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Hipocresía

Un reconocido violador de la norma, “el ci­rujano”, apa­rece muerto en una calle cualquiera; un “po­licía”, víctima de ira, mata una joven madre; un atraco en el sur es frustrado por una patrulla de policía, hieren uno de los atraca­dores y éste resulta ser “policía”. Reaccionamos, empezamos a conjeturar, a buscar culpables, a pedir cabezas, pero casi nadie se detiene a pensar en las causas reales de la descomposición. La desgracia empezó, por un lado, con una buena cantidad de per­sonas que escogieron por oficio la “política”, ejerciéndolo de es­paldas a los principios que de­ben inspirarlo y, del otro lado, en una ciudadanía variopinta que, ya por pescar en rio revuelto, ya por desinterés o por ignorancia, ha sido indiferente.

Pero lo cierto es que la falta de oportunidades a que hemos so­metido a aquellos que habitan lo que siempre he llamado “el inframundo” nos ha dejado por herencia, a los que vivimos en “el mundo”, una vida de sobre­saltos, de inseguridad, de dolor y angustia permanentes infligi­dos por los sin derechos, los “no personas”; por aquellos que vi­ven en un permanente Estado de Excepción, tomando presta­do el título a Giorgio Agamben, contrapuesto al “Estado de De­recho” del que solemos hablar en nuestras democracias libera­les. Personas a quienes se les nie­ga todo.

Desprovistos de todo se ven compelidos a construir su pro­pio mundo, como he dicho antes, con sus particulares ca­tegorías metafísicas, con sus ex­clusivos códigos de desempeño, el cual tiene como destinatario de su accionar “nuestro mun­do”. No podemos importarle, porque no nos importan. Ca­da noche, muchos de nosotros escondemos la cabeza como el avestruz, nos retiramos a una habitación donde encontramos una cobija que nos proporciona la tibieza para dormirnos más o menos confortablemente y, al amanecer, tenemos seguro el bocado que nos sostendrá hasta el mediodía, para seguir contri­buyendo con la construcción de la hipócrita tesis de que “es falso que la pobreza incide en la de­lincuencia, porque conocemos a muchos que han forjado su vida desde ese origen”.

En cambio, los del infra­mundo, habitan hogares dis­funcionales, si alguno, solo tie­nen oportunidad de cultivar ira, resentimiento y odio hacia aquellos que consideran -sin distinción- enemigos causan­tes de su desgracia o, cuando no, solo tienen por sacerdote ante el cual confesarse al capo que los emplea traficando, los convierte en adictos y los em­puja al delito. Que conste, no justifico los males, solo identi­fico sus causas. Por: Emerson Soriano [Listín Diario]

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