¿Puede la República gobernarse con el resultado de una sorpresiva derrota electoral que pudiera desembocar en una guerra civil?

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¿La respuesta?, absolutamente que no. Por lo tanto, ante la obcecación oficial y tan reiterada, de pretender ignorar la realidad ominosa que se yergue sobre un poder que quiere ser totalitario, pero del que su cabeza principal todavía no entiende, que cuando se quiere andar en los primeros pasos de lo absoluto, o se lanza por todas contra quienes asume son sus adversarios o en caso contrario, debe de estar preparado para que le arrebaten el poder.

Ante esas circunstancias, el presidente Luis Abinader debe sopesar bien sus pasos y observar, cuales, de sus vasallos, son los instrumentos más aceptables para hacer de su partido la herramienta dócil y útil que le ayude a sacarle de las peores adversidades.

Sin embargo, se tiene a un presidente joven, que todavía no ha mostrado el dominio real que tiene y de ese poder, que a ratos da la apariencia de que se le escapa de las manos y por la terrible razón, de que aún no ha sabido dominar y controlar las ambiciones siempre desbocadas de la corte o circulo que le rodea y curiosamente, tan de funcionarios jóvenes a los que el poder delegado y conferido no les permite ver ni entender los alcances positivos de las funciones que deben de hacer.

Por eso, se ve a un Abinader prisionero de sus propios recelos y casi encadenado a sus mayores dudas, mientras que los vasallos que deben trabajar para que el primer magistrado, triunfe y sea exitoso. Increíblemente hacen todo, menos que ayudarle a realizar un buen gobierno.

Y esa falla tiene y arrastra un tremendo costo político. Hoy estamos a 30 días exactos de las elecciones presidenciales y legislativas y todavía a ojos del sentido común, no se entiende la terrible frivolidad que presentan las tantas encuestas por encargos, por las que de tanto llegar a los porcentajes más altos, parecería que el gobernante no tendría necesidad de ir a unas elecciones, que hasta ahora sus vasallos le han hecho creer que se encuentran plenamente ganadas.

Para colmos, los delirios de poder absoluto que sus popis tienen y al entender que ellos y no nadie más derrotarán a los políticos de experiencia y fuste y no nos estamos refiriendo a los de la oposición y sí a los que medran a la sombra del mismo gobierno, no han permitido que el sentido más elemental de racionalidad impere en el comportamiento de los funcionarios en el Palacio Nacional.

De este modo y a lo inverso, parecería que el gobierno no va en la ruta correcta y que las políticas y en particular las sociales, no han sido enfocadas para que realmente lleguen y beneficien a quienes están dirigidas.

Justo frente a lo que se ve como un descalabro que no debería de producirse, la oposición empieza a dar los pasos de conjunto, que vistos hasta con cierta incredulidad, apuntan, a que de seguir en el mismo planteamiento, un Abinader que a principios de año lucía imbatible y triunfador, de pronto, se encuentra ante la posibilidad de que los lideres opositores y en particular los dos expresidentes que se detestan entre sí y cordialmente, pudieran lograr crearse una corriente aplastante a favor de opinión pública asombrada y hastiada de los errores oficiales continuos, todos esos que está haciendo que el gobierno estuviera comportándose como su peor enemigo.

Lo más penoso, es que realmente el presidente no se merece salir del poder y humillado e imputado por los hechos de otros y los que al estar en el organigrama oficial quedan bajo su responsabilidad y los errores que cometan se le adjudican directamente al presidente y como si fueran de su autoría.

A todo esto, es evidente que a Abinader le es casi imposible efectuar ciertas correcciones de procedimiento, pues de hacerlo, esa oposición militante que ya está al acecho y precisamente porque el desencanto popular se ha agrandado a tal nivel, que si los candidatos opositores no se dejan llevar o arrastrar por la ola de insatisfacción, seguro que podrían perder su propio valer y como los nuevos mesías que creen ser, mientras uno solo, un terrible autócrata ilustrado, empieza a dar los golpes de efecto, que de ahora en adelante y si en el gobierno no actúan con diligencia, fácilmente podría ocasionarle las peores de las derrotas y al ganar el autócrata, simpatizantes y de esos que entiendan, que por su experiencia buena y mala con tres ejercicios de poder, es el instrumento aceptable y oportuno para sacar del poder a ese PRM que la gente empieza rechazar y que tantos detestan y al grado de entender, que todo es mejor, que con una reelección, que poco que mucho, tantos empiezan a considerar no factible y menos deseada.

En estos decisivos treinta días y si el mismo Abinader no se sacude y si dentro de seis días, con el debate presidencial no gana suficiente ventaja popular, habría que decir, que graves nubes de tormenta se ciernen sobre el gobierno y que impulsarían en cuesta baja, a un joven gobernante digno de mejor suerte y merecedor y por sus éxitos administrativos, la mayoría de su autoría personal, de que la nación le renovara su mandato.

Este medio, que desde su fundación hace 52 años no es amigo y menos enemigo de quien sea presidente de la República y solo sí su critico institucional, siente enorme tristeza y al comprobar, que en el gobierno son incapaces de saber hacer lo correcto y para agenciarse la magnífica popularidad que el presidente tuvo a principio de año. Pese a todo, todavía Abinader tiene un débil margen a favor, pues al fin y al cabo es el poder decisivo en un sistema presidencialista tan arbitrario como el dominicano y en donde quien sea el presidente de la República tiene la última palabra y por lo mismo, la mejor de las ventajas comparativas y si las sabe aprovechar y con esa dosis decisiva de saber imponerse, aunque la integridad personal quedara deshonrada y que es la situación que de alguna forma, arrastra a los tres expresidentes que disputan “en secreto”, entre sí .

Es decir, en una guerra y la lucha política por el poder es lo más parecido a la misma, ganará el candidato oficial que sepa utilizar aplastantemente los recursos a su mano, de lo contrario, terminaría muriendo peleando y lo que nos hace preguntarnos: ¿Puede la República gobernarse con el resultado de una sorpresiva derrota electoral que pudiera desembocar en una guerra civil? Con Dios. (DAG) 19.04.2024