Cuando los estadounidenses engañaron a los alemanes con tanques hinchables

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«En la guerra y en el amor, todo vale», dice el aforismo. Así está siendo en la guerra de Ucrania. Resulta que la empresa Inflatech construye señuelos militares hinchables de gran tamaño, y los vende al gobierno ucraniano. Son carros de combate, aviones y misiles. Lo más caro. La usabilidad haría la delicia de cualquier familia dominguera en la playa. Ese armamento inflable está fabricado con seda sintética, lo pueden transportar dos personas, y se hincha en diez minutos. Imagínese en la arena de su playa favorita, en una tumbona, con sus gafas de sol, la cervecita y un lanzacohetes HIMARS a su lado apuntando a esos pesados del frisbee. La pena es que cuesta 100.000 dólares.

Lo cierto es que no es la primera vez que este armamento falso se usa en la historia bélica europea contemporánea. Se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial. Quizá el primer episodio sonado de esta forma fantasma de guerrear lo protagonizaron los británicos en el norte de África. El general Wawell, consciente de la dificultad de enfrentarse a Rommel, no dudó en usar una ingeniosa artimaña, obra del mago Jasper Maskelyne. El ilusionista, ya maduro, no pudo alistarse en el ejército. Actuaba en Londres mientras los aviones de la Luftwaffe descargaban sus bombas en la ciudad. Quiso ayudar a su país y habló con el Alto Mando. Les prometió engañar a los alemanes con un truco de magia. Ante la incredulidad de las autoridades, Jasper los llevó al Támesis. Allí hizo aparecer un acorazado nazi que dejó ojipláticos a los militares. Usó un juego de espejos. Fue alistado de inmediato. Jaspers marchó a Oriente Próximo y entró en el Centro de Desarrollo y Camuflaje de Trenes de la Compañía Real de Ingenieros británicos, al mando del mayor Richard Buckley. Una vez allí quiso hacer algo más que esconder aviones, trenes y nidos de cañones antiaéreos. Su truco fue digno de David Copperfield cuando en 1983 escondió la Estatua de la Libertad.

Jaspers hizo desaparecer por arte de magia el puerto de Alejandría para impedir que lo bombardeara la aviación alemana. Lo recreó más lejos, construyó una falsa Alejandría para engañar a la Luftwaffe. El mago no acabó ahí sus éxitos. Jaspers hizo algo similar con el Canal de Suez mediante espejos y reflectores en 1941, y un año después en la batalla de El Alamein. En aquel encuentro decisivo los británicos hicieron creer al mariscal Rommel que el ataque vendría desde el sur con un decorado y maniquíes, que se hicieron acompañar de falsas informaciones radiofónicas y ruidos que simulaban el transporte. Esto confundió a los alemanes, y permitió a Montgomery atacar por sorpresa desde el norte.

El concepto gustó a los norteamericanos, que crearon el «Ejército Fantasma». La historia bien parece una comedia de otros tiempos. El Estado Mayor dio el visto bueno a la creación de un cuerpo con miembros de las Tropas Especiales y de la Compañía Especial de Señales. Su misión era hacer creer a los alemanes que un enorme ejército se les venía encima. El objetivo era el mismo que consiguió Orson Welles con la famosa emisión radiofónica de la invasión marciana el 30 de octubre de 1938: el pánico. Si el travieso Welles había conseguido engañar a la gente con sus limitados medios, ¿qué no podría conseguir el Ejército con una buena dotación económica? El «Ejército Fantasma» diseñó un plan que combinaba falsa información transmitida por radio, junto a altavoces que emitían el sonido de los carros blindados. Faltaba poder ver eso que sonaba y de lo que se hablaba. Fue así como crearon unos tanques hinchables. Aquel cuerpo militar se dedicaba a recorrer el frente, tan cerca como para que fuera visible y audible por los nazis, pero no tanto como para que descubrieran el truco. Eso era más o menos medio kilómetro. Freddy Fox, uno de los miembros del «Ejército Fantasma», confesó años después que aquello era «un espectáculo itinerante». El caso es que realizaron más de 20 misiones en Europa entre 1944 y 1945. Por: Jorge VIlches [La Razón]