Ojalá las protestas que se lleven a cabo hoy en Cuba sean respetadas por Díaz Canel y el aparato represor castrista. Perderá otra oportunidad de recuperar un poco de credibilidad y paz social si decide, como en julio, reprimir al pueblo cubano.
Las palabras, los argumentos del gobierno cubano suenan ya tan lejanos y viejos que parecen irreales. Hay una izquierda en Latinoamérca pero también en España, cuya visión del futuro se expresa siempre en términos del pasado. Su máxima ambición es retroceder.
No, ni la sociedad cubana ni Latinoamérica son las mismas de los años sesenta del siglo pasado. No, ningún país que ha aplicado las reglas económicas y sociales del comunismo ha funcionado (excepto China, claro, con esa libre interpretación del capitalismo de estado y su desprecio por los derechos humanos). En Nicaragua Ortega y su banda se merecen que los derroquen tanto como lo merecía Somoza y en Cuba el régimen es una versión de Batista con más control que el que tenía el dictador vencido.
Diaz Canel ni siquiera se enfrenta a una revolución o a una población enfurecida. Negarse a permitir las manifestaciones pacíficas es una demostración de debilidad, una muestra de una dictadura que no sabe ya qué hacer con los problemas que enfrenta el pueblo al que “salva de las garras del imperialismo”. Cuba era, fue, ese competidor temible que cambiaría las reglas de juego en la región cuando el castrismo cayera. El país que no encontraría rival en el Caribe por su educación, sus avances en medicina, etc.
Ya no. Cuba ya no da miedo, pero hace falta. Por: Inés Aizpún [Diario Libre]