Un discurso de Estado con lineamientos precisos y políticas acorde, que abre expectativas promisorias para el papel dominicano dentro de la comunidad internacional y por lo menos hasta el 2024

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Que se recuerde, salvo el discurso de Estado presentado en septiembre de 1961 por el presidente Joaquín Balaguer ante el plenario de la Asamblea General de la organización de las Naciones Unidas, es el antecedente más provechoso que tiene el discurso presidencial presentado ayer por el presidente Luis Abinader ante parecido escenario de repercusión mundial.

Su explicito y contundente llamado, de que República Dominicana no puede continuar cargando la responsabilidad de toda la comunidad internacional por el desapego de aquella al no salir en ayuda directa a favor de la transfronteriza Republica de Haití, recuerda la reiterada política dominicana de buen vecino, que de manera continua la nación dominicana aboga en los escenarios internacionales en los que participa al más alto nivel y como vocero de hecho, de los compartidos intereses y políticas haitianas y como también se comprobó cuando la Conferencia Interamericana de Punta del Este en Uruguay, del 12-14 de abril de 1967 con el discurso pronunciado allí por Balaguer.

Más lo otro, de la imperiosa necesidad geoestratégica para evitar la disolución definitiva del Estado haitiano, en cuanto a que se organice alguna forma o via de control internacional para restablecer la seguridad ciudadana en Haití, sin duda que es un llamado que deberá encontrar eco en la región caribeña, toda vez que el profundo desorden de vida institucional y en particular humana que agobia al vecino Estado, no da pie como para que se entienda, que otros países del área no sean afectados y en particular República Dominicana, como nación que comparte la misma isla.

Al contrario, es un llamado juicioso y de alta política, que necesariamente la misma ONU deberá ponderar con el mayor interés, toda vez que la región del Caribe y por la problemática haitiana, es una de las más afectadas por el grave deterioro en el proceso de ingobernabilidad que se agudiza con esa extrema inmigración forzosa haitiana que  va desde Chile, Centroamérica, EEUU y también México y sin olvidar Canadá, donde solo en Norteamérica, existe una población flotante haitiana de más de 100 mil individuos y cerca de otros 600 mil inmigrantes por razones económicas.

Todavía más y es de lamentar que Abinader no se explayara en el dato y tan preocupante, de que si no fuera por el millón y medio de haitianos mal contados que este país tiene en su territorio y de los cuales, cerca de 800 mil trabajan y no son una carga directa para esta economía, los costos en los que incurrimos los dominicanos para tratar de remediar la situación vecina se incrementarían en más del 50% que ahora hacemos y para no hablar del alto costo en seguridad fronteriza y despliegue militar de contención y para controlar, no evitar, el constante afanar de una población haitiana, que desesperada y cada mes, por más de 100 mil haitianos que intentan ilegalmente entrar a nuestro territorio.

Tampoco y quizás por prudencia elemental y no ser descortés, el presidente Abinader no recordó que la comunidad internacional se ha hecho la desatendida y particularmente la misma secretaría general de la ONU en cuanto a tratar de aligerar la carga económica, que para República Dominicana significa semejante despliegue de recursos humanos y económicos que la solidaridad dominicana arrastra.

Por otra parte, llamó la atención que Abinader no se hubiese referido a la profunda descortesía en la que incurrió, por lo menos hasta ahora y de gran falta de delicadeza y amistad del gobierno transitorio haitiano, al negarse a aceptar las 100 mil vacunas anti covid-19 que con gran solidaridad el gobierno dominicano, había anunciado que le concedería a Haití y como parte de las 800 mil donadas a otros países como Guatemala y Honduras, que con gran alivio las aceptaron.

De esta manera, Abinader nos dio la sensación, de que al referirse a Haití, lo hizo como aquel gobernante vecino que camina sobre un terreno lleno de peligros y de vidrios y para colmos, de gente haitiana de gobierno, que para nada practican la gratitud más elemental hacia el vecino que en momento de crisis le tiende la mano, hecho desagradable y muy distinto a la gratitud y complacencia, que el pueblo haitiano muestra en su diario vivir hacia la nación dominicana y la que gracias al trabajo que le otorga con generosidad a sus inmigrantes, estos contribuyen, a que solo por las remesas que desde este país envían los trabajadores haitianos, cerca de 3 millones de haitianos y cada mes, reciben los dineros necesarios para sobrevivir.

Teniendo en cuenta lo anterior, hay que decir que el discurso de Abinader y en lo atinente a la mención haitiana, es uno que consolida la política internacional dominicana de buena vecindad y que en circunstancias normales debería afianzar mucho más las relaciones entre los dos países, victimas ambos de la falta de solidaridad y afán disociativo de la alta burguesía haitiana contra todo lo que signifique ayuda y colaboración dominicanas y dado que el perverso interés de esa burguesía, compuesta por familias de mercaderes turcos y árabes, va dirigido a evitar que el pueblo haitianos pueda salir de la pobreza extrema  en la que la nación vecina es sostenida y por la complicidad inhumana y brutal de políticos haitianos, incapaces de compadecerse de su propio pueblo.

En términos generales y si hacemos abstracción de la parte haitiana del discurso presidencial y sobre sus precisas, reiteradas y ponderadas menciones sobre la capacidad de autogobierno de la nación dominicana y su propio empuje económico vital, que la impulsa hoy día a ser la primera economía dentro de las islas-estados independientes caribeñas y en plan progresivo de renovación constante y busca de la mejor y mayor calidad de vida para sus habitantes, que definitivamente haya que decir, que en una escala de cero a diez puntos, Abinader logró ayer en la ONU con su discurso ante la Asamblea General, un diez y lo que complacidamente hacemos constar.

De ahí que digamos, que fue un discurso de Estado con lineamientos precisos y políticas acorde, que abre expectativas promisorias para el papel dominicano dentro de la comunidad internacional y por lo menos hasta el 2024. (DAG)