En este día de difuntos o el recordatorio de que la muerte siempre nos espera y cada día se acerca y sean individuos, naciones, imperios o gobiernos, civiles, militaristas o plutócratas. Haití es la muestra.

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La tendencia generalizada es la de solo recordarnos de que la muerte es nuestro final, cuando de golpe nos llega la noticia de una muerte cercana o que un país a colapsado o que un imperio se fragmenta o divide sea político, empresarial, financiero y también en el nuevo capitalismo salvaje y sin escrúpulos en internet.

Pero también nadie quiere recordarse de esa realidad y de ahí que sean tantos quienes al momento de que el telón de su vida le toque bajar, prácticamente se aterrorizan y casi con terror se entregan a la sensación de la que ya no pueden más y entonces y como último recurso, se recuerdan que en su yo interno existe un espíritu al que todos llamamos alma y al que, a la desesperada, clamamos porque nos lleve en el viaje postrero al Altísimo y lo que tampoco es del todo seguro.

Con las naciones pasa lo mismo, pero dentro de parámetros distintos. La naturaleza formula advertencias y al momento que se entiende que los excesos están trazando un derrotero nada correcto y sí incierto. Por eso, cuando el orden natural parece que se resquebraja, mientras el social y político apenas son sombras de lo que fueron en momentos de esplendor, los ciudadanos se aterrorizan y atrapados contra la pared que el estrecho callejón de sus debilidades los llevó a confrontarse así mismos, caen en la cuenta, de que ya no hay tiempo para enmendar errores y sí para dar paso a lo más parecido a la purificación por el fuego.

Y se producen las advertencias, desde el momento de que quienes tienen todo que perder, empiezan a alarmarse y utilizando sus medios de comunicación formulan alertas y gritos desesperados y mucho más, cuando entienden, que, como productos de sus devaneos e inconductas, sus países se les escapan de sus manos y pareciendo que ya no hay marcha atrás.

Es por eso, que los gobiernos o más concretamente, las clases gobernantes, se sienten acorralados y peor, sin nada juicioso para hacer como alternativa viable y sus sociedades entran en pánico y la responsabilidad cívica abandona a los pueblos y entonces la anarquía hace presencia y con tal fuerza, que ya se sabe a ciencia cierta que todo ha empezado a desmoronarse.

Haití y ciertos países árabes y como una cuarta parte de los africanos, es evidente que han empezado a recorrer ese camino de no retorno, por los que ni su historia y tampoco su idiosincrasia o cultura particular, les ayuda y para que ellos en solitario pudieran recuperarse o resurgir, a menos que cuenten con una ayuda sólida y firme y continua desde el exterior.

A todo esto, lo más grave, es cuando la comunidad internacional entiende que su mano no puede salir en auxilio de los que se despedazan y por la simple razón, de que aquellos países fallidos, no estados fallidos, habría que puntualizar, nunca hicieron lo suficiente para corregir su lastimoso rumbo hacia la autodestrucción y de lo que los dominicanos conocemos mucho, viendo y como todos los días, que el país vecino se auto aniquila y tanto, que no menos de un millón de sus ciudadanos, unos como mano de obra barata y los otros como inversionistas desesperados por autoprotegerse, han terminado por crear una amplia colonia o comunidad hija del exilio económico más acusado. Unos buscando mejorar su desastroso nivel y calidad de vida y los otros, para garantizarse un status nuevo de inmigrantes culturalmente dominicanizados y si vale la expresión.

Mientras esto último ocurre, la mayoría de los nacionales de este país y por su crasa ignorancia cultural y grave analfabetismo sobre hechos históricos casi comunes, no entienden que semejante ola migratoria hay que enfrentarla y apenas contenerla en base a un robustecimiento de nuestra dominicanidad, vale decir, de nuestro propio acervo cultural. Otros entienden lo contrario, marcharse también a los países de Norteamérica y Europa, mientras de estúpidos, le dejamos espacio a esa diáspora haitiana, que, si los dominicanos no asentamos cabeza, fácilmente y en menos de diez años podría tomar el control del territorio nacional.

Entonces y de ocurrir, veremos, que mientras la nación haitiana se pierde y diluye en su propio territorio, hay otra nación haitiana y dominicanizada, que empieza a surgir en la parte oriental de la isla.  Y esto así, porque y desde el momento que los haitianos de aquí hagan residencias legales y luego se nacionalicen como dominicanos o que sus descendientes nacen como dominicanos y mostrando una tasa de natalidad superior a la media dominicana, ¿qué es lo que se supone podría ocurrir?

La nación dominicana iría a perder espacio y viendo a sus hijos de clase media hacia arriba, inmigrar a otras naciones, mientras a nivel popular, las mezclas entre haitianos y dominicanos hará un nuevo país y muy parecido a aquel planeta cinematográfico de los monos de múltiples especies. ¿Se está condenado a que esto suceda?, no necesariamente, pero se está caminando hacia semejante resultado.

Nuestra alerta va entonces, dirigida a los dominicanos con ascendencia de no menos cinco generaciones y mucho más, viendo y comprobando que los dominicanos de menos de tres generaciones y de origen árabe, turco y estos islámicos o musulmanes clandestinos y ya dominando el primer gobierno plutocrático que se tiene, muestran una peligrosa tendencia a reconocer e impulsar la diáspora criolla en el exterior, en vez de garantizar y robustecer la dominicanidad y con el agravante, de que todos esos comerciantes y tenderos de origen árabe y turco, son a su vez el verdadero poder económico hegemónico que ha llevado a Haití al descalabro institucional total.

Desde el momento que se entienda esta grave situación, entonces los dominicanos a quienes nos duele nuestra nación, deberemos de hacer un alto y para lograr que el presidente Luis Abinader, un dominicano de origen libanes, trace una política de corte dominicana, no de nacionalismo histérico y menos anti extranjeros, pero sí firmemente dominicanista y que por lo visto, muchos no se han dado cuenta del curioso fenómeno que la presencia de este gobierno plutocrático, muestra tendencia hacia la desvalorización muda de nuestras raíces e historia.

Haití se está muriendo y porque su clase dirigente por un lado y su pueblo por el otro, han hecho lo imposible porque así suceda. Los dominicanos no podemos caer en semejante o igual derrotero y por eso del llamado de atención que formulamos y para que Abinader se reoriente, al tiempo de advertir, que en este día de difuntos o el recordatorio de que la muerte siempre nos espera y cada día se acerca y ya sean individuos, naciones, imperios o gobiernos, civiles, militaristas o plutócratas.

Haití es la muestra.  Que cada uno juzgue y analice y para que no se diga, que por lo menos un ciudadano, medio y sector social no lo advirtiera. (DAG)