viernes, octubre 4, 2024
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Lo importante de la democracia representativa y participativa, radica, en que todos los contrapesos funcionen y que haya una opinión pública civilista y políticamente responsable

Para República Dominicana y desde antes del 1996, siempre ha sido un problema y por la notoria falta de responsabilidad cívica de sus habitantes al no actuar como ciudadanos y sí como siervos, por lo que, realmente el estado de derecho nunca ha funcionado como tal y de ahí la razón, de que los gobiernos imponen una caricatura de dictadura semi legalizada en la que los fueros ciudadanos carecen de funcionabilidad practica y definida.

Debido a semejante circunstancia proveniente del marco legal de la dictadura trujillista y acentuada en los doce años del régimen autoritario de Joaquín Balaguer y utilizada como mecanismo de defensa del Estado para imponerse a los efectos terroristas de un proceso de guerra fría, por el que el estado de derecho fue duramente erosionado y debido a que la lucha política ideológica de aquellos años marcó y crispó las vidas de todos.

Se hizo francamente un reto “vivir en democracia” y desde el momento que “la izquierda, radical, revolucionaria y comunista” penetró de lleno todas las instancias de la vida de relación y tanto, que ningún dominicano de aquel tiempo pudo sustraerse de la lucha entre comunistas y anti comunistas, izquierdistas o derechistas y teniendo de telón de fondo, una de gobiernos despóticamente militaristas y los que en su ciego sentimiento de asesinos, torturadores  o psicópatas envilecidos hasta el oprobio, dieron por resultado una especie de “guerra civil” en dos tiempos, que no solo se llevó a lo mejor de la juventud de la época, sino que impregnó de un odio casi de ciegos, a quienes se veían enfrentados entre tanto debate suciamente ideológico.

Por eso, este país, no solo que no pudo escapar a semejante proceso de desgaste de la voluntad que afectaba lo individual para imponer un irrazonable colectivo de fanáticos fuera de tiempo y el que todavía y aun cuando la nación ha ido evolucionando paulatinamente hacia una institucionalista y menos personalista como crispante, todavía impide que las remoras insanas de semejante pasado pudieran desaparecer de un todo.

De ahí el nacimiento de partidos políticos, que dirigidos por resentidos sociales y compuestos por toda una caterva de dominicanos también resentidos sociales, reconvirtieron el ejercicio democrático en un accionar prostituido de gobiernos personalizados de orígenes turbios y nada correctos en materia de comportamiento social idóneo y dando por resultado, primero, el establecimiento de lideres supuestamente mesiánicos, segundo, una terrible lucha de clases casi de fanáticos, en la que los que más tenían en bienes materiales eran capaces de urdir las peores artimañas y sin importarles afectar la gobernabilidad, al tiempo y esto lo tercero, de que la población entendió hasta natural practicar ese indeseado mecanismo terrorista, por el que todos los dominicanos fueron arrastrados a esa lucha cruenta de sobrevivir a como de lugar y sin importar cuantos muertos quedaran atrás.

Los gobiernos se convirtieron entonces en nichos terribles de violencia social dirigida y apoyados por partidos políticos, que en la práctica eran apoyados a su vez, por esa especie de brigadas armadas y sociales que componían sus seguidores y tanto, que la racionalidad no funcionaba y la incultura de la violencia social regía los actos de semejantes organismos enfermos de poder mal guiados y menos usados.

¿Resultados?, absolutamente ningún dominicano quería ceder algo de sus derechos con tal de que la mejor y sana de las convivencias del orden civilizado y civilista pudieran fijarse y aceptarse en materia de urbanidad social, vacío que provocó la más fenomenal inversión de valores morales, en los que y bajo disfraces de que nada es lo que es y menos lo que parece, elementos de las fuerzas vivas y de la llamada sociedad civil y guiados por curas y obispos católicos de dudosa moral y la mayoría, pervertidos sociales de la peor especie y decididamente, gracias a la complicidad periodística, desde los años sesenta y hasta llegar a la década de los noventa, impusieron su inaceptable impronta, a toda una nación dominada por el terror político y social y los grupos económicos y financieros más indeseables.

