Cavilando al borde de la verdad absoluta

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¿Fue la crucifixión de Jesús un acto democrático donde las masas ejercieron la democracia de calle y votaron por su muerte al escoger a Barrabás, en vez de Jesús, para ser liberado por una gracia de leyes imperantes durante la ocupación romana del territorio de Palestina?  Extrapolado a las realidades de los procesos marciales de hoy, las burdas matanzas étnicas, religiosas y económicas, el concepto esencial de administración de justicia sometido a votación corre el riesgo de graves desafecciones éticas y sociales. Se trata de una urdida coalición de pasiones, el “inri de toda disensión acordonando en su dimensión historica la falaz percepción del alborotador.

Gustavo Zagrebelsky, un jurista italiano, retoma el dilema “Barrabás o Jesús” y señala que la condena popular de Jesús sería un argumento solamente para quien está seguro de la verdad, como emanación del pueblo, del sentir abrumador de las mayorías. Sin embargo, en este caso, el estar seguro de la verdad, supone la posesión de la realidad asumida subjetivamente, como una categoría absoluta. Y nadie garantiza que esa verdad absoluta expresada por el veredicto popular sea la verdad.

Se le da apertura a una contradicción flagrante, que el consenso no traduce necesariamente en sentido incondicional la justicia ni la verdad, sólo se trata del predominio circunstancial de una decisión, al margen de su justeza o de su fe. Preguntamos, ¿cuál verdad?  y habría que establecer el concepto participativo de la palabra como posesión provisional de juicio. Cuando Pilatos pregunta a Jesús, ¿qué es la verdad?, ejerce la duda sobre su propia autoridad y del imperio que representa, intenta poner “patas arriba” todo el ensamblaje de la fe, cuestiona los pilares no sólo de la fe que postula Jesús, sino del propio aparato ideológico del imperio, del cual, él es un ejecutor.   

La acusación de “alborotador” carecía de méritos para ejecutar una sentencia tan grosera contra Jesús. ¿Quién juzga a quién, desde la rigidez claustrofóbica del dogma y la imposición de gran potencia? El dogma es la verdad absoluta y en su nombre perece la duda racional. Esa herencia del pensamiento imperioso contamina toda deliberación de carácter social, humano e histórico.

Las grandes matanzas del siglo veinte estuvieron argüidas teóricamente por el concepto totalitario de la verdad.  La reflexión de los procesos humanos nos lleva en todo el siglo veinte a través de la política, a una consagración de lucha por el señorío del mando, sin la mínima reflexión social y humana del concepto regulador de la conciencia crítica.  La deshumanización en sus niveles más tóxicos comprende un ciclo secular infinito de la propia civilización a través de la espada y el cañón, que oficia sus legitimaciones en medio de repeticiones cíclicas de horror.

 Convertido en una máquina de matar, el ser humano mata una y otra vez, y de igual manera apela y recurre a las más disimiles expresiones de poder y control para asegurar el usufructo de la dominación, el señorío castrante de la autoridad del Estado totalitario. Filosóficamente zozobra el establecimiento de la asunción del destino, figura errática, para explicarnos la ruindad y el caos de la historia. Se trata ahora de internarnos, linterna en mano, a la posibilidad de crear un salto de convivencia y lucidez de la conciencia humana ante tanto desgaire y deslices de la historia. Por: Tony Raful [Listín Diario]