El punto culminante

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Es importante el punto culminante porque resulta del conocimiento que se tenga de los bandos enfrentados, de la programación y administración de la lucha y de las decisiones que se requieren tomar en función de la correlación de fuerza entre los adversarios.

Algunos estrategas militares y consultores políticos no logran comprender que cierto fenómeno percibido como un acontecimiento específico no significa otra cosa que el punto más elevado de un proceso con marcada tendencia a debilitarse. No lo entienden, porque lo visualizan contradictorio y hasta enigmático. Les es difícil advertir que esa espiral de victorias continuas, producto de un esfuerzo político o bélico in crescendo, termine declinando cuando se estaba a punto de doblegar la resistencia del adversario y, por lo mismo, de alcanzar la victoria militar o política.

Nos referimos, pues, al punto culminante de la victoria: uno de los conceptos más complejos del concierto de categorías construidas por Clausewitz para descifrar los avatares de la guerra. No apunta –aunque guarda mucha relación– a la batalla decisiva ni al centro de gravedad. Concepto –este último– básico en el diseño estratégico para determinar el centro de poder de los contendores. Y es importante el punto culminante porque resulta del conocimiento que se tenga de los bandos enfrentados, de la programación y administración de la lucha y de las decisiones que se requieren tomar en función de la correlación de fuerza entre los adversarios. Ya sea para detener la lucha, desplazarse, retirarse o continuarla hasta lograr la victoria con la batalla decisiva. Lo interesante de esta construcción teórica es que sus matices, pueden generalizarse a las diferentes actividades que el hombre despliega en los procesos políticos y sociales.

Mal podríamos seguir presentando ciertas relaciones, expresiones y características de este concepto sin definirlo concretamente a fin de conocer sus alcances y limitaciones. En tal virtud, sostenemos que a pesar del manto de ambigüedades y contradicciones que envuelve gran parte de De la Guerra, el punto culminante puede entenderse como la situación que surge en un proceso de lucha entre dos contendores cuando la preponderancia de la fuerza física y moral del atacante va creciendo según va obteniendo diferentes victorias hasta llegar a un punto donde se muestra insuficiente para derrotar al enemigo, mientras el contrincante, por lo contrario, comienza a exhibir, a partir de ese punto, un empuje moral y físico mayor que el atacante.

Como el proceso implica un momento que marca el decremento de la preponderancia de un atacante que ha venido en ascenso y la recuperación de las fuerzas defensoras, es difícil establecerlo con precisión porque generalmente está cubierto por la niebla de la guerra. Espacio de opacidades e incertidumbres donde se conecta el azar, las fricciones, las desinformaciones, fallas de inteligencia, errores humanos y técnicos, con las subjetividades de los que dirigen el conflicto por lo que resulta muy complicado captar objetivamente la situación del atacante como la del defensor.

Haciendo abstracción de los indicadores establecidos por Clausewitz sobre el punto que marca el cambio de correlación de fuerza –fortalecimiento del defensor y el debilitamiento del que avanza–, tanto el comandante del ejército como el líder de un partido político atacante requieren tener amplia experiencia, apertura de visión y agudeza perceptual para determinar ese punto. Es decir, el momento justo en que comienza a modificarse la correlación de fuerza entre los contendores, lo cual permite agrupar, si la situación lo amerita, toda la fuerza disponible con la finalidad de aniquilar al contrincante. O, por lo contrario, detener el avance, modificar la estrategia guerrera o política si se vislumbra síntomas de agotamiento creciente de la ofensiva y el fortalecimiento del contendor. Así debe ser, pues quien mantiene, según Clausewitz, el ataque cuando ha comenzado a agotarse su fuerza de empuje y dominio de la situación, no haría otra cosa que llevar al ejército que comanda o al partido que dirige a una derrota segura y hasta estrepitosa.

Batalla de Borodino

La batalla de Borodino, librada entre las fuerzas rusas comandadas por Mijaíl Kutúzov y el inmenso ejército francés bajo el mando de Napoleón Bonaparte, ha sido considerada el encuentro bélico que iluminó el pensamiento de Clausewitz para dar a luz el concepto punto culminante.

El análisis de Lewis Gaddis sobre lo acontecido en Borodino nos impactó por su agudeza y profundidad. Cuenta el profesor de estrategia de la Universidad de Yale que la batalla debilitó a ambos bandos. Pero Napoleón continuó avanzando –había obtenido una cadena de victorias– hasta tomar Moscú con la esperanza incierta de que con ello el Zar Alejandro I firmaría la paz. Cosa que no ocurrió porque tanto el general Kutúzov como el Zar conocían que la inmensidad del territorio Ruso les permitía, si retiraban sus tropas y arrasaban con todo lo que pudiera ser suministro para los franceses, que el ejército de Napoleón se alejara de sus centros de aprovisionamientos como el de reposición de tropas frescas de reemplazo. Con este diseño estratégico se lograba que las fuerzas napoleónicas aumentaran su tiempo de retorno y que la fatiga más la desmoralización hicieran verdaderos estragos en su ejército. Además de todo eso, los rusos sabían, porque conocían su terreno, que con estas acciones se abría el espacio en el tiempo para que el general invierno actuara con toda crudeza. Al final, según Gadis, Napoleón terminó pareciéndose al perro que persigue un carro y a la vuelta de una curva se le pierde para siempre. Por: Leonte Brea [Listín Diario]