Tal actitud para pervertir el orden social no dio algún clima de paz social y firmeza cierta de buena gobernabilidad, hasta que ocurrió el fenómeno y comenzando con el gobierno del PRD de 2000 al 2004, donde la mayor invasión de inmigrantes dominicanos provenientes de EEUU y particularmente como estadounidenses de origen dominicano, impusieron y a mayor reedición que en los años setenta y ochenta, de la penetración del bandidaje social y su rastro infamante del narcotráfico y el lavado de activos y dineros a gran escala.

De este modo y debido al fracaso de la moral social, la República cayó entonces en un peligro mucho mayor si cabe y en lo que tiene que ver con el orden social sano, en tanto como un milagro extraño y sorpresivo, poco a poco los gobiernos a partir del 2004 empezaron a dar el giro adecuado de privilegiar la condición humana sobre los bienes materiales y aunque no soltaron para nada que el poder sea visto como la fuente más abusiva y primigenia de enriquecimiento ilícito. Situación que fue sobrepasada por ese contrapeso de moralidad, que de pronto surgió desde la misma gente y más como ciudadanos que como siervos y que permitió y sin que ningún político o empresario o medio de comunicación lo hubiese previsto, que se diera el resurgir moral que ya es imposible de no reconocer y que ha contribuido tanto a la gobernabilidad y comenzando por el respeto de la autoridad nacional hacia una nueva forma de gobernabilidad cónsona con la decencia y la honestidad como pretensión y objetivo de todos.

No es que las malas inconductas cesen, no, pero sí que hay un principio de revolución moral, que se siente y aunque muchos no supieran explicar. Es de este modo que ocurre el estallido político y social desde la Plaza de la Bandera desde mayo a julio de 2020 y su secuela, de unas elecciones fuera de tiempo, en donde una colectividad política y social y sobre todo de comentaristas y productores en la radio y la televisión y también en las redes sociales, toman la iniciativa de enfrentar y descalabrar un gobierno desarrollista pero nada moralmente correcto y entronizar un nuevo mecanismo de poder político y social, que con casi 16 meses de los 48 que debe durar en el poder, lucha a lo interno por no repetir los mismos hechos e inconductas del pasado, aunque todavía y por determinadas inconductas escandalosas que se han presentado, todavía y hay que recalcarlo, es temprano para hablar de un nuevo tipo de conducta moral gubernamental o de que la corrupción política y empresarial hubiese podido ser enfrentada positivamente.

En este aspecto, es mucho lo que todavía le falta por recorrer al PRM y el que y aun gobernando por encima de tantos, todavía no ha llegado al justo medio de favorecer la gobernabilidad sin favor ni temor, sin prejuicios y resentimientos y que es la razón de que digamos, que lo importante de la democracia representativa y participativa, radica, en que todos los contrapesos funcionen y que haya una opinión publica civilista y políticamente responsable.

El nuevo régimen, pues, requiere de contrapesos y por lo que hay que saludar, que el partido político orgánicamente mejor estructurado, el PLD y quizás en actitud de reconvención y humildad frente a los abusos cometidos en su gobernanza, se apreste a ocupar el vació institucional, por el que ahora, el gobierno del PRM no tiene oposición y que, de seguir, pudiera afectarle institucionalmente y con ese vacío, también a todas las instituciones, de gobierno y sociedad.

Finalmente, hay que rescatar institucionalmente a esta nación y a su pueblo, enseñarle a ser ciudadano y no súbdito y fundamentalmente, hacer del periodismo una práctica de orden moral y profesional y no la sentina de corrupción y amoralidad, que en líneas generales lo es ahora y mucho más, cuando todos los dominicanos tenemos la obligación moral de ser mejores a favor de nuestra querida nación. (DAG)  

 

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