Con urgencia se requiere un ordenamiento vigoroso de sanidad mental, comportamiento cívico y responsabilidad social y como contrapeso a la débil salud mental que se tiene

0
381

Desconocemos, si en efecto, las autoridades y especialmente las municipales en toda la geografía nacional, llevan estadísticas sobre el desarrollo y crecimiento de la afectación de la salud mental y su incidencia en las amplias muestras de criminalidad y actitudes incívicas de una fuerte mayoría de ciudadanos y lo que se traduce en esa enfermiza actitud de anormalidad mental congénita que, en menos de dos años, millones dominicanos muestran.

Es como si realmente las autoridades de Salud nacionales y las otras que se supone deben de tener los gobiernos municipales, no cuentan con algún tipo de esquema estadístico de control, que haga que las mismas autoridades compartan entre sí los serios niveles y para decirlo con miras de que todos nos entiendan, de ausencia de civilidad y los que se traslucen en los amplios indicadores de conducta criminal y actitudes de desobediencia cívica, que de tantas y repetidas, parecería que no hay institución a nivel general que pudiera dar un diagnóstico fiable del por qué tanta desobediencia civil está ocurriendo.

No se trata de que muchos dominicanos estuvieran volviéndose locos o cosa parecida, sino que simplemente, el estallido continuo de la crisis social y económica que sin duda alimenta la pandemia que abate a la nación desde hace dos años, parecería que ha roto los moldes más o menos aceptables de comportamiento social y comenzando por los testimonios tan vergonzosos, de esas páginas rojas en los periódicos escritos nacionales, en los que increíblemente se encomia al criminal como tal o se juzga compasivamente a quien violenta las normas más elementales dentro de lo que se entiende una comunidad civilizada.

Así las cosas, también llama también la atención, la fuerte ausencia de plataformas sociales de especialistas de la conducta y de la salud mental, que se supone, deberían de ser los llamados a tratar de orientar con sus reflexiones y opiniones, las inconductas diarias que tantos ciudadanos y en particular de clase media pobre y de puro pueblo muestran y dentro de la fuerte orfandad de políticas y realizaciones positivas gubernamentales y con el expreso interés de hacer que la mayor cantidad de dominicanos, no, que acepten su pobreza y profunda crisis de valores tan cuestionados por el mismo hecho de carencias materiales que el sistema imperante no les deja resolver y el que tampoco aporta ningún tipo de soluciones, sino que entiendan que la pobreza material no es justificación para violar la ley y la propia moral.

Es decir, como nunca antes, el Estado Dominicano no existe para fines de cuidar y preservar la salud mental de millones de dominicanos y esa realidad tan lacerante y que debería ser también del alto interés de los sectores religiosos y su diversidad de congregaciones e iglesias, provoca el desnudo integral de todo un país al que por lo visto, sus ciudadanos entienden, que para escapar de sus angustias, lo mejor es vivir como los chivos sin ley y cada quien haciendo lo que mejor les venga en ganas y todo el tiempo, actuando como si la autoridad no existiese y tanto la de ley como la de hogar.

En este punto, es obvio que las muestras de enriquecimiento desproporcionado e ilícito por parte de la camarilla de delincuentes de cuello blanco que existen en los mecanismos y estructuras del poder, tanto en lo político, lo social, lo gubernamental y en sus áreas civiles y castrenses y el desencanto que genera, que para esos delincuentes no existen sanciones  marcables y sí muestras indecentes de supuesta persecución y castigo, tampoco a ayudado en mucho, a que por lo menos, los 3 millones de personas que en el territorio nacional viven por debajo de la línea de pobreza, pudieran sentir algún aliciente para corregirse y menos, viendo que a quien hace lo mal hecho, o se le premia o se le justifica y lo que en sentido amplio ha generado la amplia inversión de valores morales que agita a esta nación.

Es como si de pronto, tener conducta moral, no ejemplar necesariamente y sí normal, vale decir humana y atada a los principios más elementales de convivencia y civilidad, muchos hayan decidido no practicarlos y de ahí la profusión de muestras detestables de falta de comportamiento sereno, sano y reflexivo y puntualizando en una juventud en los barrios de nuestras ciudades, que ha entendido y hablamos de más de dos millones de individuos, consumidores o vendedores del microtráfico y que es alentado por los grandes capos del narco, quienes a su vez están disfrazados de empresarios o gente de moral supuestamente acrisolada.

