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Buscando futuro (II): la geometría del poder

Anticipando los cambios telúricos que apenas se inician, hace casi 30 años, el 1 de enero de 1994 en Chiapas, pese a toda lógica, prudencia, cordura o viabilidad política, en el estado más pobre de México, estalló una rebelión armada indígena tendiendo un frágil puente del pasado al futuro sobre el abismo del presente.

El levantamiento zapatista, más conocido por su principal símbolo, un pasamontaña, y el carisma de su primer vocero, el subcomandante Marcos (que ahora se llama 'Galeano' y que ya no es vocero), que por su proyecto político, como suele pasar, inicialmente fue mediatizado por los amores y los odios de la prensa. Pero cuando el movimiento creció y dio señales de una mayor madurez política, es decir, quedó claro que no se iba a dejar manipular por las 'izquierdas' oficiales, las que en todo el mundo suelen parasitar en la pobreza y la ignorancia de los oprimidos, en la necesidad de los opresores de mantener su maquillaje de 'responsabilidad social' y 'cercanía al pueblo humilde', la situación cambió.

El zapatismo fue traicionado por los 'intelectuales progresistas' que no fueron contratados como asesores de los indios, al igual que la prensa, que trabaja para los partidos políticos y que normalmente perdona cualquier cosa, menos prescindir de ellos, sobre todo cuando son 'de izquierda'. Las comunidades autónomas zapatistas, que todas estas décadas crecían en número y en la claridad de su proyecto, siguen siendo silenciadas por los grandes medios mexicanos e internacionales, como la más certera señal de que avanzan y gozan de buena salud.

Esta segunda columna sobre las búsquedas del futuro es testimonial y personal. En mis varios viajes a los territorios zapatistas logré sentir algo que solo nos pasa en muy pocos lugares. Un aire de otros tiempos. Una profunda coherencia entre el ser humano y su paisaje, la alegre locura de un proyecto colectivo y honesto, el que busca ser útil no solo para los zapatistas o solo para los indígenas, sino para todos, buscando construir, como dicen ellos, "un mundo donde caben muchos mundos".

Lo especialmente valioso de esta experiencia es que surge desde los más pobres y los excluidos sin un dejo de resentimiento o victimización, se proyecta a través de un plan político, de vivencia cotidiana y colectiva hacia otros pueblos, pero no como un modelo a seguir, sino como una inspiración y una prueba tangible de que sí se puede. "Los que nos idealizan, no nos entienden", decía Marcos.

En este nuevo panorama planetario, que nos prepara el neoliberalismo, se prevé la marginalización de cada vez una mayor parte de la población del planeta, que "sobra" y "estorba". Entonces la lucha por recuperar la función social de los Estados es una tarea primordial de quienes padecemos estas políticas, porque al desaparecer la figura del Estado, los individuos quedaremos en completa indefensión ante las megacorporaciones y los capitales especulativos, que jamás responderán por nada ni nadie.

Lo novedoso de los zapatistas fue que, a diferencia de otros movimientos rebeldes, desde el inicio de su lucha, definieron con claridad que lo que buscaban no era la toma del poder, sino algo mucho más difícil: un cambio radical en la relación que existe entre la sociedad y el poder.

Se planteó la necesidad de otro paradigma, en una sociedad democrática participativa, donde el poder dejaría de ser fuente de privilegios y en el que el mismo ejercicio de gobernar, debería ser convertido en una experiencia obligatoria de todos los ciudadanos comunes, los que tendrían que aprender a tomarlo como cualquier otro trabajo en beneficio de la comunidad.

No hablamos aquí de ninguna fórmula mágica o una solución universal. Con la idea de "mandar obedeciendo", los zapatistas renuncian al mando militar sobre las autoridades civiles democráticamente electas por las comunidades en los territorios bajo su control. Y las autoridades electas, para mandar, tienen el deber de obedecer a quienes los eligieron, con un fácil y simple mecanismo de revocación del mandato si no cumplen, o sea, si no representan la voluntad de la mayoría.

En las Juntas del Buen Gobierno, que son el principal organismo del poder en los municipios autónomos zapatistas, desde hace años se realiza un experimento único. Para destruir el mito del poder (de que este es solo un privilegio de las élites y de los especialmente preparados o expertos), la mayor parte de la población debe pasar por la experiencia de su ejercicio, para que entiendan cómo funciona y cómo puede ser practicado para el bienestar de todos. La dirección del cargo se da por una semana o algo más, así se asegura la rotación permanente y se minimizan las posibilidades de corrupción.

Conociendo cómo funcionan los mecanismos del poder, los ciudadanos pueden recomendar, pedir o exigir a las autoridades lo que necesiten. Así se construyen mecanismos diferentes a los que conocemos como la única democracia que nos enseñaron (la occidental, representativa, falsa y basada en el dinero, la manipulación y la ignorancia). Obviamente, los grandes 'medios democráticos' jamás nos contarán de este tipo de democracias, que ya no son utópicas teorías, sino parte de la realidad y la práctica cotidiana de cientos de miles de personas.

