Vivir, realmente tiene características de opereta burlona y desde el momento que las personas se dan cuenta, de que definitivamente la vida es corta y que si en algún momento de la existencia no se ha hecho lo que se aspiraba o aquello que las circunstancias le presentaban, invariablemente la persona partía con el dolor de no haber concluido su labor.
Otras en cambio y gracias a que la existencia les fue más llevadera, unas, porque supieron ser dóciles y decir a todo sí señor y las más, porque supieron, que, en este mundo de auténtico valle de lágrimas, no solo había que arrimar el hombro, sino también saber colocarse en el momento oportuno, para que las circunstancias dictaran, que otros y poderosos se fijaran en el que luego sería alguien de valer y conocido y en cierto modo con destino cierto.
Cuando esto último acontece, quedará a favor del elegido, todo cuanto de marrulla y de persona lista pueda presumir y dentro de la característica dominicana de no querer destacarse mucho e invariablemente siempre sabiendo que hay otros muchos ojos, llenos de inquina y maldad, siempre dispuestos a tratar de impedir sus éxitos o logros.
En este sentido, son pocos los dominicanos de clase media y ni hablar los de clase pobre, que tienen conciencia, respecto a que con cautela deberían desenvolverse en un mundo local, donde ser nuevo, joven o medianamente talentoso, es munición suficiente para que la mediocridad reinante, se ensañe y le tronche el camino al mejor de los mortales.
De esta manera, no saber prever a tiempo las encerronas y trampas que otros y en la mayoría de las veces, por pura envidia le presentan, se convierte en el peor hándicap que impide que personas con talento y tímidas y sin padrinos adecuados, terminen sin la menor esperanza de poder salir a camino y darles justificación y concreción a sus propias vidas.
Pero si lo anterior son máximas válidas para la generalidad, lo más penoso es cuando alguien consigue zafarse de la dura carrera de obstáculos que su vida le presenta y hasta llegar al punto, de ser ya alguien reconocido dentro de su esfera de acción, donde y después que se llega, cae en cuenta, que ni siquiera la mitad del camino a recorrido y que ahora es que fuerza, esfuerzo y maña y mucha simulación es que va a necesitar.
Unos se desalientan, otros gritan de impotencia, pero los más taimados, se empeñan en ir hacia adelante, pero con el agravante, de estar dispuesto a hacer pagar cuentas pendientes o no permitir y como medida de autoprotección, que nadie pueda acercársele dentro de su esfera de acción.
Es el caso, por ejemplo, de un joven diácono cibaeño él, quien con todo y tartamudo y tampoco sin mostrar ciertas luces, pero si sabiendo que a todo debería de sonreír, asentir, mirar hacia abajo y servir y aun cuando su espalda y con toda y su juventud pudiera encorvarse, que amparado en la sombra de un obispo, pudo hacer carrera clerical y administrativa y tanta y de buen registro, que terminó siendo un cura de innata capacidad negociadora, cualidad, que al reconocérsela los poderosos y habiéndose hecho simpático a ese grupo de personas de poder civil, militar y eclesiástico y obtener posiciones dentro de la escala social que se le permitía y como si fuera un honor y no porque haya sido capaz de ganarse esos pasos hacia el éxito por sí mismo, empezaba a entrar de lleno dentro de ese sub mundo de hienas y tartufos que es el periodismo tradicional dominicano, donde ratas humanas que se entienden con poder de juzgar y redimir, decidían en un momento, el destino de quien llegaba hasta sus fuentes de trabajo y poder.
Nuestro personaje, fallecido ayer, pasó su gran prueba, cuando dos y no más de tres directores de medios tradicionales, un presidente de la República y todo un enjambre de serpientes de oficio como mercaderes y prestamistas y constituidos como singular “clase gobernante” y dentro de esa variopinta fauna de intereses truncos que se da en la llamada clase política, entendieron que el curita era la persona idónea o la pieza que les faltaba para crear y junto a dos directores, el triunvirato de “mediadores"que la irresponsabilidad compartida de aquellos, asumía que podía hacer recaer en nuestro personaje, para ese entonces, destacado rector universitario católico, gran emprendedor y hombre, que como figura pública creciente, se destacaba por sus dotes de mediador y saber guardar secretos.
Con esas credenciales, nuestro protagonista siguió hacia arriba y llegado el momento y en la medida que los directores ególatras morían, comenzó a definir su propia personalidad ante toda la atrapada opinión pública. Y ahí fue la revelación de su propia personalidad, cuando se dio cuenta de que requería de un título emérito dentro de la curia y que concomitantemente, su propio poder fáctico personal crecía.
Cayó entonces en las garras del pecado de la vanidad, pecó como la mayoría de los hombres, amó por igual, conoció de placeres mundanos y negocios propios y cuando la ira le embargaba, hacia trizas a los pocos que se le oponían o que podían obstaculizarle. También descubrió que no era amante de aceptar la libre opinión, menos, la libertad de disidencia y hasta destacarse, con ciertos rencores, tan propios del mediocre que ha llegado casi a la cúspide social y por ello requiere de como tapar sus excesos y fabricarse una falsa como elegante imagen pública personal.
Aun así, a nuestro personaje también hay que verle lo mucho que su parte buena prodigó en realizaciones positivas a favor de su comunidad, la nación y la ciudadanía y todo lo que aguantó y hasta lograr que este mundo dominicano de tanta gente egoísta y envidiosa y sobre todo mal agradecida pudiera depararle.
Por eso, al final súbito de sus provechosos días, el saldo final, es reconocer que fue una persona de bien y de extraordinario servicio público. Cómo siempre, no todo el mundo estaba a su favor, pero a regañadientes, tantos tuvieron que aplaudir y reconocer su bonhomía y ahora, al entrar al mundo de los imprescindibles, en donde hasta los recuerdos desaparecen y la memoria al paso del tiempo disminuye y se ensombrece, alguien, que no fue su amigo, pero tampoco su enemigo, pero sí un critico leal, con gran pesar, recuerda a ese gran servidor público que en vida se llamó: Monseñor Agripino Núñez Collado, nuestro tan apreciado Agripinino y quien con su fallecimiento, hay que recordar y porque todos iremos por el mismo camino y en particular, que muchos llegarán hasta el cementerio, pero se detendrán paralizados y rápidos para devolverse, cuando el ataúd empiece a descender, que con la muerte, en política, los compromisos desaparecen y en la medida que el fallecido parte y solo, al mundo de los imprescindibles. Paz a su espíritu y descanso a sus restos, Monseñor. (DAG)





