La crisis de Netflix: atrapados en el modelo de éxito de la impaciencia colectiva

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Netflix ha sabido jugar con nuestra impaciencia para romper los moldes del mercado audiovisual. Así ha asentado su modelo de negocio de éxito conquistando a una audiencia que lo quiere todo ahora y ya. Queremos poder ver todos los capítulos de las series de golpe. Aunque no tengamos ni tiempo para digerir las emociones que provocan.

La temporada de tal ficción se estrena un viernes y los ávidos espectadores corren a devorarla. Muchos se ven todos los capítulos en maratón el mismo viernes o a lo largo del fin de semana. Algunos, como demuestran los datos, saltándose algún que otro episodio para llegar antes al final. Y, después, poner tuits alardeando de que ya la han visto. Y piden que llegue la siguiente temporada cuanto antes. Y a otra cosa. Y a ver qué se estrena de nuevo dentro de unos días para seguir engullendo.

Pero olvidamos al mismo ritmo que devoramos. El recorrido de las series es más fugaz que nunca, los spoilers sobre sus tramas trascienden demasiado rápido y se genera un clima de consumo acelerado entre los seguidores que propicia que un cacareado lanzamiento caduque en apenas unos días.

Con un capítulo dosificado a la semana, la serie seguiría vigente y de actualidad durante meses. Con este sistema, la inversión en ficción es menos rentable: el gasto de la plataforma se esfuma en sólo unas pocas horas. Y, como consecuencia, Netflix debe producir más para alimentar el hambre voraz de sus suscriptores, ya que agota cada cartucho de sus estrenos en un día. Lo que, al final, empuja a una fidelidad menor de un cliente que, encima, valora cada vez menos los meses y meses de trabajo que son necesarios para parir una ficción.

Ahora Netflix sufre la crisis de la consolidación de un negocio. Tras años creciendo en suscriptores, la tendencia se ha frenado y los competidores se van abriendo camino. Y lo han hecho con la astucia de no seguir las reglas del juego de Netflix. Disney Plus, con todo su arsenal de entretenimiento, no ha sucumbido a la moda del atracón de series. Al contrario, la compañía de Mickey Mouse ha entendido que esta estrategia está envenenada para rentabilizar al máximo sus inversiones y que es fundamental crear un vínculo estable con el espectador a través de citas semanales que se alargan en el tiempo. Que el público incluso puede esperar con ganas.

Damon Lindelof, artífice de Perdidos, la ficción que fue un punto de inflexión en la manera de ver series, también se ha manifestado en alguna ocasión opuesto al consumo maratoniano de series. ¿Cómo hubiera sido Lost sin tiempo entre episodio y episodio para lanzar teorías y hacer conjeturas tras cada cliffhanger¿La habríamos disfrutado igual tragándonos una temporada completa en un fin de semana? Probablemente no. Y, sin duda, el fenómeno no habría generado tanto caudal de debate ni habría hecho el ruido mundial que congregó durante seis largos años.

Los atracones nunca fueron buenos para la salud. Y ahora se le empieza a atragantar al propio Netflix. El consumo adictivo y sin freno de las series retrata el tiempo de prisas que vivimos, sí. Pero el espectador debe también aprender a frenar sus ansias para sentir el regustillo de la intriga que tanto nos hace disfrutar de una ficción cuando nos dosifican una historia brillante de manera inteligente.

Ya casi no nos hacemos esa pregunta básica de "¿qué pasa después?" Porque si no tocas el mando o el teclado, el capítulo siguiente comienza en apenas veinte segundos sin darte tregua para siquiera digerir lo visto. Puede que ver una serie de una sentada nos sacie como quien engulle una tarta entera de golpe, pero desde luego también frena nuestra capacidad de imaginar. Síntoma de un tiempo de maratones hacia ninguna parte. Por: Borja Terán [20Minutos]