Siempre hemos creído y como muchos que somos seguidores del orden moral, la decencia y la civilidad, que hay un momento en la vida de una nación, ese que se origina en el choque natural de generaciones, donde una fuerte mayoría joven, entiende que debe darle la espalda a las anteriores y asume que lo pasado hay que destruirlo y para crear un presente distinto a lo vivido y de lo que muchos no reparan que la evolución natural que dicta la vida, es una que siempre deberá darse por etapas, a conciencia y con mucho sentido de la oportunidad.
No es que el joven debe maltratar al envejeciente o al mismo maduro, sino que en la medida que la madurez mental se impone, hay que entender que la conducta a seguir, debe y tiene que estar enmarcada en una profunda enseñanza de educación de hogar y la que, sin importar el nivel económico de las familias, debe ser la base y fundamento de toda una nueva sociedad hija de la anterior y respetuosa de la herencia que se recibe.
Lamentablemente, cuando se da una influencia externa extremadamente nociva para el ejercicio de la civilidad, bien y mejor entendida y al mismo tiempo dentro de la sociedad hay una quiebra en los valores morales, es imposible no entender que el fenómeno que se presenta de esa angustia social hija de la falta de buenas costumbres presenta la situación, de que esa deserción amplia de valores produce un quiebre real en la conformación de la célula familiar.
A partir de ahí el desgarre social que se presenta, no solo que es tumultuario, sino profundamente descorazonador y mucho más, cuando lo que se observa, es que la vida de relación se convierte en un terrible pugilato de valores truncos donde los mayores, de pronto, sienten que son víctimas de una especie de rebeldía juvenil, que lo único que presenta, es la palmaria muestra de cómo una sociedad, vale decir sociedad civil o fuerzas vivas, se corrompe desde adentro y peor la situación cuando se trata de adultos corrompiendo menores.
Compruébese lo que decimos, con el reciente escándalo a nivel internacional de una red de pedófilos y degenerados de renombre y de ambos sexos, que la sentencia de una juez estadounidense ha puesto desde ayer ante la picota pública y con la etiqueta de la “Lista de Epstein”.
Por semejantes deformaciones de la conducta, toda la sociedad es cuestionada, en tanto la República Dominicana de hace veinte años atrás, hoy ni en imágenes se muestra con el orden institucional y cierto que debería tener.
Para empezar, la nefasta influencia de miembros jóvenes de familias de trabajadores inmigrantes y en particular en la ciudad estadounidense de Nueva York, no solo que han generado una fuerte ruptura con su ordenamiento natural familiar, sino que increíblemente, han servido de ariete influenciador para destruir el orden social en el país originario de sus padres.
El resultado, es un tremendo choque de civilización descompuesta, que desde los últimos cinco años ha significado la peor ruptura de valores morales y al extremo, de que el lumpen proletario y el bajo mundo dominicano en la ciudad de los rascacielos, a marcado la pauta para que este país sea prácticamente irreconocible.
Y que es una situación escabrosa que se impulsa desde unos medios de comunicación y de información de masas plagados de analfabetos funcionales y directivos, quienes en la generalidad de los casos y con tal de escalar rápidamente en el orden social, poco les importa prostituirse incentivando la terrible pérdida de conducta moral que ya se vive.
¿Significará esto que nuestra República se está perdiendo?, ¿qué no tiene rumbo o que sencillamente, el nuevo dominicano joven de ahora, para nada quiere un país civilizado y con civilidad y si que todo el mundo muestre una conducta alofoke, es decir, sin control de ninguna especie y haciendo cada uno lo que le venga en ganas y para colmos, teniendo de paradigma las barbaridades amorales que se muestran desde el exterior?
En realidad, lo que creemos ver, es una falla terrible en el sistema educativo y también una terrible pérdida de valores y como producto, en el caso dominicano, del roce “civilizador” con el exterior en donde el orden social se encuentra seriamente perturbado.
Nada más hay que ir a ver cómo viven los inmigrantes dominicanos y sus dos generaciones nuevas de estadounidenses de origen dominicano, conocidos en el territorio patrio y despectivamente, como “dominicanyorks” y para entender, que por lo menos hay una generación nueva que va rumbo al fracaso total.
La droga, la prostitución, el lavado de activos y el sicariato son ahora la especie de cuatro jinetes del apocalipsis, que marcan el rumbo de esos individuos y quienes cuando vienen al territorio nacional y exhibiendo su manera desvergonzada y petulante de comportamiento, no deja nada libre a la imaginación y para entender, que si el fenómeno no se frena o se reconduce, la nación de los próximos veinte años será una exhibiendo un descalabro absoluto.
Así se tiene, que esos hijos de inmigrantes y con un poder adquisitivo mayor que la generalidad de los ciudadanos que vivimos en el territorio nacional y cuando vienen “de vuelta”, no solo que penetran en todas las capas sociales, sino que preponderantemente colocan a sus hijos en centros de estudios de la alta burguesía criolla y para lograr, que con el roce de sus hijos con la llamada “clase alta” sean aceptados socialmente, al tiempo que sus padres y por el poder corruptor del dinero mal habido, entran en sociedad comercial con personas económicamente bien establecidas y formalizándose una suigéneris operación de lavado de activos que beneficia a uno que otro grupo, pero que también genera una desquiciada transformación inmoral de conducta y valores.
Si a lo anterior se agrega, que en los últimos veinte años la clase dirigente o política, ya no está compuesta por servidores públicos de integridad probada, sino que la delincuencia de cuello blanco ha penetrado de manera inquietantemente escandalosa en el tejido social, se puede comprobar como la República ya no tiene una clase gobernante de valer y los políticos han retrocedido moralmente y al grado de haber conformado una especie de cartel delictivo, la partidocracia, que no tiene nada que envidiarle a los clanes mafiosos de EEUU y Europa.
Ante igual medida, los gobernantes no son tales y gobiernos ha habido y en donde la representación amoral más inquietante se adueña y dando por resultado una inversión generalizada de valores en las instituciones tutelares de la nación y también una descomposición moral aberrante en el aparato económico de la alta burguesía.
Solo con asomarse a los residenciales en los centros turísticos de alto nivel, donde la práctica de orgías en casas de familias es lo cotidiano, se comprobará fielmente el por qué el caso descubierto y conocido como “Lista de Epstein”, también nos llega y volviéndose hasta común.
Todo ello le está haciendo perder autoridad moral a nuestra nación y por lo que países fallidos como el vecino Haití, muestran el coraje de creerse que pueden aprovechar el declive moral nacional para apoderarse de una vez y por todas de nuestro territorio soberano y mientras una invasión de vientres programados para que sus productos nazcan supuestamente como dominicanos, ante nuestras propias narices y en la medida que crecen, van creando guetos, cuyo único propósito es subvertir el orden social desde adentro y con el apoyo abierto de estadounidenses de origen dominicano y haitiano.
De ahí que haya que preguntarse hasta donde la irresponsabilidad cívica de los dominicanos de hoy va a permitir la situación de quiebre moral que nos está ocurriendo y que obliga a la siguiente interrogante: ¿Se está ante una encrucijada para destruirnos, rescatarnos o resurgir como nación con posibilidades ciertas de buen futuro o desde el exterior y al desnudo, con la ya famosa “Lista de Epstein?
Lo ideal, es tener una esperanza positiva de futuro, lamentablemente, ahora no la hay y por eso tenemos pena de los nuevos dominicanos de ahora, de su juventud y de su gente madura y criticamos con dureza a su clase gobernante. ¡Ojalá equivocarnos! (DAG) 04.01.2024





