y de la que no tenemos por qué dudar de su efectividad y máxime, teniendo al primer presidente, Luis Abinader, nuevo generacionalmente hablando y por lo que se ha visto, dispuesto a proyectar su sello renovador y si es posible, ganándose la única reelección que constitucionalmente le es permitida. ¿El, pero? Que entre Mejía y el PRD no le hagan fracasar.

Así tenemos, que este 19 de noviembre de 1961: 60 años. Tres generaciones. ¿Dónde estuvo lo malo, ¿qué se hizo de bueno? Que la nación, la ciudadanía y sus instituciones, evolucionaron y para bien y debemos congratularnos, pues hay futuro y las taras del pasado y poco que mucho, van quedando atrás. (DAG)