Iglesias y la libertad de expresión

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No es aventurado afirmar que el peor enemigo de Iglesias es su carácter y fanático sectarismo. Es evidente que cuenta con fieles, pero sus huestes no paran de menguar. Hay un aspecto que siempre me ha llamado la atención. No es ningún secreto su fijación por la prensa y los periodistas.

Cuando irrumpieron en el panorama político aprovecharon las redes sociales y se esforzaban en ser muy simpáticos con los periodistas. Al margen de ideologías parecía que se podía hablar con ellos y estaban siempre disponibles. Todo cambió cuando llegaron al Gobierno.

En estos cuarenta años de profesión no he visto un cambio de actitud colectivo tan impresionante. Desde luego, conozco a políticos que un día perseguían a los periodistas, con un peloteo deleznable, y que cambiaron al llegar al poder. Nadie se acuerda de ellos.

No hay nada peor que la soberbia. Entiendo que el coche y el despacho oficial puedan generar el mal de altura, pero no se dan cuenta de que son eventuales. Un catedrático que estaba en mi tribunal me dijo al superar la oposición: «Recuerda las palabras de Santa Teresa: Para siempre…».

Iglesia no entendió que iba a estar un tiempo, más o menos largo, como cualquier político, y que, desde luego, no era para siempre. El exvicepresidente y sus acólitos han adoptado una relación muy agresiva con los periodistas y los medios de comunicación que no les gustan.

Es una consecuencia del pensamiento único característico de cualquier ideología autoritaria. Están convencidos de que solo hay una verdad y que los que les criticamos mereceríamos ser reeducados. Es el integrismo propio de cualquier radicalismo. Cuando estaba en la vicepresidencia, tenía la obsesión de que todos queríamos derrocar al Gobierno. No ha dejado de mantener ese odio visceral contra los discrepantes y los disidentes. Como considera que Yolanda Díaz es una traidora, no entiende que no la tratemos así y que pensemos que tiene más posibilidades sin Podemos.

Los medios de comunicación no la nombramos sucesora a dedo, sino que fue su caprichosa voluntad. Al poco se había arrepentido. Ahora se dedica a ejercer de censor de periodistas con ataques tan disparatados y desmedidos como contraproducentes. Por: Francisco Marhuenda [La Razón]