El mito Mirabal, se ha convertido en la retranca que impide enterrar el trujillismo

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Durante los últimos 60 años, dos generaciones y pico de dominicanos han nacido escuchando y leyendo sobre el mito izquierdista y para la época, también comunista, sobre “las heroicas hermanas Mirabal”, tres muchachas y de ellas dos casadas y una, estudiante universitaria de Derecho y las que alentadas por la universitaria, casada con un joven profesional de las ciencias jurídicas de mentalidad “progresista”, es decir, antitrujillista y procastrista y quien luego descolló entre los primeros políticos de la destrujillización, pero que equivocado en todo, terminó inmolándose en una fracasada guerrilla castrista a un costado de la loma “Las Manaclas” en tiempos del segundo gobierno de la vieja oligarquía, el Triunvirato.

Bajo el mito Mirabal, la fracasada vieja izquierda “revolucionaria” y uno que otro elemento de la oportunista baja burguesía compuesta por familias anteriormente trujillistas y a ese tiempo, desesperadas por quitarse lo que entendían un estigma, se disfrazaban de dizque “victimas de la tiranía”, se fraguó este nuevo y por el que a la fecha posterior al  30 de mayo de 1961 el apellido Trujillo fue sustituido meses luego y en el mismo año, por el Mirabal, en tanto este se fabricaba como lo máximo en materia de oposición moral contra la dictadura y luego con el tiempo, las Naciones Unidas (ONU) terminó por tomar el execrable crimen perpetrado por castrenses remanentes de la dictadura, el 25 de noviembre de 1960, como la motivación principal en la defensa de los derechos de la mujer a nivel universal.

Lo lamentable, ha sido, que durante todo este lapso, los creadores del mito, solo se refieren a “las hermanas Mirabal” y para nada hablan del vecino de estas y más bien, compañero en el movimiento político Catorce de Junio, el joven Rufino Antonio de la Cruz Disla, quien se prestó a acompañarlas conduciendo el auto familiar que las llevaría a Montecristi a visitar a los esposos presos de Patria y Minerva y terminando de morir a palos junto a estas y su hermana Minerva en plena emboscada perpetrada en la carretera.

Registros judiciales concluyentes bajo la firma del procurador general Porfirio Basora y que también están depositados en los archivos del escritorio dominicano en el Departamento de Estado, revelan, que las tres hermanas y el joven amigo y colaborador, fueron asesinados a instancias de la estación de la CIA en la capital dominicana, la que alentó a un antitrujillista de ocasión y dueño de la principal línea de autobuses, La Cigüeña, quien a su vez era compadre del ministro de Defensa, entonces, Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, Juan René Román Fernández, casado con una hermana de Trujillo y compadre del transportista citado, Luis Amiama Tió.

En honor a la verdad, los conspiradores del asesinato de Las Mirabal, se motivaron en el hecho político, de que con lo que resultó el cuádruple crimen, el régimen perdería credibilidad y podría ser debilitado lo suficiente hasta llegar al magnicidio y lo que en efecto sucedió en mayo de 1961, pero para ello, requerían previamente, de un hecho que moviera y sensibilizara a todo el pueblo dominicano y a sus fuerzas vivas y en ese punto, es que se generalizara el concepto de los dispersos grupos de anti trujillistas por sacrificar a las hermanas Mirabal y al señor De la Cruz Disla. Es decir, un crimen vergonzoso fue alentado y para que Amiama Tió incitara al general Román Fernández a consentirlo.

De ahí, que por esas trágicas muertes y como el mejor modo para encubrir las complicidades que se dieron, se creó el mito de las abnegadas y patriotas hermanas y sin casi nunca mencionar el sacrificio de De la Cruz Disla y el que ha servido de amuleto para la creación del historial de las determinadas familias que posteriormente se entendieron como “víctimas” directas de la Tiranía y a resultas, de que el magnicidio provocó una persecución extrema contra ellas y  por parte de los remantes del trujillato. Lo que, en términos generales, durante los años posteriores han sabido sacarle buen provecho pecuniario y de ascenso social y de hecho constituyéndose en una abusiva casta social y política de raigambre “histórica”.

También hay documentación respecto a la reacción de Trujillo al conocer del crimen y sobre todo, por los sirvientes al momento del desayuno, se conoció el diálogo que sobre el particular hubo entre Trujillo, su esposa María y su hija Angelita. “Yo no mato mujeres” fue la categórica afirmación del Dictador y dijo más, “este hecho, que yo no di instrucciones para que se hiciera, ocasionará la caída de mi gobierno y porque el pueblo no aguantará el peso del crimen cometido. Ya se verá”. Angelita está ahí viva y es pastora en un ministerio religioso de Miami, EEUU y seguro que podría dar fe del relato que hacemos y el que no hemos sacado de contexto.

Con los años, la familia Mirabal, sin duda que aprovechó y como resultado lógico y hasta natural, no que sus integrantes lo hayan buscado y lo que debe puntualizarse, el aura de heroísmo que le acompaña y no solo ha sido parte del mito Mirabal, sino que un hijo de las asesinadas, es hoy el rey del arroz, al ser el mayor productor y dueño de factoría arrocera en toda la isla y un sobrino de este, excelente psiquiatra y mejor persona, llegó a vicepresidente de la República y ocupando luego importantes carteras  ministeriales.

Es de esta manera, que poco a poco, lo que comenzó como una trama anti trujillista impulsada por la estación local de la CIA y aprovechada por trujillistas de primera y quienes en gran mayoría y por razones personales mezquinas, se metieron en la conspiración para asesinar a Trujillo y siendo todos trujillistas de primera línea desde antes del 1930, sobre todo en Moca y poblaciones fronterizas, ha devenido en una especie de sustitución de apellidos, que si venimos a ver, para la salud institucional de la República, en nada beneficia.

Por supuesto, en lo personal, quien escribe siente dolor y angustia por las muertes aleves, de Patria, Minerva, María Teresa y Rufino. Pero definitiva y políticamente, sus muertes no fueron en vano y de ahí su gran sacrificio y ni que decir para sus seres queridos.

La nación siguió hacia adelante. Nuevas generaciones la proyectaron a los óptimos niveles en que ahora se encuentra, pero paradójicamente, hay que reconocer, que el mito Mirabal, se ha convertido en la retranca que impide enterrar al trujillismo, pues al avivarlo, los llamados y minúsculos núcleos antitrujillistas todavía pueden mantener políticamente sus vigencias y lo que ciertamente es un grave como gran retroceso y perturbador para las nuevas generaciones de este siglo XXI en el que nos encontramos. (DAG)