A medio camino entre el absolutismo de Luis XIV y el ruido seco que hizo la cabeza del XVI al caer en la cesta del verdugo; o mejor dicho, en el preámbulo de la Edad Contemporánea, Montesquieu vislumbró la necesidad de establecer la separación de poderes como piedra angular del Estado moderno, en razón de que “Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales de los nobles o del pueblo ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares”.
En su momento (1748), ese principio fue más revolucionario que las revoluciones que le siguieron y se sustentaron en él –la americana (1776) y la francesa (1789)–, pues antes, todo había sido la concentración del poder en una mano. Es Montesquieu quien entrevera la necesidad de estructurar un Estado donde coexistan tres poderes, y que cada uno sirva de contrapeso y equilibrio del otro; y son los Padres Fundadores de los Estados Unidos los que llevan a la práctica ese “checks and balances”, que funciona tanto en la mecánica intra estatal, como en la dinámica gobierno-oposición.
En esa lógica adquiere especial relevancia el funcionamiento de los partidos de oposición –tanto como el accionar del partido de gobierno–, pues unos estarán actuando como veedores/vigilantes/denunciantes de las acciones del gobierno, en lo que el partido gobernante deberá contenerse en sus ejecutorias, en razón de que se sabe visto y escudriñado. La mesa de la democracia se sostiene en varias patas (partido de gobierno, opositores, sociedad civil, prensa, poderes fácticos, etc.) y si una falla o falta, tambalea.
Por esas razones, llama a preocupación el mutismo asumido por la oposición en los últimos meses, pues justo cuando el gobierno calienta el brazo con todas sus reformas –sin ni siquiera llegar el 16 de agosto–, tanto la FP como el PLD han concentrado esfuerzos y discursos en asuntos exclusivamente internos, dejando cancha libre al gobierno que, a nivel de relato y opinión pública, “come con su dama”.
Mientras estuvo en el gobierno, para el PLD poder doblegar a la oposición (PRD y PRSC) invirtió tiempo, esfuerzos y recursos, al punto que tuvo que cooptar algunos de sus dirigentes en la nómina pública; o bien tuvo que favorecer a lo interno a las facciones proclives a sus designios, a través de decisiones judiciales cuestionadas.
Sin embargo, para el PRM anular a la oposición no ha tenido más estrategia que dejarla ser… como si acaso fuera consciente no sólo de su proclividad a la división, sino de su incapacidad para resolver sus problemas internos, articularse, limar asperezas y construir una alternativa opositora responsable y un relato creíble.
El 16 de agosto aún no ha llegado, la oposición no se siente, y en Palacio ponen caras pétreas mientras aguantan la risa. Por: Federico A. Jovine Rijo (Listín Diario)
