La historia como arma

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Desde que Clausewitz nos aclaró que la guerra es la continuación de la política por otros medios, la cosa bélica no ha hecho más que complicarse. Hoy día, la guerra y la política son indisociables y, además, en ocasiones es difícil distinguirla de la paz. El concepto de guerra se ha transformado con los tiempos y, en la actualidad, guerra y paz no son términos antitéticos.

La guerra se ha diversificado, se ha tecnificado y se ha complicado enormemente, de tal manera que actualmente no tiene un único significado. Es posible hablar de muchos tipos de guerra. El concepto tradicional de guerra abierta y declarada, con dos ejércitos nacionales en confrontación en un campo de batalla, ha quedado superado. Hoy día nadie declara la guerra, simplemente la hace.

El campo de batalla se ha universalizado y cualquier lugar, físico o cibernético, e incluso el espacio, es apto para plantar batalla e infligir una derrota al enemigo. En estos tiempos puede que algunos de los beligerantes no sean ejércitos, ni representen a un Estado. Al Qaeda es un buen ejemplo. Son las llamadas guerras de cuarta generación. El concepto de misión de paz tampoco es exacto, preciso y contrapuesto al de misión de guerra, sino parcialmente coincidentes, con zonas de intersección no bien delimitadas, como fue el caso de Afganistán.

Con las armas ha pasado lo mismo. Tradicionalmente estas eran máquinas letales, construidas con la finalidad de destruir o neutralizar físicamente a los ejércitos. La cosa ha cambiado y hoy día puede ser considerado como arma todo aquello que resulte eficaz para doblegar la voluntad del enemigo, no solo la de su ejército, sino de su gobierno o, incluso, de su población. Las medidas económicas no solo se usan como acción de castigo, al contrario, sino que también pueden tener un aspecto debilitador de sus capacidades militares. En este concepto amplio de arma tiene encaje, además de la economía, la propaganda, la energía, la psicología, etc…y también, la Historia.

En efecto, la Historia como ciencia, con la finalidad de desarmar moral o intelectualmente y, en general, de vencer la voluntad de una población a la que se quiere doblegar, constituye una eficaz arma. La «leyenda negra» creada y difundida por algunos imperios europeos contra el español es un claro precedente.

Manuel Moreno Fraginals es el mejor historiador cubano del siglo XX, vinculado a la causa castrista, fue un firme defensor del marxismo hasta que defraudado, como otros muchos, se apartó de la revolución cubana y pidió asilo político en EEUU, donde pudo escribir sin temor a la censura su principal obra: «Cuba/España, España/Cuba: historia común».

En su época más militante y comprometida escribió un ensayo dedicado al Che Guevara, llamado «La Historia como arma», que da título a estas líneas y en donde se preguntaba «cuál debe ser la función de un historiador en la sociedad socialista». La respuesta fue clara: «no se puede vivir en la sociedad nueva [socialista] con las viejas concepciones históricas».

El entonces revolucionario Moreno Fraginals consideraba que la Historia, junto con la religión y las leyes, formaban la superestructura de una sociedad. En una socialista esa superestructura debía ser cambiada. Así, las leyes se derogan y los mitos religiosos se destruyen (¿le suena?), pero la Historia permanece. Consecuentemente, en una nueva sociedad socialista, la Historia debe ser revisada como objetivo prioritario con los nuevos historiadores y con los nuevos esquemas históricos. A la revolución marxista no le sirve la «historia burguesa», a la que hay que combatir con el arma de la «nueva Historia».

Yoel Cordoví, presidente del Instituto de Historia de Cuba, nos aclara que «las metáforas belicistas no son casuales». «Combates por la Historia» del francés Lucien Febre y «La Historia como arma» son bastante más que dos alegatos de la importancia de esta especialidad académica: son verdaderos proyectos intelectuales de autores marxistas y, por tanto, exportables a otros regímenes parecidos.

Para Fraginals, la nueva Historia es el arma que necesita la Revolución. «Sin una reinvestigación del pasado no puede hablarse con absoluta probidad intelectual de la nueva historia cubana ni de interpretación materialista», detalla para que no quede duda de su opinión de la Historia al servicio de la Revolución,

Nos podemos plantear si el revisionismo histórico que trata de imponer un relato único y sesgado del pasado, con intenciones de inhabilitar al adversario político o de blanquear grupos terroristas derrotados por el Estado de Derecho, forma parte de ese concepto de «Historia como arma», que sigue estando presente en determinadas ideologías políticas,

Ambas actitudes son grandes errores políticos, y además, evidentes ilícitos morales que hunden sus raíces en la falta de respeto a la verdad y en el desprecio a sus víctimas, constituyendo manifiestos actos antidemocráticos contra una parte muy significativa de la sociedad, pretendiendo su deslegitimización y neutralización política y social, contrarios al principio de Justicia y de pluralidad política, propios de toda democracia digna de tal nombre.

Puede que en un sistema político totalitario la Historia sea un arma eficaz para imponerse y mantenerse en el poder, pero en un Estado de Derecho la Historia no debe estar al servicio de la política ni de sus dirigentes, despreciando los más elementales valores y principios democráticos. Por: Tomás Torres Peral [La Razón]