El adulterio y la doble moral en la antigua Roma

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La imagen del sexo en la cultura romana no podría estar más estereotipada. A ojos de la mayoría de los que habitamos en el presente aparece repleta de anécdotas de emperadores que se prostituyen, grafitos obscenos, pinturas pornográficas e innumerables representaciones de falos que proliferan por todas partes, tanto si es en frescos como en relieves o en todo tipo de objetos de uso cotidiano. Todo ello dibuja una idea sesgada en la que aparentemente despunta una sexualidad salvaje, descontrolada y desprovista de tapujos. Sin embargo, la realidad histórica era mucho más terrenal y probablemente menos alocada.

A juzgar por la perspectiva que prefiguran las fuentes, la percepción que tendría el romano medio de la sexualidad de su época es la de un modelo centrado en los paradigmas de lo masculino, de la autoridad y del dominio. La obtención del placer era un privilegio de los hombres libres, sobre cuyas espaldas recaía la responsabilidad de intentar preservar el difícil equilibrio entre el placer sexual (propio) y el futuro del matrimonio y la familia, que pasaba siempre por las decisiones del «pater familias». Aparentemente, pues, la fórmula es sencilla, pero si acotamos el terreno fácilmente nos damos cuenta de que la conducta sexual de los romanos siempre estuvo repleta de contradicciones.