Una de las características de las Juntas del Buen Gobierno es que los sistemas de salud y de justicia son abiertos para todas las comunidades vecinas, zapatistas y no zapatistas, ejerciendo el rol que corresponde al Estado, históricamente ausente en esta parte de México.

La justicia indígena zapatista es una especie de escuela que enseña a resolver cualquier conflicto por la vía de los acuerdos entre las partes, evitando la violencia, los rencores y los ajustes de cuentas por mano propia. Además de un importante modelo ético, esta apertura de los servicios sociales para todos los vecinos, sin excluir o discriminar a nadie, crea un ambiente de una enorme legitimidad para el zapatismo, incluso entre sus adversarios políticos.

Esta lógica hace imposible la mayoría de los intentos de varios gobiernos mexicanos de convertir a las comunidades vecinas indígenas no zapatistas en sus enemigos y provocar los choques entre ellos, para luego bajo esta excusa, mandar al Ejército mexicano "a pacificar a los indios" para eliminar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. "No imponemos nuestras ideas a otros, respetamos a todos quienes nos respeten y sabemos bien que nuestro enemigo no son nuestros hermanos indígenas", me explicaba hace años un muchacho, dirigente de una Junta del Buen Gobierno.

A principios del siglo XX, la gran antropóloga estadounidense Margaret Mead viajó al mundo de las culturas polinésicas, que inspiró su interesantísimo libro 'Adolescencia, sexo y cultura en Samoa'. Uno de sus grandes descubrimientos fue ver que la adolescencia ahí, a diferencia del mundo occidental, no es un periodo conflictivo ni traumático para los jóvenes samoanos, que realmente no sienten que 'adolecen' de algo.

Una de las respuestas más evidentes es que la sociedad desde muy temprano y de manera natural les hace participar en la vida de todos, evitando ese brutal y totalmente artificial paso entre 'eres niño todavía para saber de estas cosas' al 'ahora eres adulto y responsable'.

Los zapatistas no tienen ninguna restricción de edad para la participación de los niños en la vida social y política. Los niños, como parte del pueblo, también aprenden el ejercicio del poder. En las sucesivas y largas reuniones y en los debates y votaciones de las asambleas, los niños que quieren también participan con los adultos. En los protocolos de todas las decisiones colectivas "donde el pueblo manda y el gobierno obedece", aparecen por separado los números de los votos de los hombres, mujeres y niños. Mientras en otros rincones del mundo al niño se le explota como sujeto que consume o por medio de su trabajo, en las tierras zapatistas los niños participan en la toma de decisiones como parte de una cultura democrática comunitaria.

Dentro de lo improvisado y por improvisar, los zapatistas han definido siete principios básicos del poder que buscan crear:

1. Obedecer y no mandar. 2. Representar y no suplantar. 3. Bajar y no subir. 4. Servir y no servirse. 5. Convencer y no vencer. 6. Construir y no destruir. 7. Proponer y no imponer.

El más importante símbolo de los gobiernos autónomos zapatistas es el Caracol. Son los organismos que coordinan el poder en los municipios autónomos, son los puntos de encuentro entre el mundo indígena y el exterior y también, las puertas de entrada para los que las buscan (puertas). Porque el caracol es un ser muy especial. Nunca tiene prisas, ya que es el dueño de su tiempo. Escucha y habla con el corazón que está escondido en el fondo de la espiral. Las palabras y los pensamientos que van y vienen pasan por muchas vueltas, limpiándose y madurando. Cuando un caracol es atacado, se recoge, se cierra y pasa un tiempo en silencio, meditando y acumulando la fuerza y el pensamiento, para responder al ataque cuando los chances y las circunstancias estén a su favor. La casa del caracol siempre guarda el ruido del viento y del mar. También es la forma del tiempo y del espacio, de la Vía Láctea y una prueba de lo infinito que es el ser humano.

Este es solo un pequeño ejemplo, de los que hay en muchas partes de nuestro planeta, de los intentos de construir un futuro más digno para todos. Es un ejemplo de que siempre se puede y además siempre vale la pena seguir intentándolo. Las grandes cadenas noticiosas, profesionales en deprimirnos, jamás contarán las simples verdades de esta gente, porque su objetivo es otro. Frente al actual modelo de la civilización capitalista occidental planetaria, que está a punto de estallar y desaparecernos a todos, junto con otros, debemos seguir buscando luces, las que desde las selvas de México o desde los bosques siberianos seguramente se verán por igual. Por: Oleg Yasinsky  [RT]  IMAGEN: El subcomandante Marcos y su ayudante, el mayor Moisés, hablan con los periodistas en el pueblo de La Realidad, Chiapas, 14 de diciembre de 1995. Jesus Ramirez Cuevas / AP

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