Comprendemos que el presidente Abinader, al comprobar que su nuevo gobierno nace del fraude electoral más escandaloso con lo del robo de los resultados electorales de febrero y mayo pasado, trate de buscar y lo más rápido posible la legitimación de su mandato a nivel popular y desde este punto de vista, creemos entender lo de ir a juramentarse en el Teatro Nacional, un lugar absolutamente inadecuado para la instalación y juramentación de un nuevo gobierno.
Dado el fraude perpetrado y pasividad de la nación, Abinader, parecería que cree que puede hacer lo que le venga en ganas y en consecuencia, el invento de dejar a un lado la sede del Congreso Nacional y a lo que una institución de senadores y diputados lacayos, parecería que han dado el consentimiento.
El pretexto es, que como el presidente Juan Bosch se instaló y juramentó en el 1963 en una explanada pública y que efectuó porque no quería juramentarse “en el edificio que hizo Trujillo”, Abinader entiende que también podrá hacer igual y no dándose cuenta del terrible presagio que significa, que un presidente no se instale y jure en la sede más significativa de la institucionalidad de la República.
A Bosch, su absurdo desvarío le costó su derrocamiento siete meses después. Sin embargo, no se opuso a instalarse en el Palacio Nacional, también construido por Trujillo.
Ahora, Abinader se ha dejado comer el cerebro por los popis de su gobierno y porque supuestamente en el Salón de la Asamblea Nacional no caben todos los invitados, cuando sencillamente, allí solo deberían de estar las más altas autoridades del Estado y los invitados especiales y los senadores y diputados que quepan y el resto ponerle pantallas gigantes en la explanada de la sede congresional.
Decir, que, si lo hace, Abinader no comenzará con buen pie, es poco. Pero realmente, si lo que quiere es enemistarse con la nación, ciertamente que no pudo inventarse algo más alucinante. ¡Qué Dios le guie y proteja! (DAG-OJO)
IMAGEN: Salón de la Asamblea Nacional y con 64 asientos extras de blanco.
