Uno de los momentos más tristes y decisivos, es aquel cuando se tiene que tomar la decisión de querer continuar en el poder o, al contrario, prepararse para entregarlo y en ambas situaciones, lo que vale, no es lo que este personaje quiera sino aquello que las circunstancias y por imperativo de los intereses en juego, le imponen.
Sobre el particular, se podrá decir lo que terceros quisieran, pero en la vida pública, generalmente, la última palabra la dice, no que la tiene, es quien sea el protagonista del poder que está, no a libre subasta, sino a lo aleatorio de cuando la suerte está echada.
Precisamente por ese tipo de característica y si el personaje no muestra temple de acero y serenidad de juicio, fácilmente las emotividades de otros y tanto a favor como en contra, hacen su parte y hasta que al final, el personaje central llega a quedar en solitario y asumiendo la responsabilidad, de una decisión que solo él y no nadie más, quien debe de tomarla.
Y la disyuntiva, tanto es válida para quien encabeza el gobierno o para quienes encabezan las principales candidaturas presidenciales opositoras y por la sola razón, de que al ser todos estos personajes, la especie de imán que atrae y aparta y dentro de una confluencia de intereses personales e institucionales, a quienes se supone que le secundan desde sus respectivos entornos íntimos, que en la generalidad de los casos, el torbellino que generan hace su parte para que todo se trastorne o se enfangue en todo tipo de emociones encontradas dentro de las apetencias electoralistas y que junto a las de seguidores y fanáticos, terminan marcando el compás de las horas de la decisión final.
De esta manera, quienes sean personajes que aspiran de nuevo al poder y por estar ahora en la oposición, saben perfectamente, que en la medida que correspondieron a los suyos de una u otra forma en sus tiempos de poder gubernamental, serán esas huellas y ahora emocionales, las que le darán la entonación a lo poco o mucho que hubiesen recibido o se hubiesen beneficiado y ni que decir de quien esté ejerciendo el Poder Ejecutivo.
Sucediendo, porque el común de la gente, los electores, sus apetencias son primitivamente inmediatas y de hora a hora y no así la de los miembros de los grupos de poder, que teniendo una coraza diferente sus ambiciones, saben que estas dependerán del mucho o poco favor que les dispense el personaje central que motoriza sus sueños y anhelos y que, en cierta forma, esa ansiedad hasta llega un momento que les hace parecer y ver paranoicos.
Agréguese lo otro de las maquinaciones tras bambalinas, que en los últimos años es el factor decisivo en materia de opinión pública atrapada y desde las infames redes sociales, donde los intereses que confluyen son de un matiz hiriente entre perverso y de mucha ruindad y sus autores o responsables, siempre buscando que su morbo sea satisfecho y sin importar a quien dañan o destruyen moralmente.
Ante semejante escenario tan volátil, ¿qué es lo que prevalece como el mejor o mayor dominio de las herramientas de poder fáctico que se tengan? Que quienes sepan manipular a la gente, sus emociones y malignidades, siempre terminan agenciándose posiciones cercanas al personaje de que se trate y quien y al igual que sus oponentes, todos son parte del mismo grupo de cortados con la misma tijera que pueden darse el lujo de dominar y sabiendo aplicar el sistema de democracia totalitaria que se tiene y como el camino a medio talle, entre lo que se aspire y lo que se pueda.
En consecuencia, todos los personajes centrales de este tipo de opereta en tres actos saben y por el frenesí que experimentan cuando el tiempo se acorta, que las elecciones llegan y las encuestas confunden y de ñapa, el sector mediático irrumpe pretendiendo sabérselas todas y en una feroz lucha porque sus propietarios sean los beneficiados de la piñata poselectoral de repartidera de cargos, posiciones, contratas e influencias.
Al final y a ese momento, realmente la población no importa, pues se sabe que ya todo el mundo está metido en la vorágine que provoca, que, si él personaje que está quiere seguir, pero que no se le vea con demasiada ambición y sí con una calculada hipocresía e igual quienes le disputan el poder, el público entonces tiene manga ancha para romper por el medio y en forma de tumulto de histéricos y que es el factor que genera, que los contendores electorales se desaten y la llegada a las urnas se convierta en una carrera de esprínteres y fondeadores y todos con el cuchillo en la boca, caras pintadas y hachas de guerra en sus manos.
Por ejemplo, a este día, parecería que el presidente-candidato podría ganar los comicios del 2024 y su partido arrasar en las municipalidades por donde sus “instrumentos de corte” pasaron y haciendo del transfuguismo el arma oculta de sus anhelos.
Sin embargo, su oposición está resultando diestra y haciendo ver las flaquezas del régimen y enfocando determinados puntos que muchos entienden débiles y lo que sorprende, cuando en toda la historia de esta nación, ningún gobierno había logrado la extraordinaria liquidez que el actual tiene y no nos adentremos si la ha obtenido por préstamos en el exterior y sí puntualicemos, que un gobierno con cerca de 500 mil millones de pesos en caja chica, es uno del que juiciosamente podría decirse que no debe perder los comicios. Y si con todo y eso los pierde, entonces, el que de sus adversarios ganara los comicios, ese sería el que gozaría y al ver, que de los recursos recibidos en la caja y con los que en sus cuatro años podría hacer cambiar la percepción que los ciudadanos puedan tener, daría la oportunidad para continuar a más.
De ahí que digamos, que para Abinader, su soledad desde el poder y enfrentada a la soledad que otros le quieren imponer, serán los factores que decidirán, quien ganará o perderá y quién pagará los platos rotos de todo, porque de que habrá platos rotos, no nos cabe la menor duda y sin importar quien gane o pierda. Con Dios. (DAG-OJO) 30.08.2023