Recién acaba de morir por un evento cardiaco, un conocido narcotraficante y pandillero todavía joven y aun el cuerpo no ha sido entregado a los familiares para cumplir con los ritos religiosos que a sus creencias le correspondan, cuando ya en barrios de la periferia capitaleña se lamenta su sorpresiva muerte y no como individuo que siempre estuvo al filo del delito desde el año dos mil, sino como el supuesto “héroe popular” que desafió la autoridad e hizo su ley.

Situación, que junto al pandillerismo social que se muestra en toda su crudeza en las calles y avenidas en donde la falta de responsabilidad social y cívica campea, al mismo tiempo, se alaban y se practican la peores formas de gansterismo social, que de tantas, mejor no es enumerarlas y sí entender, que hace tiempo que la sociedad a fallado en la búsqueda de la sana reconducción que debería tener la parte ciudadana más pobre en ingresos y recursos y significativamente, más dispuesta a ejercer la delincuencia como forma de vida.

Realidad, que es alimentada por la falta de orden, principios morales y comportamiento correcto de los diversos cuerpos policiales que existen y los que, unos como protectores y guías de los jóvenes metidos dentro del narcotráfico al menudeo y los otros, como estandartes de la “nueva” prostitución que lacera a la juventud y no solo barrial, sino preponderantemente, hija de tantos hogares desechos o económicamente fracasados con cabezas de familias totalmente desempleados y chiriperos a gran escala y la que se exhibe impúdicamente en el turismo sexual para ambos sexos y en fuerte lucha de valores, buscando que los jóvenes que aún no transgreden la moral de hogar y las leyes, vayan a engrosar sus filas.

Como contraparte, sorprende que los mass media de este país, tampoco se ocupen de la sanidad mental de la gente y ni hablar de la ausencia de políticas practicas por parte del ministerio de Salud Pública o del gabinete presidencial a cargo de problemas neurálgicos de la salud ciudadana, en tanto desde los organismos privados que tienen que ver con el empresariado  y que es lo que parece, no hay absolutamente nadie que esté dispuesto a diseñar políticas privadas a favor de mejorar siquiera la salud mental de sus empleados y trabajadores y ni hablar, de que las instituciones religiosas no tengan un temperamento y políticas más dinámicos en procura de enfrentar y neutralizando de inicio, esa profunda degradación moral que abate a esa juventud y al pueblo dominicano en sentido general.

No vamos a decir más, pero sí llamar la atención a los hechos de contaminación acústica, de no cuido al momento de vecinos tirando la basura que generan por doquier, mientras increíblemente, parecería que nadie da la importancia debida al desorden terrible en torno a nuestros hospitales o comportamiento agresivamente incivilizado de la misma gente en calles y avenidas e instalando donde les plazca toda suerte o muestra de mercados improvisados, al tiempo que desde los negociantes que tienen que ver con el transporte público se genera una de persecución al instante contra los mismos pasajeros o más llamativamente contra el transporte de turistas y ni hablar de la violencia endémica de quienes conducen sus vehículos y tal como si estos fuesen fuego de artillería y por último, la actitud de disolución social generalizada dentro del cuerpo de profesores y alumnos de nuestras escuelas y universidad públicos.

Lo que nos hace decir, que parecería, que en este país nadie de autoridad quiere que las cosas cambien a mejor, sino que se diga que vamos a cambiar, pero para que todo siga igual y que es la mayor estafa moral que un Estado podría emprender contra sí mismo y sus ciudadanos.

Razones hay entonces y las suficientes, para que se reclame, que con urgencia se requiere un ordenamiento vigoroso de sanidad mental, comportamiento cívico y responsabilidad social y como contrapeso a la débil salud mental que se tiene. En definitiva, todo es y como igual dijo hoy el ejecutivo municipal capitaleño, Hugo Beras, un asunto de conciencia ciudadana y compromiso individual. Ojalá se nos escuche (DAG)